El problema con que las cosas fueran bien era que eventualmente tenías que presentar esa felicidad al mundo exterior. Y el mundo exterior, Marina había descubierto, tenía opiniones.
La primera prueba llegó un sábado cuando Lucía, su mejor amiga desde la secundaria, finalmente regresó de su intercambio en España.
—¡Quiero conocer al famoso Sebastián! —había declarado Lucía apenas bajó del avión—. Clara me contó que es perfecto, tu mamá dice que es un caballero, y vos no parás de hablar de él. Necesito verificar si esto es real o si estás en una fase maniaca.
Marina había accedido a organizar una salida grupal, pensando que sería simple: Lucía conocería a Sebastián, verían que era una persona normal y agradable, y ya. Pero había subestimado el poder de Lucía para hacer preguntas incómodas.
La cita era en un bar nuevo en Palermo. Marina llegó primero, nerviosa sin una razón específica. Sebastián llegó cinco minutos después, con esa expresión de concentración que ponía cuando iba a conocer gente nueva.
—¿Estás bien? —le preguntó, dándole un beso en la mejilla.
—Sí, solo... Lucía puede ser intensa.
—¿Intensa cómo?
—Intensa como que va a hacerte preguntas sobre tus intenciones conmigo antes de que terminemos el primer trago.
—Ya me hicieron esa pregunta tus padres. Sobreviví.
—Lucía es diferente. Ella me conoce desde que tenía quince años. Va a notar cosas.
—¿Qué cosas?
Marina no supo cómo explicar que Lucía tenía un radar especial para detectar cuando ella estaba pretendiendo que algo era más sólido de lo que realmente era. No porque Marina estuviera fingiendo con Sebastián, sino porque Lucía tenía memoria histórica de todos sus autoengaños románticos previos.
—Nada específico. Solo... mantente cerca, ¿sí?
Lucía llegó quince minutos tarde, como siempre, con el pelo más rubio que antes y un bronceado que gritaba "seis meses en Valencia". Marina la vio entrar y escanear el lugar hasta encontrarlas.
—¡Amor! —gritó, acercándose con los brazos abiertos para un abrazo que duró exactamente el tiempo necesario para evaluar a Sebastián por encima del hombro de Marina.
—Lucía, te presento a Sebastián —dijo Marina cuando se separaron—. Sebastián, ella es Lucía, mi mejor amiga y mayor crítica.
—Mucho gusto —dijo Sebastián, extendiéndole la mano.
Lucía se la estrechó pero Marina notó que lo estaba estudiando con esa intensidad que usaba cuando conocía a alguien importante.
—Así que vos sos el que tiene a nuestra Marina escribiendo mensajes de texto con caritas sonrientes —dijo Lucía, sentándose—. Impresionante.
Marina se sonrojó.
—No escribo con caritas sonrientes.
—Escribís con caritas sonrientes —confirmó Sebastián—. Ayer me mandaste una cara con corazones en los ojos porque te dije que había comprado el café que te gusta.
—Traición —murmuró Marina.
Lucía se rió, pero Marina notó que seguía observando a Sebastián como si fuera un especimen interesante.
—Y contame, Sebastián —dijo Lucía después de pedir una cerveza—, ¿cómo te las arreglás con la tendencia de Marina a sobreanalizar todo?
—Lucía —protestó Marina.
—¿Qué? Es una pregunta válida. Vos analizás hasta el color de las servilletas.
Sebastián miró a Marina, después a Lucía.
—En realidad, yo también sobreanalizo todo —dijo—. Así que funciona bien. Nos turnamos para estar paranoicos.
—¿En serio? —Lucía se inclinó hacia adelante, interesada—. ¿Sobre qué tipo de cosas?
—Sobre si estoy siendo muy intenso, si ella está aburrida, si nuestras conversaciones son demasiado profundas para una relación de tres meses...
—Cuatro meses —corrigió Marina.
—Cuatro meses —acordó Sebastián—. Pero sí, básicamente me preocupo por las mismas cosas que ella, solo que desde el otro lado.
Lucía asintió lentamente, como si estuviera procesando información crucial.
—¿Y eso no los vuelve locos?
—A veces —admitió Sebastián—. Pero por lo menos cuando uno de los dos está teniendo un momento de pánico, el otro puede ser la voz de la razón.
—Interesante —dijo Lucía.
Marina no le gustaba hacia dónde iba esa conversación. Conocía esa expresión en la cara de Lucía. Era la expresión de "estoy formulando una teoría sobre tu relación que no te va a gustar".
—¿Y qué hacen cuando los dos están teniendo un momento de pánico al mismo tiempo? —preguntó Lucía.
Sebastián y Marina se miraron.
—Eso... no ha pasado todavía —dijo Marina.
—¿En serio? —Lucía arqueó una ceja—. ¿En cuatro meses nunca tuvieron un momento donde los dos estuvieran completamente perdidos?
—Hemos tenido momentos confusos —dijo Sebastián—, pero generalmente uno de los dos encuentra la forma de manejarlo.
—¿Siempre?
—Bueno... sí. Hasta ahora.
Lucía tomó un sorbo largo de su cerveza.
—¿No les parece un poco... conveniente?
—¿Conveniente cómo? —preguntó Marina, aunque ya sabía que no quería escuchar la respuesta.
—Conveniente que nunca hayan tenido una crisis real. Que siempre haya uno de ustedes disponible para ser el adulto responsable. Es como muy... limpio.
Marina sintió algo incómodo en el estómago.
—¿Y eso es malo?
—No es malo. Es solo... inusual. La mayoría de las parejas tienen al menos un momento donde los dos están completamente perdidos y no saben qué hacer.
—Tal vez nosotros somos más compatibles —sugirió Sebastián.
—Tal vez —acordó Lucía, pero su tono sugería que no estaba convencida—. O tal vez todavía no se pusieron a prueba realmente.
El resto de la noche transcurrió sin más comentarios incisivos, pero Marina no pudo sacarse de la cabeza lo que Lucía había dicho. Cuando Sebastián la acompañó a casa, caminaron en silencio durante las primeras cuadras.
—¿En qué estás pensando? —preguntó él finalmente.
—En lo que dijo Lucía. Sobre que somos demasiado... limpios.
—¿Te molesta lo que dijo?