La cena comenzó con risas, pero pronto se volvió una escena de comedia familiar.
—¿Entonces, Lucas, ¿A qué te dedicas exactamente? —preguntó el padre de Emma, sirviendo vino.
—Soy consultor estratégico —respondió Lucas —Pero últimamente me dedico a sobrevivir a los experimentos culinarios de su hija.
Todos rieron, menos Emma.
—No escuches nada de lo que diga —intervino ella —Tiene problemas con la verdad.
—Claro, claro —Lucas la miró divertido —Como cuando dijiste que no te enamorarías de nadie del trabajo.
Martín lo miró como si quisiera lanzarle una servilleta en la cara.
—¿Y qué piensas de los hombres que salen con sus compañeras de oficina? —preguntó con tono amenazante.
—Pienso que son valientes —respondió Lucas sin pestañear.
El padre de Emma soltó una carcajada.
—Me agrada este muchacho. Tiene agallas.
—Y sentido del humor —añadió la madre con una sonrisa.
Emma no sabía si reír, llorar o esconderse bajo la mesa. Después del postre y de demasiadas risas, la madre de Emma se acercó mientras ella recogía los platos.
—Hace años que no te veía tan feliz, hija —le dijo en voz baja.
Emma se quedó quieta, sorprendida por esas palabras.
—¿Feliz?
—Sí —Su madre sonrió —Ese chico te hace reír como cuando eras niña.
Emma miró de reojo a Lucas, que conversaba animadamente con su padre.
Quizás era solo una farsa.
Quizás todo era un malentendido.
Pero, por primera vez en mucho tiempo, sintió que su “manual de supervivencia” estaba empezando a fallar. Y, tal vez, no le importaba tanto.
Era lunes, y en la oficina el aire tenía ese extraño sabor a escándalo fresco.
Emma Moore entró con su café, el cabello atado en un moño apurado y la expresión de quien solo quería sobrevivir al día. Pero bastó con cruzar el pasillo principal para notar algo diferente. La gente la observaba, susurraba y luego se hacía la distraída.
La recepcionista, Valentina, sonreía con esa clase de sonrisa que decía “sé algo que tú no sabes”. Incluso el guardia de seguridad, que usualmente la saludaba con un amable “buen día, señorita Moore” ahora solo le dedicó un gesto rápido y una ceja levantada. Emma supo en ese instante que algo no andaba bien.
—¿Qué pasa ahora? —murmuró, entrando a su oficina con el presentimiento de que su vida estaba a punto de complicarse… otra vez.
No pasaron ni cinco minutos antes de que Sofía irrumpiera en su espacio, con el celular en alto y una expresión de alarma divertida.
—Emmita… no te asustes, ¿sí?
—¿Qué hiciste? —preguntó Emma sin mirar.
—Nada, esta vez no fui yo. Pero… —Sofía tragó saliva —Alguien publicó en el grupo interno de la empresa que tu relación con Lucas es una farsa para ganar el concurso. Emma se quedó inmóvil.
—¿Qué?
—Sí. Y no solo eso. Pusieron capturas del contrato falso que hicimos de broma.
Emma palideció.
—¡¿Qué?! ¡Ese archivo estaba en mi computadora, Sofía!
—Lo sé, lo sé. Pero alguien lo filtró —Sofía la miró con cara de culpa —Tal vez fue un virus, o el karma.
Emma sintió cómo se le desmoronaba el alma. En cuestión de segundos, todo el trabajo de semanas, toda la fachada cuidadosamente montada, se desmoronaba.
Para la hora del almuerzo, toda la oficina hablaba del tema. En el área de marketing, alguien incluso había impreso el supuesto “contrato de pareja” y lo había pegado en la máquina de café con un cartel que decía.
“Términos y condiciones del amor corporativo.”
—Esto es una pesadilla —dijo Emma, hundiendo la cara entre las manos.
—Oh, vamos, al menos escribimos bien el contrato. La ortografía está impecable —intentó bromear Sofía.
—¡No es momento para eso!
—Ok, ok… —Sofía levantó las manos —Pero mira el lado bueno, ahora todos creen que eres capaz de armar una relación por motivos estratégicos. ¡Eso suena a mujer empoderada!
—Sofía…
—Está bien, me callo.
En ese momento, Lucas apareció en la puerta de la oficina, con el celular en una mano y el ceño fruncido.
—Supongo que ya te enteraste.
—¿Del Apocalipsis versión corporativa? Sí.
—Marta nos llamó —Su tono era serio.
—¿Nuestra jefa Marta?
—La misma. Y no suena muy feliz.
Emma lo miró con resignación.
—Esto va a ser un desastre.
—O un espectáculo —respondió él, con una sonrisa.
Marta los esperaba en la sala de juntas. La jefa, normalmente elegante y serena, tenía los brazos cruzados y una expresión de furia contenida. Detrás de ella, en la pantalla del proyector, se veía el infame contrato con letras grandes.
“Cláusula 1. No enamorarse del consultor bajo ninguna circunstancia.”
Emma deseó evaporarse.
—¿Me explican qué demonios es esto? —preguntó Marta, con voz gélida.
—Podemos explicarlo —dijeron Emma y Lucas al unísono.
—Por favor, háganlo, antes de que tenga que llamar a Recursos Humanos y al comité del concurso —continuó Marta, sin apartarles la mirada.
Emma tomó aire.
—Fue una broma. Mis amigas y yo lo hicimos de manera interna, para… bueno, para relajarnos un poco.
—¿Relajarse? —repitió Marta—. ¿Te parece relajante poner por escrito un contrato amoroso falso con un compañero de trabajo?
—En retrospectiva, no fue mi mejor idea —murmuró Emma.
—Fue idea mía, en realidad —intervino Lucas, intentando defenderla —Yo firmé ese documento.
Marta los observó a ambos, incrédula.
—Entonces me están diciendo que esta relación es real, ¿o no?
Silencio.
Los dos se miraron.
Emma abrió la boca, pero Lucas se adelantó.
—Por supuesto que es real.
—¿Qué? —dijo Emma, casi atragantándose.
—Sí —Lucas sonrió con desparpajo —Estamos saliendo. Solo fue una broma privada lo del contrato.
Marta los miró fijamente, luego entrecerró los ojos.
—¿Y por qué el documento dice “prohibido enamorarse”?
—Porque… somos precavidos —respondió Lucas con su encanto característico.
—¿Precavidos? —repitió Marta.
—Sí, nunca se sabe lo que puede pasar en una relación laboral —añadió él.
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romance contemporaneo juvenil, chick-lit / romance ligero, noviazgo falso / contrato de amor
Editado: 11.10.2025