Manual para no enamorarse de vos

Regla #1: No le contés todo a alguien que sabés que no vas a volver a ver. A veces se quedan.

Marina llegó a la clase veinte minutos tarde porque había estado en la fila de la cafetería debatiendo internamente si necesitaba más cafeína o menos excusas para procrastinar. Cuando empujó la puerta del aula 302, todas las cabezas se giraron hacia ella con esa mezcla de curiosidad y fastidio que provocan las interrupciones.

—Disculpe, profesora —murmuró, buscando un asiento vacío.

La única silla libre estaba junto a un chico que miraba hacia la ventana como si esperara que alguien viniera a rescatarlo de ahí. Tenía los auriculares puestos —medio colgando, no completamente— y una expresión que Marina reconoció inmediatamente: el rostro universal de "¿por qué me anoté en esta materia?"

Se dejó caer en la silla con más ruido del necesario. Él la miró de reojo, sin quitarse los auriculares.

—¿También vienes por los créditos fáciles? —le preguntó Marina en voz baja, sacando una libreta que no tenía intención de usar.

El chico tardó un segundo en responder, como si estuviera calculando si valía la pena entrar en una conversación.

—Sebastián —dijo finalmente, quitándose un auricular—. Y sí, completamente por los créditos.

—Marina. Y mentí, yo en realidad pensé que iba a ser interesante.

—¿Literatura Contemporánea Argentina? —Sebastián la miró con genuina sorpresa—. ¿En serio?

—Bueno, no tan interesante —admitió ella, mirando hacia el frente donde la profesora hablaba sobre cronologías que sonaban como números de teléfono—. Pero soy de esas personas que se convencen de que van a cambiar cuando se anotan en materias nuevas.

—¿Y funciona?

—Claramente no, porque llegué tarde y ya estoy planificando mentalmente qué voy a almorzar.

Sebastián se rió. No fue una risa cortés, sino una real, de esas que escapan sin permiso.

La profesora los miró con desaprobación. Ambos fingieron prestar atención durante exactamente tres minutos antes de que Marina garabateara en el margen de su libreta: "Esta clase es un limbo educativo".

Sebastián leyó por encima del hombro y escribió debajo: "Al menos el limbo tiene aire acondicionado".

Siguieron así el resto de la clase, intercambiando comentarios escritos que eran más divertidos que cualquier cosa que estuviera pasando al frente. Cuando sonó el timbre, Marina sintió algo raro: decepción de que se terminara.

Salieron juntos sin haberlo acordado. Sebastián caminaba despacio, como si no tuviera prisa por llegar a ningún lado.

—¿Siempre sos así de honesta con desconocidos? —preguntó cuando ya estaban en el pasillo.

—¿Así cómo?

—No sé. Sin filtro. Como si no te importara quedar bien.

Marina se detuvo. La pregunta la había agarrado desprevenida, porque era más perceptiva de lo que esperaba de alguien que llevaba auriculares en clase.

—No es que no me importe —dijo, ajustándose la correa de la mochila—. Es que... supongo que si alguien no me va a volver a ver, no tiene mucho sentido fingir ser otra persona.

—¿Y yo no te voy a volver a ver?

Era una pregunta simple, pero Marina sintió que había algo más atrás. Una especie de invitación disfrazada de curiosidad.

—No sé —respondió, siendo honesta—. ¿Vos querés?

Sebastián sonrió de una forma que no terminaba de ser sonrisa.

—Todavía no decidí si me caés bien o si me das un poco de miedo.

—Perfecto —dijo Marina—. Esa es exactamente la impresión que busco causar.

Se despidieron sin intercambiar números, sin hacer planes, sin promesas. Pero mientras caminaba hacia su siguiente clase, Marina pensó que tal vez había sido demasiado honesta demasiado rápido. Y que tal vez eso había sido exactamente el error que necesitaba cometer.

Esa noche, abrió un documento nuevo en su computadora y escribió:

Manual para no enamorarse de vos

Regla #1: No le contés todo a alguien que sabés que no vas a volver a ver. A veces se quedan.

Lo escribió como broma. Como una nota mental absurda para recordarse de no repetir el patrón. Lo que no esperaba era que iba a necesitar más reglas.




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