Manual para Enamorar a la Persona Correcta

CAPÍTULO 3

TIP #3: ENCUENTRA SU IDIOMA DE AMOR (SIN SER STALKER)

(O cómo descubrir qué la hace feliz observando, no investigando)

Bien, ahora viene la parte donde te enseño la diferencia entre ser atento y ser espeluznante. Es una línea muy fina, mi amigo, y es sorprendentemente fácil cruzarla sin darse cuenta.

REGLA #3: Cada persona tiene su propio idioma de amor, pero no viene con diccionario. Tienes que aprenderlo observando las pequeñas cosas que la hacen sonreír cuando piensa que nadie está viendo.

Y cuando digo "observando", me refiero a prestar atención natural a las cosas que hace, no a seguirla por toda la oficina con una libreta tomando apuntes. Porque eso sería raro. Y probablemente ilegal.

Pero resulta que Emma tenía algunos hábitos muy específicos que, una vez los noté, me dieron una ventana directa a su alma. Y todo empezó con algo que descubrí completamente por accidente mientras esperaba el elevador.

EL DESCUBRIMIENTO DE LAS PLANTAS HUÉRFANAS

Semana 2 de conocer a Emma, Día 4 de estar oficialmente fascinado.

Eran como las 6:30 de la tarde. La oficina estaba prácticamente vacía porque era viernes y todos tenían vida social, excepto yo, que me había quedado hasta tarde terminando un proyecto que podría haber hecho perfectamente el lunes, pero que decidí acabar porque no tenía planes mejores.

(Mentira. Me quedé tarde porque sabía que Emma también se quedaría tarde. Los contadores siempre se quedan hasta tarde los viernes cerrando números de la semana, y yo había desarrollado una estrategia muy sutil de "casualmente" estar disponible cuando ella saliera, por si quería compañía para el trayecto al estacionamiento.)

(No era acoso. Era... planificación estratégica.)

Estaba esperando el elevador, tamborileando los dedos contra mi portafolio, cuando escuché una voz que venía de la dirección de contabilidad. Una voz que estaba... ¿hablando sola?

Obviamente, siendo el ejemplo de madurez que soy, decidí investigar.

Me acerqué muy disimuladamente (o sea, caminé de puntitas como un ninja de oficina) hacia el cubículo de Emma, tratando de hacer el menor ruido posible contra el suelo de linóleo. Y lo que vi me dejó completamente desarmado.

Estaba sentada en su escritorio, pero no estaba trabajando. En lugar de tener hojas de cálculo frente a ella, sostenía una pequeña planta que claramente había visto días mejores. Las hojas estaban amarillas y marchitas, algunas se habían caído y yacían tristes alrededor de la base de la maceta, y en general la planta se veía como si hubiera perdido la voluntad de vivir.

Y Emma le estaba hablando.

—Lo siento mucho, Fernanda —le decía a la planta con voz genuinamente triste, acunándola como si fuera un bebé—. Sé que traté de darte mucha agua al principio, y luego casi nada, y luego otra vez mucha. No soy buena con las rutinas, ¿okay? No es personal.

Hizo una pausa, inclinando la cabeza como si la planta fuera a responder, sus ojos verdes fijos en las hojas amarillas con una concentración total.

—Mira, sé que probablemente es muy tarde para ti, pero te prometo que esta vez va a ser diferente —continuó, acomodando gentilmente una hoja que colgaba precariamente—. Le voy a preguntar a mi mamá cuánta agua necesitas exactamente. Voy a poner alarmas en mi teléfono. Voy a ser la mejor mamá de plantas del mundo.

Otra pausa, más larga esta vez, mientras observaba la planta con esperanza.

—¿Por favor? ¿Una oportunidad más?

Juro por todo lo sagrado que en ese momento se me derritió el corazón. Esta mujer le estaba pidiendo perdón a una planta moribunda con la misma seriedad y ternura que si fuera una conversación importante con un ser humano.

Y luego hizo algo que terminó de destruirme emocionalmente.

Muy cuidadosamente, como si fuera de cristal, puso la planta de vuelta en su lugar. Luego, sacó una botellita de agua de su bolsa y le echó exactamente tres gotas.

—Ahí tienes —murmuró, su voz apenas audible—. Solo un poquito. No quiero ahogarte otra vez.

Se quedó ahí sentada por un momento más, con las manos entrelazadas en su regazo, mirando la planta como si estuviera enviándole buenas vibras telepáticamente.

—Emma —dije, porque no pude contenerme más.

Se volteó hacia mí tan rápido que casi se cae de la silla, sus ojos abriéndose enormes y llevándose una mano al pecho.

—¡Matt! ¿Qué haces aquí? ¡Casi me matas del susto! —exclamó, con la respiración agitada.

—Lo siento, no quería asustarte. Es que escuché voces y...

—¿Escuchaste voces? —preguntó, con una expresión de pánico creciente.

—Bueno, escuché TU voz. Hablando con... —miré hacia la planta y sonreí— ¿Fernanda?

Emma se puso roja como tomate, cubriéndose la cara con ambas manos.

—Ay, Dios. Me escuchaste hablar con la planta —gimió desde detrás de sus manos.

—Sí —admití, tratando de no sonar demasiado divertido.



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En el texto hay: comedia, romance de oficina, amistad amor drama

Editado: 23.09.2025

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