TIP #5: NUNCA SUBESTIMES EL PODER DE UN MAL DÍA
(O cómo ser útil sin ser invasivo cuando todo se está desmoronando)
Querido amigo, hasta ahora te he contado sobre los momentos divertidos, los desastres cómicos, y las pequeñas victorias cotidianas. Pero ahora viene la parte importante: qué pasa cuando la persona que te gusta está teniendo el peor día de su vida.
REGLA #5: Los malos días no son obstáculos para el romance. Son oportunidades para demostrar quién eres realmente cuando alguien te necesita.
Pero aquí está la cosa: hay una línea muy fina entre ser útil y ser invasivo. Entre estar ahí para alguien y asumir que puedes arreglar todos sus problemas. Y esa línea es especialmente difícil de navegar cuando estás secretamente enamorado de la persona que está sufriendo.
Porque lo que quieres hacer es envolver a esa persona en una burbuja protectora y resolver todos sus problemas con la fuerza de tu amor y tu buena voluntad.
Lo que necesitas hacer es estar presente sin ser abrumador, ser útil sin ser condescendiente, y ofrecer apoyo sin asumir que lo necesita.
Es complicado.
Pero Emma me enseñó cómo hacerlo bien el día que llegó a la oficina llorando.
EL DÍA QUE TODO SE ROMPIÓ
Mes 3 de conocer a Emma, El día que mi corazón se hizo pedazos al ver el suyo roto.
Era jueves por la mañana, y yo estaba en mi escritorio tomando mi segundo café del día (había aprendido a mantener distancia segura de cualquier líquido cuando Emma estaba cerca) cuando escuché el ding del elevador.
Pero esta vez no hubo el sonido de tacones que usualmente acompañaba la llegada de Emma. No hubo el "Buenos días" alegre que le decía a todo el mundo. No hubo el ruido de la bolsa siendo organizada y plantas siendo saludadas.
Había silencio.
Levanté la vista de mi pantalla y miré hacia la recepción. Y la vi.
Emma estaba parada junto al elevador, completamente inmóvil, con los ojos rojos e hinchados y cara de haber llorado todo el trayecto al trabajo. Llevaba la misma ropa del día anterior, pero arrugada, como si hubiera dormido con ella puesta. Su bolsa estaba medio abierta y podía ver que las cosas estaban tiradas adentro sin organización, lo cual era completamente fuera de carácter para ella.
Se veía destrozada.
Mi primera reacción fue levantarme inmediatamente de mi silla y correr hacia ella para preguntar qué había pasado y cómo podía ayudar.
Mi segunda reacción, la que afortunadamente prevaleció, fue darme cuenta de que eso sería exactamente lo incorrecto que hacer.
Emma no había llegado a la oficina para pedir ayuda. Había llegado a trabajar porque probablemente era lo único normal que podía hacer en lo que obviamente había sido una noche horrible.
Así que en lugar de correr hacia ella como un golden retriever preocupado, hice algo mucho más difícil: la observé desde la distancia para ver qué necesitaba.
Emma se quedó parada por unos segundos más, con la mano aún en la puerta del elevador, como si estuviera juntando fuerzas para caminar hacia su escritorio. Su respiración era visible, pequeñas exhalaciones temblorosas que sugerían que estaba al borde de otro colapso emocional.
Luego, muy lentamente, como si cada paso requiriera un esfuerzo enorme, se dirigió hacia contabilidad.
Pasó junto a mi escritorio sin verme. O tal vez me vio pero estaba demasiado concentrada en no derrumbarse públicamente para saludar. Sus pasos eran desiguales, como si estuviera caminando en piloto automático.
Se sentó en su escritorio con movimientos mecánicos, encendió su computadora con dedos que temblaban ligeramente, y empezó a trabajar como si nada hubiera pasado.
Excepto que cada pocos minutos se limpiaba los ojos discretamente con el dorso de la mano.
Y cada vez que sonaba su teléfono, lo miraba como si fuera una bomba a punto de explotar antes de decidir si contestar o no, con el cuerpo tenso y listo para malas noticias.
Y no le había hablado a ninguna de sus plantas.
Emma SIEMPRE les hablaba a sus plantas cuando llegaba. Era su ritual matutino, tan consistente como el amanecer. El hecho de que las hubiera ignorado completamente me confirmó que algo estaba muy, muy mal.
Pasé la siguiente hora fingiendo trabajar mientras en realidad observaba a Emma con mi visión periférica. Tratando de decidir cuál era la manera correcta de ofrecerle apoyo sin invadir su espacio.
El problema era que yo no sabía qué había pasado. ¿Problemas familiares? ¿Problemas de dinero? ¿Una ruptura? (Por favor que no fuera una ruptura.) ¿Problemas de salud?
Y si no sabía cuál era el problema, ¿cómo podía ofrecer la solución correcta?
Respuesta: no podía.
Pero podía ofrecer lo único que sabía que necesitaba cualquier persona que estuviera pasando por algo difícil: la opción de no estar sola.
LA ESTRATEGIA DEL CAFÉ Y LA DISTANCIA RESPETUOSA