Manual para no enamorarse de vos

Regla #4: No respondás a mensajes que no dicen nada. Las intenciones vagas esconden ganas muy claras.

El primer mensaje llegó un jueves a las 11:47 PM.

Marina estaba en la cama, navegando sin propósito entre aplicaciones, en ese estado de semi-vigilia donde no tenés sueño pero tampoco ganas de hacer nada productivo. El celular vibró con una notificación.

Sebastián: ¿te acordás del nombre de la profesora?

Ella lo leyó dos veces. Era una pregunta simple, práctica. El tipo de mensaje que se manda cuando necesitás información específica.

Pero eran casi las doce de la noche de un jueves.

Y él había tenido toda la semana para preguntar eso.

Marina escribió "Prof. Martínez" y estuvo a punto de enviarlo. Pero se detuvo. Borró el mensaje. Volvió a escribirlo. Lo volvió a borrar.

Después de cinco minutos de escribir y borrar respuestas, mandó:

Marina: ¿para qué necesitás saberlo a esta hora?

La respuesta llegó inmediatamente, como si hubiera estado esperando con el teléfono en la mano.

Sebastián: no podía dormir y me acordé que tengo que entregar algo mañana

Marina: martínez. pero creo que es mentira que no podías dormir.

Hubo una pausa larga. Marina vio que estaba escribiendo, que dejaba de escribir, que volvía a escribir.

Sebastián: tenés razón. no podía dormir, pero no por eso.

Marina: ¿por qué entonces?

Otra pausa. Más larga.

Sebastián: porque estaba pensando en nuestra conversación del miércoles.

Marina sintió algo moverse en su estómago. Una mezcla de satisfacción y alarma.

Marina: ¿qué específicamente?

Sebastián: en que dijiste que te daba miedo que fuera demasiado fácil seguir viéndome.

Marina: ¿y?

Sebastián: y que yo dije que esperé a ver si aparecías el lunes.

Marina: sí, me acuerdo.

Sebastián: ¿no te parece raro que dos personas que se conocieron hace tres semanas estén hablando así?

Marina miró la pregunta durante un rato largo. Era la pregunta que había estado evitando hacerse a sí misma.

Marina: sí. super raro.

Sebastián: pero no incómodo.

Marina: no. no incómodo.

Sebastián: entonces ¿qué es?

Marina se incorporó en la cama. No era una conversación para tener acostada.

Marina: no sé cómo llamarlo. pero me gusta y eso me asusta.

Sebastián: ¿por qué te asusta que te guste?

La pregunta era directa de una forma que Marina no esperaba. No había espacio para evasivas.

Marina: porque cuando me gusta alguien muy rápido generalmente significa que estoy llenando algún vacío con esa persona. y cuando el vacío se llena de otra forma, la persona sobra.

Sebastián: ¿y creés que eso es lo que está pasando?

Marina: no lo sé. ¿vos cómo sabés cuando algo es real o cuando es sólo necesidad?

Sebastián: no tengo idea. pero creo que si fuera solo necesidad no estaríamos teniendo esta conversación a las 12:30 AM

Marina miró la hora. Tenía razón.

Marina: ¿entonces qué creés que es?

Sebastián: creo que sos la primera persona en mucho tiempo con la que puedo hablar sin sentir que tengo que fingir algo.

Marina: ¿eso es bueno o malo?

Sebastián: es aterrador.

Marina se rió sola en su cuarto. Una risa baja, casi un suspiro.

Marina: sí, también para mí.

Sebastián: ¿qué hacemos con eso?

Marina: no sé. ¿seguir siendo honestos hasta que duela?

Sebastián: suena como un plan terrible.

Marina: los mejores planes siempre son terribles.

Hablaron hasta las dos de la mañana. No de cosas profundas, después de esa conversación. De series que habían visto, de libros que querían leer, de lugares donde habían crecido. Cosas simples que se sentían importantes por el contexto.

Cuando Marina finalmente se durmió, fue con el celular sobre la almohada, como si la conversación fuera algo físico que no quería que se fuera.

Al día siguiente, durante la clase, se miraron diferente. No como extraños que se estaban conociendo, sino como cómplices de algo que había pasado en la oscuridad.

Después de la clase, caminando hacia la cafetería que ya se estaba convirtiendo en su lugar, Sebastián le preguntó:

—¿Te arrepentís de anoche?

—No —respondió Marina—. Pero creo que debería.

—¿Por qué?

—Porque empezamos a hablar como si esto fuera a algún lado.

—¿Y no puede ir a algún lado?

Marina se detuvo. Era la pregunta que había estado evitando desde el primer día.

—No lo sé —dijo—. Nunca sé hacia dónde van las cosas. Solo sé cuándo empiezan a ir demasiado rápido para controlarlas.

—¿Y esto va demasiado rápido?

Ella lo miró. Sebastián tenía esa expresión seria que ponía cuando una pregunta le importaba realmente.

—Sí —dijo Marina—. Pero ya no me importa tanto controlar las cosas.

Esa noche, agregó una nueva regla a su documento:

Regla #4: No respondás a mensajes que no dicen nada. Las intenciones vagas esconden ganas muy claras.

Pero mientras la escribía, sabía que ya había roto esa regla. Y que probablemente la iba a volver a romper.




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