Manual para no enamorarse de vos

Regla #17: Cuando empezás a buscar problemas, los problemas empiezan a encontrarte.

La semilla que Lucía había plantado tardó exactamente una semana en germinar.

Marina se dio cuenta de que había empezado a observar su relación con Sebastián como si fuera un experimento científico. ¿Cómo reaccionaba él cuando ella llegaba tarde? (Con paciencia). ¿Qué pasaba cuando ella estaba de mal humor sin razón aparente? (Él le preguntaba si quería hablar o si prefería espacio). ¿Y cuando él tenía un día horrible? (Le contaba todo y después se disculpaba por descargar en ella).

Todo funcionaba demasiado bien. Era irritante.

El problema llegó un martes por la noche, cuando Marina estaba tratando de terminar un proyecto final que había estado postergando. Sebastián había venido a su departamento con comida china y la intención de estudiar en silencio mientras ella trabajaba.

Pero Marina no podía concentrarse. Cada vez que miraba la pantalla, veía las palabras de Lucía: "demasiado limpio", "nunca han tenido una crisis real".

—¿Estás bien? —preguntó Sebastián después de que ella suspirara por quinta vez en diez minutos.

—Estoy tratando de escribir —respondió Marina, sin levantar la vista de la laptop.

—¿Querés que me vaya? Puedo estudiar en mi casa si te estoy distrayendo.

—No me estás distrayendo.

—Entonces ¿qué pasa?

Marina cerró la laptop más fuerte de lo necesario.

—¿Podés dejar de ser tan comprensivo por cinco minutos?

Sebastián parpadeó.

—¿Perdón?

—Cada vez que estoy estresada o de mal humor, vos inmediatamente te ofrecés a arreglarlo. ¿No te molesta nunca que sea una idiota?

—No sos una idiota. Y no estoy tratando de arreglarte, estoy tratando de ayudarte.

—¿Pero no te cansa? ¿No te dan ganas de decirme que deje de ser tan complicada y que haga mi trabajo como una persona normal?

Sebastián la miró con una expresión de confusión genuina.

—No. ¿Por qué me darían ganas de decir eso?

—¡Porque es lo que pensaría cualquier persona normal! —Marina se levantó de la mesa—. ¡Porque está bien estar harto a veces!

—¿Pero yo no estoy harto?

—¡Exacto! ¡Ese es el problema!

—Marina, no te estoy siguiendo para nada.

Marina se paseó por el living durante un minuto, tratando de organizar sus pensamientos.

—¿Te acordás de lo que dijo Lucía? ¿Sobre que somos demasiado limpios?

—Sí.

—¿No te parece que tiene razón? ¿Que nunca tenemos conflictos reales?

—Acabamos de tener una pelea sobre empanadas la semana pasada.

—¡Esa no fue una pelea real! ¡Fue un malentendido tierno que resolvimos con comunicación madura!

Sebastián se quedó callado durante un momento.

—¿Querés tener una pelea real? —preguntó finalmente.

—¡No quiero tener una pelea! ¡Quiero saber que podemos sobrevivir a una!

—¿Cuál es la diferencia?

Marina se detuvo en el medio del living. Era una buena pregunta que no tenía una buena respuesta.

—La diferencia es que... no sé. Las parejas reales tienen desacuerdos reales. Sobre cosas importantes. Sobre valores, sobre el futuro, sobre... no sé, ¡algo!

—¿Y nosotros no tenemos desacuerdos sobre cosas importantes?

—¿Tenemos?

Sebastián se recostó en el sofá, pensando.

—Bueno, vos querés vivir en el centro toda la vida y yo prefiero lugares más tranquilos. Vos pensás que está bien gastar plata en libros aunque no tengas donde ponerlos, yo pienso que hay que ser más práctico. Vos creés que hay que hablar de todos los sentimientos, yo a veces prefiero procesar las cosas solo primero.

Marina lo miró.

—Esas no son diferencias reales. Son... diferencias de personalidad.

—¿Qué es una diferencia real para vos?

—Una diferencia real es... algo sobre lo que no podemos estar de acuerdo. Algo que requiere que uno de los dos ceda algo importante.

—¿Como qué?

Marina se sentó en la silla frente al sofá, frustrada porque no tenía ejemplos concretos.

—Como... religión. O política. O si queremos tener hijos. O cómo manejar plata. O...

—Marina —interrumpió Sebastián suavemente—. ¿Sabés cuál es mi posición sobre esas cosas?

Ella se detuvo. La verdad era que no lo sabía. En cuatro meses de relación, nunca habían hablado de política más allá de comentarios pasajeros. Nunca habían discutido religión. El tema de hijos había aparecido solo en abstracto. Y definitivamente nunca habían tenido una conversación seria sobre dinero.

—No —admitió—. No lo sé.

—¿Y sabés por qué no lo sabés?

—¿Por qué?

—Porque inconscientemente evitamos esos temas. Porque los dos tenemos miedo de descubrir algo que podría complicar esto.

Marina se sintió como si la hubieran cachado haciendo algo malo.

—¿Vos también lo notaste?

—Lo noté, pero no sabía cómo sacarlo sin que se sintiera forzado.

—¿Entonces qué hacemos?

Sebastián se inclinó hacia adelante.

—¿Realmente querés saber? ¿Aunque sea incómodo?

Marina asintió, aunque parte de ella quería decir que no.

—Está bien —dijo Sebastián—. Empecemos con algo fácil. ¿Querés tener hijos?

—Sí. Algún día. No ahora, pero sí.

—Yo no estoy seguro. A veces pienso que sí, a veces pienso que el mundo está demasiado loco para traer más gente.

Marina sintió algo apretándose en su estómago. No era pánico, pero tampoco era alivio.

—¿Eso es un problema? —preguntó.

—No lo sé. ¿Para vos es un problema?

—No lo sé tampoco.

Se miraron desde lados opuestos de la mesa. Por primera vez en meses, había una tensión entre ellos que no se podía resolver con honestidad y comprensión mutua.

—¿Ves? —dijo Marina—. Esto es diferente.

—¿Diferente cómo?

—Diferente porque no hay una respuesta correcta. No podemos racionalizar esto y llegar a una solución que funcione para los dos.

—¿Y eso te hace sentir mejor o peor?

Marina lo consideró honestamente.

—Peor. Definitivamente peor.

—A mí también.

—¿Entonces para qué lo hicimos?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.