El primer test real de su nueva dinámica llegó de la forma más inesperada: Clara decidió aparecer sin avisar.
Marina estaba en su cocina preparando el almuerzo cuando sonó el timbre. Sebastián estaba en el living, leyendo uno de sus manuales mientras ella cocinaba. Llevaban haciendo eso los últimos tres domingos: él venía, traía café, ella cocinaba algo simple, y pasaban la tarde leyendo cada uno por su cuenta pero en el mismo espacio.
Era muy doméstico. Y a ninguno de los dos les daba pánico admitirlo.
—¿Esperás a alguien? —preguntó Sebastián desde el sillón.
—No —dijo Marina, secándose las manos—. Debe ser el portero.
Pero cuando abrió la puerta, era Clara con una sonrisa conspirativa y una botella de vino.
—Sorpresa —dijo—. Vengo a conocer al chico que hace que suenes diferente cuando hablás de él.
Marina sintió que se le aceleraba el pulso. No por Clara, sino porque de repente se dio cuenta de que no sabía cómo presentar a Sebastián. ¿Qué era él? ¿Un amigo? ¿Alguien que estaba saliendo con ella? ¿Una persona con la que tenía citas no-citas mientras leían libros de psicología?
—Clara —dijo, tratando de sonar casual—. No sabía que venías.
—Por eso se llama sorpresa —dijo Clara, empujando suavemente para entrar—. ¿Y ese quién es?
Sebastián se había levantado del sillón y estaba parado en el medio del living con su manual en la mano, como un animal sorprendido por las luces de un auto.
—Él es... —Marina se detuvo. Las palabras se le atoraron en la garganta—. Él es Sebastián.
—Hola, Sebastián —dijo Clara, acercándose con la mano extendida—. Soy Clara, la hermana de Marina. La que dice que ella suena diferente.
Sebastián le estrechó la mano, pero Marina notó que tenía esa expresión de alerta que ponía cuando no estaba seguro de cómo manejar una situación social.
—Hola —dijo él—. Yo... estaba leyendo.
—¿Qué estás leyendo? —preguntó Clara, sentándose en el sillón como si fuera su casa.
Sebastián le mostró la tapa del libro: "Attachment in Psychotherapy".
—Es sobre... vínculos. Emocionales.
Clara miró el libro, después miró a Marina, después volvió a mirar a Sebastián.
—¿Y es interesante?
—Muy interesante. Especialmente el capítulo sobre cómo la gente evita la intimidad para protegerse del abandono.
Marina cerró los ojos. Sebastián estaba nerviosa y cuando se ponía nervioso, se volvía demasiado honesto.
—¿Ah, sí? —dijo Clara, con esa sonrisa que usaba cuando algo la divertía—. ¿Y qué dice sobre eso?
—Dice que es una estrategia maladaptativa pero comprensible, considerando que el cerebro humano está diseñado para priorizar la supervivencia sobre la conexión.
—Fascinante —dijo Clara—. ¿Y vos sufrís de eso?
Marina intervino antes de que Sebastián pudiera responder.
—Clara, ¿querés que almorcemos juntos? Estaba haciendo pasta.
—Perfecto. Sebastián puede quedarse, ¿no? Me gustaría conocer mejor al amigo de mi hermana.
La palabra "amigo" quedó flotando en el aire como una pregunta. Marina sintió que Sebastián se tensaba al lado suyo.
—Claro —dijo él—. Si no es molestia.
Durante el almuerzo, Clara hizo exactamente lo que Marina temía: interrogó a Sebastián con la sutileza de un fiscal. Le preguntó qué estudiaba, dónde había crecido, qué hacía en su tiempo libre, cómo había conocido a Marina.
Sebastián respondió todo con una honestidad que era admirable y terrificante al mismo tiempo.
—Estudio ingeniería pero no me gusta. Crecí en Belgrano con padres que nunca hablaban de sentimientos. En mi tiempo libre leo manuales y trato de entender por qué soy emocionalmente disfuncional. Y conocí a Marina en una clase donde los dos estábamos por los créditos fáciles.
—¿Y ahora? —preguntó Clara—. ¿Siguen yendo por los créditos fáciles?
Sebastián miró a Marina.
—Ahora voy porque ella va —dijo—. Y porque me gusta hablar con ella después.
Marina sintió algo cálido y aterrador al mismo tiempo.
—¿Y cómo definirían su relación? —preguntó Clara.
Ahí estaba. La pregunta que habían estado evitando.
Marina y Sebastián se miraron. Hubo un silencio largo donde ambos trataron de encontrar palabras que fueran honestas pero no demasiado vulnerables.
—Somos... —empezó Marina.
—Estamos... —dijo Sebastián al mismo tiempo.
Se detuvieron, se rieron nerviosamente.
—Están en esa etapa —dijo Clara, con comprensión—. Donde saben lo que sienten pero no saben cómo llamarlo.
—Más o menos —admitió Marina.
—¿Y eso los estresa?
—Un poco —dijo Sebastián—. Pero menos de lo que pensé que me iba a estresar.
—¿Por qué?
Sebastián miró a Marina otra vez.
—Porque con ella no siento que tengo que fingir que tengo todo resuelto.
Clara sonrió. Una sonrisa genuina, no la sonrisa de interrogatorio.
—Eso es bueno —dijo—. Marina también finge mucho cuando le gusta alguien.
—Clara —protestó Marina.
—Es verdad. Te convertís en la versión de vos que pensás que la otra persona va a querer. Hasta que te cansás y explotás.
—No exploto.
—Te retirás dramáticamente. Es tu versión de explotar.
Sebastián parecía fascinado por esa información.
—¿Y conmigo fingís? —le preguntó a Marina.
Marina lo pensó honestamente.
—Al principio sí. Trataba de ser menos ansiosa, menos intensa. Pero después me di cuenta de que vos también estabas fingiendo.
—¿Cómo fingía yo?
—Te hacías el que no te importaba nada. El chico cool que solo estaba ahí por casualidad.
—Ah —dijo Sebastián—. Eso.
—¿Y ahora? —preguntó Clara.
—Ahora fingimos menos —dijo Marina—. Pero todavía no sabemos cómo llamar a esto.
Clara tomó un sorbo de vino.
—¿Saben qué? No tienen que llamarlo nada todavía —dijo—. Pero tal vez pueden dejar de presentarse como "amigos" cuando claramente hay algo más.
Marina se sonrojó.