Manual de una mamá para no rendirse.- Versión emprendedora.

Capítulo 34: La abue Ángela y la mesa invisible

“A veces, los niños no juegan. Revisitan. Y en ese juego, nos devuelven lo que no supimos sanar.”

La cocina olía a canela y silencio.
Jimena estaba en el suelo, rodeada de muñecas como si fueran testigos en un juicio.
Lola, con sus tatuajes de marcador.
La dormilona, con su vestido torcido.
La que ya no tenía brazos, envuelta en una bufanda como si fuera reina.

—Chicas —dijo Jimena, con la seriedad de una jueza—, les presento a Ángela. Mi nueva abuela. De mentira... pero de verdad.

Ángela se inclinó un poco. Su espalda crujió, pero su sonrisa era joven.
—Es un placer conocerlas, señoritas. Espero estar a la altura del honor.

La muñeca sin ojos fue la primera en recibir un beso.

🔥 El juego no es fantasía. Es repetición traumática

—Hoy cocinamos sopa invisible con albóndigas de nube —anunció Ángela, levantando solemnemente una tapa imaginaria—. Pero cuidado, quema.

Jimena se echó hacia atrás teatralmente.
—¡Sí! Me quemé los sueños.

—Eso pasa si no revolvés bien la esperanza —dijo Ángela, guiñando un ojo.

Hicieron tortitas de aire, ensaladas de hilo y decoraron un pastel con tapitas de gaseosa.

Pero María Fernanda no veía un juego. Veía un diagnóstico.

Porque en ese “me quemé los sueños”, no había inocencia.
Había herencia.
Su hija no estaba jugando a ser mamá.
Estaba reconstruyendo su trauma.
Y eso… eso era más doloroso que cualquier abandono.

💀 Ángela no es una abuela. Es un espejo de lo que podría haber sido

—¿Siempre jugaste así cuando eras chiquita? —preguntó Jimena.

Ángela asintió.
—Y cuando era grande también. Pero después, todos a mi alrededor dejaron de jugar. Así que guardé mis cucharitas invisibles en un cajón. Hoy las saqué otra vez.

“Hoy las saqué otra vez.”

Esas palabras le dolieron a María Fernanda más de lo que esperaba.
Porque Ángela no solo cuidaba a su hija.
Le mostraba que era posible sanar sin negar.
Que el juego no era evasión, sino integración.

🩸 La mesa invisible no es fantasía. Es necesidad

—Abuela —dijo Jimena con la boca llena de imaginación—, ¿podemos traer más cosas para jugar? Necesitamos platos y una silla para cada muñeca. Y tal vez... un menú.

—Un menú?

—¡Si! Uno que tenga sopa de caricias, pastel de perdón y juguito de ternura. Mis amigas del cole van a querer venir. Somos una tribu. Y ninguna tribu deja afuera a sus muñecas.

Ángela tomó un lápiz y un papel.
—Entonces vamos a necesitar más ingredientes.

—¿Dónde se compra la paciencia?

—En el cuarto de mamá, en el cajón donde guarda los besos.

Ángela escribió como quien escribe una receta valiosa.

🔚 Conclusión emocional (sin alivio fácil, con transformación real)

María Fernanda las observaba desde la puerta entreabierta.
Vio la alfombra cubierta de cucharas, muñecas y manteles improvisados.
Vio a Jimena reír con la panza.
Vio a Ángela hacer ruidos de olla que hierve.

Y por primera vez en días, sintió que el tiempo podía detenerse.
O al menos, hacerse más blando.

Porque había algo en ese juego que era más que juego.
Era una comida simbólica.
Un acto de sanación.
Un banquete para el alma.



#7810 en Novela romántica
#1782 en Chick lit
#3882 en Otros
#298 en No ficción

En el texto hay: superacion, drama, accion

Editado: 27.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.