Manual ( No autorizado) Para evitar el amor

3. Ensayos de sonrisa

La tarde se instalaba en la oficina con ese sopor pesado que acompaña siempre a los días después de la tormenta. Afuera, el cielo se había despejado por completo, y los ventanales dejaban entrar un sol pálido que bañaba los escritorios en un resplandor suave. La mayoría de los empleados se acomodaban en sus sillas, luchando contra la somnolencia postalmuerzo, mientras los teclados marcaban un ritmo irregular de productividad.

Emma había vuelto de su encuentro con Clara y Sofia con una mezcla rara de alivio y molestia. Sí, había servido descargar su furia con ellas, pero también la habían dejado con algo mucho más incómodo la sospecha de que, quizá, no odiaba a Lucas tanto como decía.

—Ridículas —murmuró para sí mientras se sentaba en su puesto —No lo soporto, y punto.

Encendió su computadora y abrió de inmediato las hojas de cálculo que tenía pendientes. Decidida a hundirse en fórmulas, gráficos y correos, Emma se impuso una regla mental, ignorar a Lucas Alvarado era cuestión de disciplina, no de sentimientos. Bastaba con fingir que no existía y listo.

Durante la primera media hora, su estrategia funcionó a la perfección. Teclado, café, notas rápidas. Ni siquiera volteó a mirar hacia la oficina vidriada donde sabía que él estaba. La transparencia del cristal la tentaba, pero Emma no caería. No iba a darle la satisfacción de saber que ocupaba un solo pensamiento suyo.

Pero el universo, como siempre, tenía otros planes.

Un golpe suave en el borde de su escritorio la sacó de su concentración. Emma levantó la vista con lentitud, como si presintiera lo peor. Y ahí estaba Lucas, con esa sonrisa que parecía diseñada para irritarla, apoyado con un aire de confianza que lo hacía ver como dueño del lugar.

—Necesito un favor —dijo con tono casual, como si estuvieran a punto de hablar de la hora del café.

Emma entrecerró los ojos.

—¿Un favor? —repitió, dejando el lápiz sobre la mesa—¿De qué clase de favor hablamos? Porque si es de tipo “ceder mi taxi”, ya te aviso que no hago devoluciones.

Lucas soltó una breve carcajada.

—Todavía con lo del taxi… Eres persistente, Emma. Me gusta.

Emma bufó.

—No me digas que viniste hasta aquí solo para provocarme.

—No —Él levantó un documento en su mano derecha y lo agitó con calma —Vine porque necesito que revises esto. Marta me pidió tu opinión.

Emma lo tomó sin mirarlo demasiado, tratando de sonar indiferente.

—Bien, déjalo aquí y te aviso cuando pueda.

Lucas no se movió. Siguió apoyado en el borde del escritorio, observándola con ese aire de superioridad que la sacaba de quicio.

—Sabes… —comenzó con voz más baja —eres la única en esta oficina que ni siquiera se ha tomado cinco minutos para darme la bienvenida.

Emma levantó una ceja.

—¿De verdad quieres una bienvenida de mi parte?

—Claro. No tiene que ser cordial, puede ser… creativa. —Le guiñó un ojo.

Emma lo miró como si quisiera atravesarlo con un lápiz.

—Está bien. Bienvenido, señor Alvarado. Espero que disfrute de su estadía temporal aquí, y que los taxis de la ciudad le sean siempre favorables.

Lucas fingió ofenderse, llevándose una mano al pecho.

—Eso fue frío, Emma. Podrías ponerle un poco más de entusiasmo.

Ella volvió a concentrarse en su pantalla, con los dedos en el teclado.

—Yo pongo entusiasmo en mi trabajo, no en los egos ajenos.

Lucas sonrió de lado, inclinándose un poco hacia ella.

—Entonces supongo que tendré que encontrar otra manera de hacer que hables conmigo más seguido.

Emma giró lentamente la cabeza y lo miró directamente a los ojos. Ese cruce visual fue tan intenso que ambos quedaron en silencio unos segundos, como si alrededor de ellos el ruido de la oficina se hubiera desvanecido. Finalmente, Emma rompió la tensión con sarcasmo.

—O puedes simplemente… no hacerlo.

Lucas se enderezó, divertido.

—No sería tan entretenido.

Los minutos pasaron, pero la incomodidad permaneció instalada. Emma intentó seguir trabajando, aunque su mente se desviaba constantemente hacia la figura de Lucas, que ahora se había acomodado en el escritorio contiguo, revisando sus propios papeles. A cada rato encontraba una excusa para acercarse una pregunta trivial sobre un archivo, un comentario sobre lo lenta que estaba la conexión de internet, incluso una broma sobre el café de la oficina.

Emma, desesperada, envió un mensaje rápido al chat de sus amigas

—Auxilio. El intruso está instalado a tres metros de mí. Y respira muy fuerte.

Clara contestó casi de inmediato.

—Tal vez respira fuerte porque quiere llamar tu atención.

Emma rodó los ojos tan fuerte que casi pudo sentir un calambre.

Sofia agregó.

—A mí me suena a que está buscando excusas para acercarse… y tú lo disfrutas más de lo que admites.

Emma golpeó el teclado con frustración, borró tres veces el mismo correo, y finalmente decidió ignorar el chat.

A media tarde, Marta apareció para revisar el avance del proyecto. Emma estaba junto a Lucas, revisando unos gráficos en la pantalla. Ella intentaba mantener la compostura, pero la cercanía era insoportable. Podía sentir el calor de su brazo rozando el suyo.

—Entonces, ¿cómo van? —preguntó Marta con entusiasmo.

Emma se apresuró a contestar:

—Todo en orden, avanzando según lo previsto.

Pero Lucas, con esa calma calculada, añadió.

—Bueno, todo excepto que creo que Emma y yo tenemos diferencias filosóficas sobre qué taxi tomar en la vida.

Marta arqueó una ceja, confundida.

—¿Taxi?

Emma se puso colorada y lo fulminó con la mirada.

—¡No es relevante para el proyecto!

Lucas levantó las manos en gesto inocente, pero no podía ocultar la risa contenida.

Marta los miró a ambos con un brillo curioso en los ojos, como si sospechara algo más detrás de esa tensión.

—Muy bien… confío en que sabrán coordinarse. —Y se marchó.




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