Manual ( No autorizado) Para evitar el amor

2. La Guerra de las Direcciones

Esa noche, antes de dormir, abrió su manual y escribió en la última página.

Artículo 9. No suponer nada sobre un hombre misterioso hasta comprobarlo con hechos.

Cerró el cuaderno con decisión.

—Nada ni nadie va a romper mis reglas —se dijo en voz alta.

Pero en algún rincón de su mente, el nombre de “Lucas Alvarado” brillaba con demasiada fuerza como para ignorarlo.

Y así, sin proponérselo, Emma se estaba preparando para que su manual enfrentara su primera gran prueba.

La mañana amaneció gris, como si el cielo hubiera decidido conspirar contra Emma.

El pronóstico había anunciado “lloviznas aisladas”, pero lo que se desató sobre la ciudad parecía más bien un diluvio bíblico.

Emma, con su paraguas plegable comprado en oferta, luchaba contra ráfagas de viento que parecían tener vida propia. El agua le empapaba los zapatos y la carpeta de documentos que llevaba bajo el brazo empezaba a doblarse peligrosamente.

—Perfecto —murmuró con sarcasmo —Justo el día en que tengo que llegar impecable a la reunión con el misterioso consultor invisible.

Alzó la mano para detener un taxi que aparecía entre la cortina de agua, y respiró aliviada al verlo acercarse. Pero su alivio duró menos de un segundo, porque, al mismo tiempo, alguien más alzó la mano desde el otro lado de la esquina.

Era un hombre, alto, con el cabello oscuro pegado a la frente por la lluvia, y un maletín en la mano. Corría hacia el taxi con la misma desesperación que Emma.

—¡Disculpa, pero lo vi primero! —gritó Emma, agitando el brazo.

El hombre aceleró el paso y, con una sonrisa ladeada que parecía un desafío, abrió la puerta del taxi antes que ella.

Emma llegó un segundo después, empapada, y lo fulminó con la mirada.

—¡Oiga, ese taxi era mío!

—¿Mío? —repitió él, con tono divertido —Discúlpame, pero los taxis no traen nombre grabado.

—Yo lo pedí primero.

—Yo lo alcancé primero.

Emma lo miró incrédula. La lluvia caía a cántaros, y ella podía sentir cómo sus medias se le pegaban a la piel.

—¿En serio vamos a discutir esto en medio de una tormenta?

—Tú la empezaste —contestó el hombre, encogiéndose de hombros, aunque el agua le chorreaba por el cuello de la camisa.

Emma estaba a punto de soltarle un discurso épico sobre cortesía ciudadana cuando el taxista, harto de la escena, intervino.

—Si quieren, pueden compartir el viaje.

Emma abrió la boca para protestar, pero el hombre ya estaba adentro, dándole una palmadita al asiento vacío a su lado.

—Sube, o te vas a convertir en estatua de hielo.

Contra toda lógica, Emma subió, cerrando la puerta de golpe.

—¿A dónde los llevo? —preguntó el taxista.

—Oficinas Central Tower, avenida Belgrano —dijo Emma al mismo tiempo que el hombre respondía.

—Edificio Central Tower, avenida Belgrano.

Se miraron con sorpresa.

—¿Tú también vas ahí? —preguntó Emma, entornando los ojos.

—Al parecer sí. Pero te aviso, mi reunión es más importante que la tuya, así que si el tráfico nos retrasa, mi parada tiene prioridad.

Emma soltó una carcajada incrédula.

—¿Tu reunión es más importante? ¿Cómo sabes qué tan importante es la mía?

—Porque nadie más podría superar el nivel de prioridad que tiene la mía —dijo él, con esa sonrisa torcida que parecía estar diseñada para sacarla de quicio.

Emma lo observó de arriba abajo traje oscuro, maletín caro, aire de suficiencia. El manual de supervivencia sentimental casi gritaba desde su bolso. Artículo 5, nunca confiar en hombres con sonrisa torcida.

—¿Sabes qué? —replicó Emma, con ironía —Espero que tu “reunión importantísima” sea para aprender a dejar de acaparar taxis ajenos.

El hombre rio, una risa breve y cálida que contrastaba con su sarcasmo.

—Tienes carácter, eso me gusta.

Emma cruzó los brazos.

—No estoy buscando que te guste nada.

El viaje continuó entre silencios incómodos y comentarios ácidos. Él hacía observaciones sobre el tráfico “si los porteños aprendieran a manejar, llegábamos en cinco minutos”, y Emma replicaba con pullas sobre su ego “seguro crees que el tráfico también gira a tu alrededor”.

El taxista, divertido, los miraba cada tanto por el espejo retrovisor.

—Ustedes dos parecen matrimonio —dijo al final.

Emma y el hombre contestaron al unísono.

—¡No somos nada!

El chófer solo sonrió y volvió a concentrarse en la ruta.

Cuando finalmente llegaron a Central Tower, Emma bajó primero, respirando con alivio. Tenía que recomponerse antes de entrar al edificio, pelo chorreando, medias arruinadas y maquillaje corrido no eran la mejor carta de presentación.

Se giró para despedirse con un comentario mordaz, pero el hombre ya estaba detrás de ella, ajustándose la corbata como si la lluvia no lo hubiera tocado.

—Gracias por el viaje compartido —dijo él con ironía —Fue… ilustrativo.

—Sí, claro —replicó Emma, intentando sonar indiferente mientras recogía su carpeta arrugada.

Entraron al edificio casi al mismo tiempo. Emma lo dejó atrás a propósito, subió al ascensor y se acomodó lo mejor que pudo antes de dirigirse a la sala de reuniones del piso 15.

Respiró hondo, abrió la puerta con determinación… y se congeló.

Allí, de pie frente a la mesa de reuniones, con su maletín apoyado y esa sonrisa inconfundible, estaba él.

El mismo hombre del taxi.

El mismo que había discutido con ella bajo la lluvia.

El mismo que ahora la miraba con una chispa divertida en los ojos.

—Buenos días —dijo, como si nada —Soy Lucas Alvarado, el nuevo consultor asignado al proyecto.

Emma sintió que la carpeta resbalaba de sus manos.

—¿Tú? —exclamó horrorizada.

Lucas inclinó la cabeza, disfrutando cada segundo de su desconcierto.

—Sí, yo. Encantado de conocerte oficialmente, Emma.

El universo, al parecer, acababa de decidir que su manual de supervivencia sentimental estaba a punto de sufrir una catástrofe.




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