Manual de una mamá para no rendirse.- Versión emprendedora.

Capítulo 19: Perder cosas no debe significar perder tu rumbo.

“El éxito no siempre se siente como un logro. A veces se parece más a una trampa disfrazada de oportunidad.”

Las semanas siguientes fueron un torbellino de café instantáneo, pedidos de ropa y el zumbido constante de mi mente repitiendo:

“No falles. No falles. No falles.”

El negocio de ropa usada —“Tesoro Escondido”— ya no era solo un plan de supervivencia.
Era un monstruo hambriento que exigía atención constante, inventario fresco, fotos perfectas y respuestas rápidas.
Y yo, que apenas tenía fuerzas para vestirme sin calcetines desparejados, ahora debía ser empresaria, fotógrafa, vendedora y contadora…
todo mientras Jimena me miraba con ojos que ya no preguntaban “¿por qué no vamos al festival?”,
sino “¿vas a estar bien, mamá?”.

“¿Y si fracaso con lo que me regalaron?
¿Y si descubren que no soy digna de su confianza?
¿Y si, al verme en la caída, ya no me ven como mujer… sino como carga?”

🔥 Marcela no es una aliada. Es un espejo de lo que temo convertirme

Fue un jueves por la tarde cuando Juan Carlos me miró con una sonrisa que no me gustó.
No por falsa.
Por demasiado esperanzada.

—He estado hablando con una persona que podría cambiar el juego para “Tesoro Escondido”.
—¿Una que sabe dónde esconden ropa de diseñador a precio de ganga? —bromeé, intentando aliviar la tensión que ya sentía en el pecho.

—Algo mejor —dijo—. Hablé con tu mentora, la que te ayudó en el taller. Resulta que tiene contactos en un par de tiendas grandes que están liquidando inventario de temporadas pasadas. Me pasó el dato de un almacén gigante con ropa de marca, con defectos mínimos, a precios de risa.

Sentí un escalofrío.
No de emoción.
De miedo.

Porque esa “mentora” era Marcela.
La diseñadora de moda que me había dado el cupón de la tienda.
La misma que, en una vida anterior, me había mirado con lástima cuando le conté que estaba embarazada y sola.
La misma que ahora, a través de Juan Carlos, me ofrecía una “oportunidad”.

“¿Y si ella ve mi caída… y decide que no merezco lo que me regala?”

Juan Carlos no entendía.
No podía entender.
Él veía una alianza estratégica.
Yo veía una prueba.

Porque Marcela no era una desconocida.
Era una mujer que había visto mi peor versión.
Y ahora, desde su mundo de telas caras y desfiles, me ofrecía una escalera…
pero yo no sabía si era para subir…
o para que viera mejor mi caída.

💀 Aceptar ayuda no es alivio. Es riesgo emocional

El sábado fue una odisea.
Juan Carlos y yo, con la camioneta de su padre prestada, llegamos al almacén.
Era un laberinto de ropa.
Pero con los consejos de Marcela —que nos dio una lista de lo que valía la pena buscar— y el ojo clínico de Juan Carlos, salimos de allí con la camioneta a reventar.

No era solo ropa.
Eran oportunidades.
Prendas nuevas con etiquetas, vestidos de marca con un botón suelto, blusas con un ligero escote.
Era un tesoro.

Pero mientras ordenábamos las cajas en el garaje de Mercedes, sentí algo peor que el cansancio:

la vergüenza de depender.

Porque cada prenda que vendía no era mía.
Era un regalo disfrazado de transacción.
Y cada venta me recordaba que no lo había construido sola.
Que, sin Marcela, sin Juan Carlos, sin Mercedes…
yo aún estaría en la calle, contando monedas para decidir entre gas y pan.

“¿Y si esto no es éxito?
¿Y si es solo otra forma de mendigar… con ropa de marca?”

🩸 El cuerpo delata la tensión interna

Esa noche, mientras Jimena dormía con Lola abrazada, abrí el cuaderno rojo.
No escribí sueños.
Escribí confesiones:

“Hoy aprendí que el éxito no libera.
Solo cambia la forma de la jaula.
Ahora no soy una madre soltera luchando por sobrevivir.
Soy una empresaria que debe demostrar que merece lo que le regalaron.”

“Y eso duele más que cualquier desalojo.
Porque ahora no puedo fallarles.
Porque ahora mi caída no es solo mía…
es de todos los que creyeron en mí.”

🔚 Conclusión emocional (sin alivio)

No hay redención aquí.
Solo una mujer que acepta la ayuda…
y se odia un poco más por necesitarla.

Porque en este mundo,
la bondad no es un refugio.
Es un espejo.
Y en ese espejo, María Fernanda ve lo que más teme:

“No soy suficiente. Y nunca lo seré.”

Pero sigue.
Porque no tiene otra opción.
Y porque, aunque duela, sabe que su caída ya no es solo suya.



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En el texto hay: superacion, drama, accion

Editado: 27.10.2025

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