Manual para no enamorarse de vos

Regla #5: No esperés que te escriba. Y no te mintás si te molesta que no lo haga.

Marina se dio cuenta de que estaba esperando el mensaje cuando miró el celular por octava vez en media hora.

Era sábado por la tarde y no tenía nada específico que hacer, lo cual normalmente le parecía perfecto. Pero ahora se sentía extraño estar sola con sus pensamientos después de una semana de conversaciones constantes con Sebastián. No todos los días, pero sí lo suficiente como para que su ausencia se sintiera como un espacio en blanco.

Había sido ella quien había terminado la conversación del día anterior. Un "nos vemos el lunes" después de clase, normal, sin dramática. Pero ahora, veinticuatro horas después, se dio cuenta de que había estado esperando subconscientemente que él le escribiera algo. Cualquier cosa.

Y no lo había hecho.

Lo que era perfectamente razonable. No tenían ningún acuerdo. No eran novios. Ni siquiera sabía bien qué eran.

Pero la molestaba igual.

La molestaba que le molestara.

Se levantó del sillón donde había estado fingiendo leer y fue a la cocina. Preparó un té que no quería, reorganizó la alacena que ya estaba ordenada, lavó platos que ya estaban limpios. Actividades para mantener las manos ocupadas mientras su cerebro corría en círculos.

¿Por qué esperaba que le escribiera? ¿Desde cuándo necesitaba validación constante de alguien que conocía desde hace un mes?

Su celular sonó.

Marina casi corrió a ver quién era.

Era su hermana, preguntando si quería ir al cine esa noche.

La decepción fue desproporcionada y embarazosa.

—¿Estás bien? —le preguntó Clara cuando Marina tardó demasiado en responder—. Sonás rara.

—Estoy bien. ¿A qué hora es la película?

—A las ocho. Pero Marina, en serio, ¿pasa algo?

Clara tenía dos años más que ella y ese radar hermana mayor que detectaba problemas emocionales a distancia.

—No pasa nada grave —dijo Marina, sentándose en el suelo de la cocina—. Solo... ¿vos alguna vez te diste cuenta de que estabas esperando algo de alguien sin haberle pedido que te lo diera?

—Ah —dijo Clara—. ¿Chico nuevo?

—No es mi chico. Es... complicado.

—¿Complicado cómo? ¿Está en una relación? ¿Vive en otro país? ¿Es tu profesor?

—No, nada de eso. Es complicado porque no sé qué quiero de él, pero me molesta cuando no me da cosas que no le pedí.

Clara se rió.

—Eso no es complicado, eso es estar colgada de alguien y no querer admitirlo.

—No estoy colgada.

—Marina, estás en el piso de la cocina analizando por qué no te escribió un mensaje. Eso es estar colgada.

Marina apoyó la cabeza contra la puerta de la heladera.

—¿Qué hago?

—¿Querés que te escriba?

—Sí. Pero no quiero querer que me escriba.

—¿Y por qué no?

Marina pensó en cómo explicar eso sin sonar completamente neurótica.

—Porque si empiezo a esperar cosas de él, después duele cuando no las hace. Y si duele, significa que me importa más de lo que debería importarme alguien que conocí hace cuatro semanas.

—¿Y si te importa más de lo que debería, significa qué?

—Significa que estoy haciendo algo mal. Otra vez.

Hubo una pausa del otro lado de la línea.

—Mari —dijo Clara, con esa voz suave que usaba cuando iba a decir algo importante—. ¿Te acordás de lo que pasó con Tomás?

Marina cerró los ojos. Tomás era su ex de hace dos años. El que había aparecido en su vida como una tormenta, había llenado todos sus espacios libres durante seis meses, y después había desaparecido una mañana sin explicación, dejando solo un mensaje de texto que decía "necesito tiempo para pensar".

—Sí, me acuerdo.

—¿Y te acordás de lo que me dijiste después?

—Que había sido una idiota por confiar tan rápido.

—No. Me dijiste que el problema no era que habías confiado rápido. Era que no habías prestado atención a las señales de que él no estaba en el mismo lugar emocional que vos.

Marina abrió los ojos.

—¿Cuál es tu punto?

—Mi punto es que este Sebastián, ¿te está dando señales de que no está en el mismo lugar que vos?

Marina pensó en las conversaciones hasta las dos de la mañana. En cómo la había esperado cuando no fue a clase. En la forma en que la miraba cuando hablaban.

—No —admitió—. Creo que está tan confundido como yo.

—Entonces tal vez el problema no es que estés esperando que te escriba. Tal vez el problema es que tenés miedo de escribirle vos.

Después de colgar con Clara, Marina se quedó en la cocina por un rato más, mirando su celular.

Abrió el chat con Sebastián. La última conversación había sido ayer, después de clase. Nada dramático, nada que requiriera respuesta.

Escribió: "¿cómo va tu sábado?"

Lo borró.

Escribió: "estaba pensando en eso que dijiste ayer sobre..."

Lo borró.

Escribió: "¿tenés ganas de hacer algo hoy?"

Lo borró.

Al final no escribió nada. Pero se dio cuenta de que el problema no era que esperaba que él le escribiera. El problema era que tenía miedo de tomar la iniciativa porque eso significaría admitir que quería hablar con él.

Y admitir que quería hablar con él significaría admitir que le importaba.

Y admitir que le importaba significaría admitir que ya no tenía tanto control sobre la situación como pretendía.

Esa noche, después del cine con Clara, abrió su documento y escribió:

Regla #5: No esperés que te escriba. Y no te mintás si te molesta que no lo haga.

Pero después agregó, en letra más chica:

Corolario: Si querés que alguien te escriba, escribile vos primero. El orgullo es más caro que la honestidad.

No estaba segura de si eso era parte de la regla o la excepción que la anulaba.

El domingo por la mañana, Sebastián le escribió:

Sebastián: ¿leíste algo bueno este fin de semana?

Marina miró el mensaje durante un minuto completo antes de responder. No porque no supiera qué decir, sino porque se dio cuenta de que había estado esperando exactamente eso.




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