El experimento funcionó por exactamente cinco días.
El lunes, Sebastián le escribió a Marina una foto de su café matutino con el mensaje: "oficialmente empezando el día fingiendo que soy una persona funcional". Ella le respondió con una foto de su tostada quemada: "al menos tu cafeína no está carbonizada".
El martes intercambiaron opiniones sobre una película que ambos habían odiado pero habían terminado de ver por terquedad.
El miércoles, Marina le contó sobre una discusión que había tenido con su jefe sobre un proyecto que sabía que estaba mal enfocado pero que él insistía en defender. Sebastián le escribió un párrafo entero sobre por qué odiaba cuando la gente confundía obstinación con liderazgo.
El jueves se mandaron memes sobre la clase de literatura que cada vez les parecía más absurda.
El viernes, Marina le escribió: "mi hermana dice que sueno diferente cuando hablo de vos".
Y ahí se rompió el hechizo.
Porque Sebastián no respondió por seis horas. Y cuando lo hizo, fue con un simple: "jaja, ¿diferente cómo?"
El cambio de tono era sutil pero Marina lo sintió como un portazo. Era la diferencia entre alguien que está presente en la conversación y alguien que está respondiendo por cortesía.
El sábado no se escribieron nada.
El domingo, Marina se despertó con una sensación extraña en el estómago. No era exactamente ansiedad, pero sí esa inquietud que viene de saber que algo había cambiado sin entender qué.
Decidió confrontarlo directamente. Le escribió:
Marina: ¿hice algo mal o estás procesando lo que dije sobre mi hermana?
La respuesta llegó después de dos horas:
Sebastián: no hiciste nada mal. estoy bien.
Marina: "estoy bien" es lo que dice la gente cuando definitivamente no está bien.
Sebastián: a veces estoy bien es solo estoy bien.
Marina: ¿y otras veces?
Otra pausa larga.
Sebastián: otras veces es "estoy asustado pero no sé cómo explicarlo sin sonar como un cobarde"
Marina: podés intentar explicármelo como un cobarde, a ver qué pasa.
Sebastián: tu hermana dice que sonás diferente cuando hablás de mí. ¿qué significa eso exactamente?
Marina: significa que cuando menciono tu nombre, ella dice que mi voz cambia. que sueno... no sé, más viva o algo así.
Sebastián: ¿y eso te parece bueno o malo?
Marina: me parece aterrador. pero del tipo de aterrador que tal vez vale la pena.
Sebastián: ahí está el problema.
Marina: ¿cuál problema?
Sebastián: que para vos tal vez vale la pena, y para mí tal vez no sé si puedo estar a la altura de eso.
Marina miró el mensaje durante un rato largo. Había honestidad ahí, pero también algo que se parecía peligrosamente a una retirada estratégica.
Marina: ¿a la altura de qué específicamente?
Sebastián: de ser la razón por la que alguien suena más viva.
Marina: ¿y si no te pidiera que fueras la razón de nada? ¿y si solo te pidiera que estés?
Sebastián: pero es lo mismo. si estoy y vos sonás más viva, y después me voy o la cago de alguna forma, entonces soy responsable de que vuelvas a sonar apagada.
Marina sintió algo doloroso y familiar. El sonido de alguien construyendo argumentos para justificar una huida.
Marina: ¿sabés qué me parece más cobarde que tener miedo?
Sebastián: qué.
Marina: decidir por mí qué es lo que me va a lastimar.
Sebastián: no estoy decidiendo por vos. estoy siendo honesto sobre mis limitaciones.
Marina: ¿cuáles limitaciones?
Sebastián: no soy bueno quedándome. cuando las cosas se ponen muy reales, encuentro formas de arruinarlas antes de que me lastimen.
Marina: ¿y no te parece que ya estás haciendo eso?
El mensaje se quedó en "leído" por mucho tiempo.
Finalmente, Sebastián respondió:
Sebastián: sí. pero no sé cómo parar.
Marina: ¿querés que nos veamos mañana después de clase?
Sebastián: ¿para qué?
Marina: para que me digas en persona que tenés miedo, en lugar de desaparecer de a poquito por chat.
Sebastián: ¿y si te lo digo en persona y después igual me quiero ir?
Marina: entonces te vas. pero al menos no vas a poder pretender después que no sabía lo que estaba pasando.
Sebastián tardó media hora en responder.
Sebastián: está bien. nos vemos mañana.
Esa noche, Marina abrió su documento. Había estado evitando escribir reglas nuevas desde el experimento, como si hacerlo fuera admitir que había fallado.
Pero ahora tenía algo que decir:
Regla #7: No asumás que los demás olvidan lo que vos intentás esconder.
Y después agregó:
Nota: La gente que tiene miedo de lastimar a otros generalmente termina lastimándolos exactamente de la forma que querían evitar. El autoboicot es una profecía autocumplida disfrazada de consideración.
No estaba segura de si estaba escribiendo sobre Sebastián o sobre ella misma.
Tal vez sobre ambos.
El lunes llegó con esa lluvia fina que hace que todo se vea borroso. Marina llegó a clase temprano y se sentó en su lugar de siempre. Sebastián entró justo cuando sonaba el timbre, se sentó a su lado sin hacer contacto visual, y sacó su libreta.
Durante toda la clase, ninguno escribió comentarios en los márgenes.
Cuando terminó, Marina esperó a que él guardara sus cosas.
—¿Cafetería? —preguntó.
Sebastián asintió.