Manual para no enamorarse de vos

Regla #8: No digás lo que sentís si no estás listo para escuchar la respuesta.

La conversación en la cafetería había sido honesta, pero Marina se dio cuenta de que había una diferencia entre hablar sobre el miedo y vivirlo día a día.

Durante las siguientes dos semanas, desarrollaron una rutina extraña. Se escribían por las mañanas, se sentaban juntos en clase, a veces tomaban café después. Pero había una tensión constante, como si ambos estuvieran caminando sobre vidrio.

Sebastián estaba tratando de quedarse, pero Marina podía ver el esfuerzo que le costaba. A veces se quedaba callado en medio de conversaciones, con esa expresión de alguien que está peleando internamente consigo mismo. Otras veces preguntaba cosas como "¿estás segura de que esto no es demasiado complicado?" o "¿no te parece que deberíamos ir más lento?"

Marina, por su parte, se descubrió monitoreando cada gesto, cada cambio de tono, cada pausa larga en los mensajes. Estaba hipervigilante a cualquier señal de que él estaba empezando a alejarse otra vez.

Era agotador para ambos.

El miércoles de la tercera semana, algo cambió.

Habían ido a una librería después de clase porque Marina quería buscar un libro para un ensayo. Mientras ella revisaba los estantes de literatura contemporánea, Sebastián se había quedado en la sección de autoayuda, hojeando libros con títulos como "Cómo superar el miedo al compromiso" y "Attachment: Por qué amamos de la forma que amamos".

—¿Buscás algo específico? —le preguntó Marina cuando se acercó.

—Tratando de entender por qué soy así —dijo él, cerrando un libro sobre teoría del apego—. Hay como cincuenta libros acá que básicamente describen mi vida.

—¿Y te sirve leerlo?

—Me hace sentir menos raro. Pero no me dice qué hacer con eso.

Marina tomó el libro que él había estado leyendo y leyó la contraportada.

—¿Querés que lo compremos? —dijo—. Podemos leerlo juntos.

Sebastián la miró con sorpresa.

—¿En serio querés leer un libro de psicología conmigo?

—Quiero entender cómo funciona tu cabeza. Y tal vez la mía también.

Compraron dos libros: uno sobre apego evitativo y otro sobre ansiedad en las relaciones. Se fueron a un café nuevo, se sentaron uno frente al otro, y empezaron a leer fragmentos en voz alta.

"Las personas con apego evitativo frecuentemente experimentan el amor como una amenaza a su autonomía," leyó Sebastián. Se detuvo. "Literalmente soy un estereotipo ambulante."

"Las personas con ansiedad de apego tienden a interpretar señales ambiguas como signos de rechazo," leyó Marina. "Y yo soy otro estereotivo ambulante."

Se miraron y se rieron. Era la primera vez en semanas que se reían juntos sin que se sintiera forzado.

—¿Sabés qué es lo más raro? —dijo Sebastián—. Leer esto me hace dar cuenta de que no soy malvado ni vos sos loca. Solo tenemos sistemas de alarma emocionales que están desalineados.

—¿Cómo es eso?

—Tu sistema de alarma dice "cuidado, se va a ir". Mi sistema de alarma dice "cuidado, te está pidiendo demasiado". Y entonces vos interpretás mi necesidad de espacio como confirmación de que me voy a ir, y yo interpreto tu necesidad de cercanía como presión.

Marina procesó eso.

—Es como si estuviéramos hablando idiomas diferentes.

—Exacto. Pero al menos ahora sabemos que estamos hablando idiomas diferentes, en vez de asumir que el otro es un hijo de puta.

Siguieron leyendo y hablando por dos horas. Por primera vez, sus patrones de comportamiento tenían nombre y contexto. No los justificaba, pero los explicaba.

—¿Puedo decirte algo? —dijo Marina cuando ya estaba oscureciendo.

—Sí.

—Me gustás. No como algo casual o temporal. Me gustás de una forma que me da ganas de aprender tu idioma emocional en vez de esperar que hables el mío.

Sebastián la miró durante un largo momento.

—A mí también me gustás así —dijo—. Y eso me sigue asustando. Pero ya no me asusta tanto que quiera huir automáticamente.

—¿Qué cambió?

—Creo que... entender por qué reacciono como reacciono me da más opciones. Antes era automático. Ahora puedo elegir.

—¿Y qué elegís?

—Por ahora, quedarme. Un día a la vez.

Marina sintió algo que no había sentido en mucho tiempo: esperanza sin pánico.

—¿Podemos hacer otro experimento? —preguntó.

—¿Cuál?

—Uno donde cuando tu sistema de alarma dice "cuidado, te está pidiendo demasiado", me lo decís en vez de alejarte. Y cuando mi sistema de alarma dice "cuidado, se va a ir", te pregunto directamente en vez de buscar señales ocultas.

—Suena más difícil que el experimento anterior.

—Sí, pero también más real.

Sebastián estiró su mano sobre la mesa. Marina la tomó.

—Está bien —dijo él—. Pero vas a tener que ser paciente conmigo cuando me cueste.

—Y vos vas a tener que ser paciente conmigo cuando me ponga ansiosa por nada.

—Trato hecho.

Esa noche, Marina abrió su documento y escribió:

Regla #8: No digás lo que sentís si no estás listo para escuchar la respuesta.

Pero después la tachó y escribió:

Regla #8 (revisada): Decí lo que sentís cuando estés listo para tener una conversación real sobre eso, no solo para descargarte.

Y después agregó:

Experimento #2: A veces, entender por qué reaccionás como reaccionás es el primer paso para elegir reaccionar diferente.

Se quedó mirando la pantalla por un rato. El documento se estaba convirtiendo en algo diferente de lo que había empezado. Ya no era solo un manual para no enamorarse. Era un mapa de cómo dos personas podían aprender a quererse sin lastimarse tanto en el proceso.

No era más fácil que evitar el amor.

Pero se sentía más real.

Y por primera vez, "real" no le daba tanto miedo como le daba curiosidad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.