Manual para atrapar a un Esposo

SINOPSIS

Estreno: 1 de octubre

Desde que lo vi, supe que sería mío. No importaba cuánto tiempo pasara, ni cuántas barreras se levantaran, ni qué tan alto fuera el muro que su familia construyó a su alrededor. Ese chico —el heredero perfecto, el hijo obediente, el esposo ejemplar que todos esperaban— estaba marcado para mí. Y yo no soy de las que olvidan lo que desean.

Él creció rodeado de lujos y cadenas invisibles. Aprendió a sonreír cuando debía, a callar cuando se lo ordenaban y a vivir de acuerdo a un guion escrito por otros. Yo lo observaba desde la sombra, midiendo cada gesto, cada palabra, cada silencio suyo, mientras tejía mis planes con paciencia. Nunca fui la chica que soñaba con ser rescatada; yo era la que preparaba la red para atrapar al príncipe que aún no sabía que estaba huyendo.

El día de su boda arreglada, supe que no sería el final sino el principio. Lo vi caminar al altar con la mirada vacía y la sonrisa forzada. Lo vi convertirse en esposo de conveniencia, en marido de papel. Y lo odié un poco por dejarse usar, pero lo entendí: los hombres también son prisioneros de sus familias, de los apellidos, de las expectativas. Él cumplía porque no sabía qué otra cosa podía hacer.

Lo esperé.
Lo esperé con la certeza de que el hilo se rompería en algún momento.

Y se rompió.

El escándalo fue tan grande como predecible: un matrimonio no consumado, una anulación pública y las murmuraciones crueles de todos los que antes lo aplaudían. Él quedó desnudo frente al mundo, reducido a un titular humillante, incapaz de levantar la cabeza. Y yo vi mi oportunidad brillar como un diamante en la oscuridad.

Llegué entonces, no con flores ni discursos, sino con papeles, promesas y el plan que había ensayado en mi cabeza una y mil veces. Él pensó que yo era un refugio temporal, alguien que lo ayudaría a sobrevivir al escándalo. Pobrecito. No entendía que yo no vine a salvarlo: vine a reclamarlo.

Él intentó resistirse. Con palabras frías, con miradas duras, con la absurda idea de que aún podía elegir. Pero detrás de cada “no” suyo había un “todavía no lo admito”. Porque sus ojos lo traicionaban, porque su cuerpo lo gritaba cada vez que estábamos cerca. La atracción no se inventa: se enciende o no existe. Y entre nosotros siempre estuvo ardiendo, aunque él lo negara.

Así que avancé.
Con sarcasmo, con paciencia y con la certeza de que la libertad que él buscaba no existía sin mí.

Su padre lo presionó, los medios lo atacaron, las amistades lo abandonaron. Yo, en cambio, me mantuve firme, como la única que no pedía nada más que lo inevitable: que se rindiera. Lo llevé a mi mundo, lo rodeé de mis reglas, lo enfrenté a su propia debilidad. Y cada vez que intentó escapar, solo se hundió más en la red que había tejido a su alrededor.

La gente lo llamó “cautivo”. Yo lo llamé “esposo”.

Sí, lo poseo con papeles legales, con besos, con noches que queman y con días en que el sarcasmo es el único idioma que hablamos. Porque nuestro amor no es tierno ni suave: es un campo de batalla donde yo siempre gano y él, aunque patalee, disfruta perder.

Con el tiempo, dejó de luchar tanto. Empezó a entender que mi obsesión también era su salvación, que en mi locura había más verdad que en todas las sonrisas falsas que había dado en su vida. Lo vi transformarse: de heredero roto a mi hombre.

Y sé que algunos pensarán que lo condené. Puede ser. Pero en esta historia no hay víctimas inocentes: hay un hombre que necesitaba ser reclamado y una mujer que nunca tuvo miedo de hacerlo.

Así que que quede claro:
Él no me eligió.
Yo lo elegí.




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