Manual de una mamá para no rendirse.- Versión emprendedora.

Capítulo 17: Las historias no contadas duelen, pero seguirlas callando duelen más.

“Contar tu historia no te libera. Te expone. Y a veces, eso duele más que el silencio.”

Jimena estaba sentada en la alfombra, rodeada de muñecas con cicatrices de marcador y ojos desvaídos por el tiempo. Tres marcadores permanentes descansaban a su lado, como armas de una guerra invisible.
—Mamá —dijo, sin levantar la vista—, ¿puedo pintarle pecas a Lola?

La pregunta me atravesó como una aguja.
Porque Lola no era solo una muñeca.
Era mi herida disfrazada de juguete.
Y las pecas…
las pecas eran un intento de normalizar lo que ya estaba roto.

—Siempre y cuando sepas que después no podrás borrarlas —respondí, con la voz más suave de lo que sentía—.
Ni las pecas.
Ni las decisiones.

Pero en el fondo, lo que quería decir era:

“No la arregles. Porque si la arreglas, tendré que arreglarme yo.”

🔥 El cuento no es ficción. Es confesión

Me senté junto a ella.
No por ternura.
Por miedo.
Porque sentí que era el momento.
El momento en que ya no podía esconderme detrás de silencios y sonrisas forzadas.

Así que saqué el cuaderno rojo.
El mismo donde guardo mis sueños, mis fracasos y mis promesas rotas.
Entre sus páginas, como un secreto que pesa más que el papel, estaba el cuento que escribí años atrás:
“La muñeca Lola”.

Lo leí en voz alta.
No como una historia.
Como una autopsia emocional.

“Había una vez una muñeca llamada Lola que vivía muy feliz en una casa. Ella era el centro de atención de un hombre y una mujer que la querían muchísimo…”

Jimena escuchaba con los ojos brillantes, como si cada palabra fuera un hechizo.
Pero yo no estaba contando un cuento.
Estaba diciendo:

“Así fue como me abandonaron. Así fue como aprendí que el amor se negocia. Así fue como entendí que, si no eres útil, te dejan.”

Cuando llegué a la parte en que Martín y Carolina casi se pelean por quién se queda con Lola, mi voz se quebró.
No por la tristeza del cuento.
Por la vergüenza de reconocer que yo también fui esa muñeca.
Una posesión.
Un recuerdo.
Un objeto de transición entre dos vidas que ya no se querían.

“El juez les propuso darle la muñeca a un bebé recién nacido… y así, Lola se convirtió en el primer juguete de la bebé.”

Jimena me miró.
—Entonces… yo también puedo ser como Lola.

Y ahí supe que ella ya había entendido.
No las palabras del cuento.
Sino el dolor que lo escribió.

💀 La verdadera tensión no está en el pasado. Está en el futuro que temo construir

—A veces… sí —le dije, con la garganta cerrada—.
A veces soy como Lola.
Me quemé un poco por el camino.
Pero aprendí a seguir adelante.
Aunque no siempre haya sido fácil.

Quise sonar fuerte.
Pero lo que salió fue un susurro de culpa.

Porque en ese momento, no estaba hablando de mí.
Estaba hablando de ella.
De la niña que ya me ve llorar en silencio.
De la niña que ya me imita cuando digo “no puedo más”.
De la niña que ya construye refugios con crayones porque yo no pude darle un hogar estable.

“¿Y si mi caída se convierte en su identidad?
¿Y si, al verme rota, cree que también ella debe romperse para ser amada?”

Jimena me abrazó.
Fuerte.
Como solo una niña puede abrazar.
Con ese tipo de fuerza que parece decir:

“Estoy aquí. Siempre estaré aquí.”

Pero en ese abrazo, no sentí alivio.
Sentí miedo.

Porque si mi hija ya siente que debe protegerme…
entonces he fallado como madre.

🩸 El cuerpo delata la tensión interna

Esa noche, mientras Jimena dormía con Lola entre los brazos, abrí el cuaderno rojo.
No escribí sueños.
Escribí confesiones:

“Hoy aprendí que las historias no contadas duelen…
pero seguirlas callando duele más.
Porque el silencio no protege a tu hija.
Solo le enseña a callar su propio dolor.”

“Contarle el cuento de Lola no fue un acto de valentía.
Fue un acto de desesperación.
Porque si no le cuento mi caída…
¿cómo le enseño a no repetirla?”

“Pero al contarla, la expongo.
Y eso… eso duele más que cualquier abandono.”

🔚 Conclusión emocional (sin alivio)

No hay redención aquí.
Solo una madre que se enfrenta a la peor verdad:
su mayor miedo no es ser abandonada…
es que su hija aprenda a amar desde la herida
.

Porque en este mundo,
la verdadera pobreza no es la falta de techo.
Es la incapacidad de ofrecer inocencia a quien más te necesita.

“Hoy aprendí que los niños no necesitan entender cada palabra para comprender cada herida.
Y que a veces, cuando creemos que escondemos nuestras tristezas,
ellos ya las tienen archivadas en sus cuadernos invisibles.”



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En el texto hay: superacion, drama, accion

Editado: 27.10.2025

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