TIP #4: LOS ALMUERZOS SON CAMPOS DE BATALLA
(Y el refrigerador de la oficina es territorio de guerra)
Amigo, si hay algo que debes entender sobre las oficinas modernas es esto: el refrigerador comunitario no es solo un electrodoméstico. Es un ecosistema complejo lleno de jerarquías sociales, territorios no escritos, y más drama que una telenovela.
Y resulta que Emma era la defensora no oficial de la justicia refrigeradora.
REGLA #4: En el ecosistema de la oficina, la hora del almuerzo revela la verdadera personalidad de las personas. Ahí es donde ves quién comparte, quién roba, quién se preocupa por otros, y quién es básicamente un salvaje.
Y si quieres entender realmente a alguien, no la observes en una presentación o en una junta. Obsérvala durante la guerra diaria que es conseguir comida en una oficina llena de adultos que aparentemente nunca aprendieron a compartir.
LA GRAN GUERRA DEL REFRIGERADOR
Mes 2 de conocer a Emma, Semana 1 de estar oficialmente fascinado con sus cruzadas morales.
Todo empezó un martes que iba a ser perfectamente normal hasta que Emma descubrió un crimen contra la humanidad.
Yo estaba en mi escritorio, pretendiendo trabajar pero en realidad esperando a que fuera hora de almuerzo para poder "casualmente" estar en la cocina al mismo tiempo que Emma (sí, mis estrategias seguían siendo patéticamente obvias), cuando escuché un grito que hizo que todo el piso volteara a ver.
—¡ESTO ES INACEPTABLE!
El grito venía de la cocina. Me levanté de mi silla tan rápido que la hice girar.
—¡ES COMPLETAMENTE INACEPTABLE!
Obviamente, siendo el ciudadano preocupado que soy, fui a investigar. Junto con básicamente todos los demás en el piso, formando una pequeña multitud que se acercaba cautelosamente hacia la fuente del escándalo.
Emma estaba parada frente al refrigerador abierto, sosteniendo una bolsa de papel vacía como si fuera evidencia de un asesinato. Su rostro mostraba una expresión de indignación moral que habría impresionado a cualquier activista de derechos humanos, con las mejillas ligeramente sonrojadas por la ira y los ojos verdes brillando con una intensidad que nunca había visto.
—¿Qué pasó? —preguntó Carol, que había llegado corriendo desde contabilidad con una expresión de alarma genuina.
—¡Alguien se robó el almuerzo de Bob! —declaró Emma, sosteniendo la bolsa vacía en alto como si fuera una bandera de guerra.
Bob era el conserje del edificio. Un señor de como 60 años que siempre llevaba su almuerzo en una bolsa de papel marrón con su nombre escrito en marcador negro. Todos lo conocíamos porque siempre saludaba a todo el mundo con una sonrisa, y porque ocasionalmente nos salvaba cuando se nos trababa algo en la máquina de café.
—¿Cómo sabes que se lo robaron? —preguntó alguien desde atrás del grupo—. Tal vez se lo llevó a otro lado.
Emma lo miró como si acabara de sugerir que la tierra es plana, entrecerrando los ojos con una mezcla de incredulidad y frustración.
—Su almuerzo siempre está aquí hasta las 12:30. Bob almuerza todos los días a las 12:30 exactamente, en la mesa de la esquina, leyendo el periódico deportivo —explicó, gesticulando hacia la mesa vacía—. Son las 12:15 y la bolsa está vacía. Alguien se robó su comida.
—Tal vez Bob cambió de rutina —sugirió otra persona, encogiéndose de hombros.
Emma se volteó hacia esa persona con una expresión que podría haber derretido acero.
—Bob no cambia de rutina. Bob es la persona más consistente del planeta. Si su bolsa está vacía a las 12:15, es porque alguien se robó su almuerzo.
La forma en que Emma dijo esto, con total convicción y una indignación genuina, me hizo darme cuenta de algo importante: Emma prestaba atención a la gente. No solo a las personas que le importaban personalmente, sino a todos. Conocía las rutinas de Bob, se preocupaba por su bienestar, y estaba genuinamente enojada porque alguien había violado su almuerzo.
—¿Y qué propones que hagamos? —preguntó Carol con esa voz que usa cuando piensa que alguien está siendo dramático, cruzándose de brazos.
—Vamos a encontrar al culpable —declaró Emma, cerrando el refrigerador con más fuerza de la necesaria.
—Emma, no podemos investigar un robo de almuerzo como si fuera un asesinato.
—¿Por qué no? —preguntó Emma, volteándose completamente hacia Carol con determinación feroz.
—Porque es un sándwich.
—No es "un sándwich", Carol —rebatió, dando un paso adelante y señalando con el dedo—. Es EL sándwich de Bob. Que él preparó esta mañana, que guardó aquí confiando en que estaría seguro, y que alguien se robó sin pensarlo dos veces.
—Emma... —empezó Carol, con un tono que sugería que estaba perdiendo la paciencia.
—¿Sabes qué tipo de persona se roba el almuerzo de otra persona? —interrumpió Emma, con las manos en las caderas.
—¿Alguien con hambre? —sugirió Carol con sarcasmo.