Manual para no enamorarse de vos

Regla #18: Fingir que una conversación incómoda no pasó solo hace que todo lo demás se sienta falso.

Los tres días después de la conversación sobre política e hijos fueron los más raros que Marina y Sebastián habían tenido como pareja.

No se pelearon. No se evitaron. Siguieron con su rutina normal: mensajes de buenos días, café después de clase, sesiones de estudio juntos. Pero había algo diferente en el aire, como cuando sabés que va a llover pero todavía hay sol.

Marina se dio cuenta el jueves por la mañana, cuando Sebastián le escribió:

Sebastián: ¿querés que nos juntemos a estudiar hoy?

Era un mensaje perfectamente normal. Pero ella se quedó mirándolo durante cinco minutos, buscando subtextos. ¿Le preguntaba por cortesía? ¿Porque realmente quería verla? ¿O porque los dos estaban fingiendo que nada había cambiado?

Marina: sí, claro. ¿tu casa o la mía?

Sebastián: como prefieras.

Esa respuesta la molestó de una forma que no pudo racionalizar. Antes, él tenía preferencias. Le gustaba estudiar en su casa porque tenía mejor internet, o en la de ella porque tenía mejor café. Ahora estaba siendo demasiado diplomático.

Marina: la tuya está bien.

Sebastián: perfecto. ¿a las 4?

Marina: perfecto.

Se quedó mirando el intercambio. Dos "perfectos" en una conversación sobre planes de estudio. Nada era perfecto.

Cuando llegó al departamento de Sebastián esa tarde, él tenía todo preparado: sus libros organizados en la mesa, café recién hecho, hasta había comprado esas galletitas que a ella le gustaban.

—Hola —dijo, dándole un beso en la mejilla que duró exactamente el tiempo socialmente apropiado. Ni más, ni menos.

—Hola —respondió Marina—. Gracias por el café.

—De nada.

Se sentaron a estudiar. Sebastián abrió su libro de ingeniería, Marina abrió su laptop. Durante dos horas trabajaron en silencio, ocasionalmente intercambiando comentarios sobre sus respectivos proyectos.

Era productivo. Era civilizado. Era horrible.

—¿Todo bien? —preguntó Marina finalmente, cuando no pudo soportar más la cortesía.

—Sí, ¿por qué?

—No sé, estás muy... educado.

Sebastián levantó la vista de su libro.

—¿Preferís que sea maleducado?

—Prefiero que seas vos.

—Soy yo.

—Sos la versión de vos que usarías con la familia de alguien que acabás de conocer.

Sebastián cerró el libro lentamente.

—¿Y qué version preferís?

—La versión que me dice qué está pensando realmente.

—¿Segura? Porque la última vez que hice eso, terminamos teniendo una conversación sobre cosas en las que no estamos de acuerdo.

—¿Y?

—Y desde entonces no sé muy bien cómo comportarme contigo.

Marina sintió algo aflojándose en su pecho. No alivio, sino reconocimiento.

—¿Por qué no sabés cómo comportarte?

—Porque antes podía decir cualquier cosa sin preocuparme de que fuéramos fundamentalmente incompatibles. Ahora tengo que filtrar todo.

—¿Estás filtrando cosas conmigo?

—Constantemente.

Marina cerró su laptop.

—¿Qué tipo de cosas?

Sebastián se quedó callado durante un momento, jugando con las páginas de su libro.

—Ayer vi una noticia política y quise mandártela, pero después pensé: ¿y si opina diferente? ¿Y si empezamos otra conversación incómoda? Entonces no te la mandé.

—¿Qué noticia?

—Sobre el presupuesto universitario. Pero no importa cuál noticia. Importa que por primera vez desde que te conozco, me autocensuré.

Marina sintió algo hundiéndose en su estómago.

—¿Y eso cómo se siente?

—Se siente como caminar en puntas de pie. Como si nuestra relación fuera de vidrio y cualquier movimiento brusco la pudiera romper.

—Yo también me estoy autocensurando —admitió Marina.

—¿Con qué?

—Esta mañana vi un meme sobre paternidad que me pareció gracioso, pero después pensé: ¿y si él lo ve y piensa que le estoy haciendo pressure sobre el tema de los hijos? Así que no te lo mandé.

—¿Era gracioso el meme?

—Muy gracioso.

—¿Me lo mostrás?

Marina lo buscó en su teléfono y se lo pasó. Sebastián se rió, una risa real.

—Está bueno —dijo—. ¿Por qué pensaste que iba a interpretarlo como pressure?

—Porque ahora todo lo que digo sobre niños me suena a pressure, aunque no sea mi intención.

—¿Y todo lo que digo sobre política me suena a que estoy tratando de convencerte de algo.

—Exacto.

Se quedaron sentados, mirándose desde lados opuestos de la mesa. Era la primera conversación honesta que tenían en tres días, y se sentía rara por ser honesta.

—¿Esto es lo que pasa después de que una pareja descubre que tiene diferencias reales? —preguntó Marina.

—No tengo idea. Nunca llegué tan lejos con alguien.

—Yo tampoco.

—¿Querés que busquemos artículos sobre cómo manejar desacuerdos fundamentales en relaciones?

Marina se rió a pesar del momento.

—¿Ya volviste a leer artículos sobre relaciones?

—Anoche leí tres. Ninguno fue útil.

—¿Qué decían?

—Que la comunicación es clave, que hay que encontrar puntos en común, que algunas diferencias se pueden resolver con compromiso.

—¿Y qué parte no fue útil?

—La parte donde no especifican qué hacer cuando las diferencias no se pueden comprometer. No podemos estar medio de acuerdo sobre tener hijos. No podemos votar por candidatos que promedien nuestras posiciones políticas.

Marina asintió. Eso era exactamente lo que la había estado molestando.

—¿Entonces qué hacemos?

—No sé. Pero sé que fingir que esa conversación no pasó no está funcionando.

—¿Cómo sabés?

—Porque hace tres días que no me sentí cómodo siendo yo mismo contigo. Y vos tampoco te sentiste cómoda siendo vos misma conmigo.

—¿Es eso lo que está pasando?

—¿No es eso lo que está pasando?

Marina lo pensó. Era exactamente lo que estaba pasando.

—¿Sabés qué es lo más frustrante de todo esto? —dijo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.