TIP #2: PRIMERA IMPRESIÓN ≠ ÚLTIMA IMPRESIÓN
(O cómo convertir un desastre en una anécdota entrañable)
Espero que hayas tomado notas del capítulo anterior, porque ahora viene la parte donde demuestro científicamente que soy un idiota con suerte.
¿Recuerdas cómo terminó nuestro primer encuentro? Yo defendiendo heroicamente a Emma frente a la Dragon Lady de contabilidad, sintiendo como si hubiera salvado el día. Pues resulta que el universo tiene un sentido del humor muy retorcido, porque al día siguiente me tocó demostrar que soy capaz de arruinar una segunda impresión de maneras que ni siquiera sabía que eran posibles.
REGLA #2: Si tu primera impresión fue sobrevivir a una emergencia juntos, tu segunda impresión va a ser completamente ridícula. Es ley universal.
Y cuando digo "ridícula", me refiero a que vas a hacer algo tan estúpido que ella va a pensar que el día anterior fue pura suerte y que en realidad eres un desastre humano con patas.
Lo cual, para ser honesto, no estaba completamente equivocado.
EL DÍA DESPUÉS DEL ELEVADOR
(O como aprendí que la cafeína y los nervios no se mezclan bien.)
Era miércoles por la mañana, y yo llevaba despierto desde las 5 AM pensando en Emma. No de manera acosadora, sino de manera "¿será que le gusté aunque sea un poquito?" que es completamente diferente y totalmente normal.
Obviamente, había practicado frente al espejo diferentes formas de saludarla casualmente cuando la viera en la oficina:
Opción A: "¡Hola! ¿Cómo siguió tu primer día después del incidente del elevador?" (Muy formal. Muy aburrido.)
Opción B: "¡Eh, compañera de supervivencia! ¿Todo bien?" (Muy forzado. Muy molesto.)
Opción C: Solo sonreír y saludar con la mano. (Muy simple. Muy seguro.)
Naturalmente, cuando llegó el momento, no hice ninguna de las tres opciones.
Había llegado extra temprano a la oficina (por si se te ocurre preguntarle a Emma, inventé una junta matutina que no existía). Mi plan era conseguir un café, revisar emails, y estar preparado para cuando ella llegara. Todo muy casual, muy profesional, muy "no estoy obsesionado con la mujer que conocí ayer".
El problema fue que la máquina de café de la oficina había sido diseñada aparentemente por ingenieros sádicos. Era una de esas máquinas italianas súper sofisticadas que necesita un manual de 40 páginas y un doctorado en física para operar. Pero yo soy hombre, y los hombres no leemos manuales. Los hombres adivinamos.
Error número 847 de mi vida.
Después de pelear con la máquina por 15 minutos, apretando botones al azar y maldiciendo en voz baja mientras ella me respondía con pitidos ofendidos, finalmente logré que saliera algo parecido a café. Estaba orgulloso de mi victoria contra la tecnología italiana cuando escuché el ding del elevador (que aparentemente había decidido funcionar perfectamente ahora que ya no me servía de nada).
Y ahí estaba Emma.
Llevaba un vestido azul que hacía que sus ojos se vieran como... no sé, más intensos, más bonitos. Había logrado dominar su pelo rebelde en una cola de caballo que parecía profesional pero que también tenía algunos mechones sueltos que le enmarcaban la cara de una manera que debería ser ilegal.
En resumen: se veía increíble.
Y yo, por supuesto, me quedé viéndola como idiota en lugar de saludar como persona normal.
—¡Matt! —me gritó desde la recepción, levantando la mano para saludar con una sonrisa que iluminó todo el lugar—. ¡Qué bueno verte!
Ah, perfecto. Ella tomó la iniciativa. Solo tenía que responder de manera normal y todo iba a estar bien.
—¡Emma! —grité de vuelta, viendo cómo se acercaba. Y en mi entusiasmo, levanté la mano para saludar.
La mano que tenía el café.
El café que estaba en una taza llena hasta el borde.
El café que, por las leyes de la física y mi pésima coordinación, salió volando en un arco perfecto a través de la oficina.
Directo hacia Emma.
Todo pasó en cámara lenta, como en las películas. Vi el café volar por el aire en gotas perfectas, vi la cara de Emma cambiar de alegría a confusión a horror absoluto, sus ojos siguiendo la trayectoria del líquido marrón que se acercaba a ella, y vi cómo mi cerebro calculaba que tenía exactamente 2.3 segundos para hacer algo antes de arruinar su segundo día de trabajo.
Así que hice lo que cualquier persona racional haría en esa situación.
Me lancé hacia adelante gritando "¡NOOOOOO!" como si fuera una película de acción.
Lo cual, obviamente, empeoró todo.
Porque el café no solo le cayó a Emma. También me cayó a mí cuando me tiré al suelo en mi intento heroico de... no sé qué esperaba lograr. ¿Atrapar el café en el aire? ¿Absorberlo con mi cuerpo como esponja humana?
El caso es que terminamos los dos empapados en café. Emma en el vestido azul (que ahora era azul con manchas marrones), y yo tirado en el suelo como un pescado fuera del agua, también cubierto de café.