Manual para no enamorarse de vos

Regla #19: A veces el universo te manda situaciones ridículas justo cuando necesitás dejar de tomarte tan en serio.

El universo, Marina había decidido, tenía un sentido del timing muy específico. Justo cuando ella y Sebastián estaban navegando cuidadosamente sus recién descubiertas diferencias fundamentales, llegó una situación tan absurda que no tuvieron más opción que reírse juntos.

Todo empezó un sábado por la mañana cuando Marina recibió una llamada de su madre.

—Marina, necesito un favor enorme —dijo Patricia, con esa voz que usaba cuando estaba a punto de pedirle algo que ella no quería hacer.

—¿Qué tipo de favor?

—Tu prima Rocío se casa el sábado que viene. Ya sé que es súper último momento, pero se canceló una pareja y necesitan que vos y Sebastián vayan.

—¿Rocío se casa? ¿No acababa de terminar con el novio hace tres meses?

—Se reconciliaron, se comprometieron, y ahora se casan. Todo muy rápido, muy romántico. El punto es que necesitan una pareja más para que los números cierren en la mesa principal.

Marina miró a Sebastián, que estaba haciendo el desayuno en su cocina y evidentemente tratando de no escuchar la conversación pero fallando completamente.

—Mamá, nosotros recién estamos... no sé si somos el tipo de pareja que va a casamientos familiares.

—¿Cómo que no sabés qué tipo de pareja son? ¡Son novios hace cuatro meses!

—Es complicado.

—¿Qué es complicado? ¿Les gusta vestirse bien? ¿Pueden bailar sin hacerse daño? ¿Pueden fingir que se conocen bien durante tres horas?

Sebastián se acercó y le susurró:

—¿Qué está pasando?

Marina tapó el micrófono.

—Mi prima se casa la semana que viene y mi mamá quiere que vayamos.

—¿Querés ir?

—No sé. ¿Vos querés ir?

—¿Vos querés que yo quiera ir?

—¡Marina! —gritó Patricia desde el teléfono—. ¿Están teniendo una conversación sobre mi conversación mientras yo espero?

—Perdón, má. ¿Podés darnos un minuto?

—Te doy dos minutos. Pero necesito una respuesta porque Rocío ya mandó hacer las tarjetas de lugar.

Marina colgó y se quedó mirando a Sebastián.

—¿Un casamiento familiar es una prueba de relación? —preguntó.

—¿Qué tipo de prueba?

—Del tipo donde tenemos que actuar como una pareja sólida frente a cuarenta parientes que van a hacer preguntas sobre cuándo nos vamos a casar nosotros.

Sebastián se apoyó contra la mesada.

—¿Te da miedo ir conmigo a un casamiento?

—Me da miedo que mi familia piense que somos más serios de lo que somos. O que piensen que somos menos serios de lo que somos. O que no sepamos qué tan serios somos cuando nos pregunten.

—¿Y cuánto de serios somos?

—No lo sé. ¿Vos sabés?

—Somos lo suficientemente serios como para estar navegando desacuerdos sobre hijos y política sin romper. Pero no lo suficientemente serios como para saber si esos desacuerdos son dealbreakers.

—¿Eso es una respuesta que le podemos dar a mi tía Marta cuando nos pregunte cuándo nos vamos a casar?

—Definitivamente no.

El teléfono sonó otra vez.

—Marina, se te terminaron los dos minutos. ¿Van o no van?

Marina miró a Sebastián. Él se encogió de hombros con una expresión que decía "tu decisión, pero estoy dispuesto".

—Vamos —dijo Marina—. Pero voy a necesitar que me entrenes en cómo actuar como tu novia en público.

—¿No sé actuar como tu novia?

—Sabés actuar como mi novia cuando estamos solos o con nuestros amigos. No sé si sabés actuar como mi novia cuando mi tío Alberto te pregunta cuáles son tus planes de carrera y mi abuela te evalúa para ver si sos "material de yerno".

Después de colgar, Sebastián se sentó en la mesa de la cocina.

—Está bien —dijo—. ¿Cuáles son las reglas?

—¿Las reglas para qué?

—Para sobrevivir a un casamiento familiar argentino sin arruinar nuestra relación ni decepcionar a tu familia.

Marina se sentó frente a él y empezó a enumerar con los dedos.

—Regla uno: no contradecirme si exagero sobre lo bien que nos llevamos.

—¿Vas a exagerar?

—Probablemente. Regla dos: no menciones nuestros desacuerdos sobre política. Mi familia es muy opinativa y van a querer debatir.

—¿Qué digo si me preguntan?

—"Prefiero no hablar de política en fiestas."

—¿Y si insisten?

—"Sebastián es muy reservado con esos temas," y después cambiás de tema.

—Está bien. ¿Regla tres?

—Si alguien pregunta cuándo nos vamos a casar, nos miramos con esa sonrisa cómplice y decís "todavía estamos disfrutando de conocernos".

—¿Esa es la respuesta oficial?

—Esa es la respuesta que no va a satisfacer a nadie pero tampoco va a crear drama.

—¿Y regla cuatro?

—Bailamos al menos una canción lenta para que mi prima no piense que estamos peleados.

—¿Sabés que no sé bailar muy bien?

—¿Sabés que yo tampoco? Vamos a improvisar.

El día del casamiento, Marina se despertó con esa ansiedad específica que viene de tener que "actuar" durante varias horas seguidas. Se vistió con un vestido azul que había comprado específicamente para la ocasión, se maquilló más de lo habitual, y se miró en el espejo tratando de verse como alguien que definitivamente tenía su vida amorosa resuelta.

Sebastián llegó a buscarla con un traje que le quedaba sorprendentemente bien y una corbata que claramente había elegido con mucho cuidado.

—¿Cómo me veo? —le preguntó.

—Te ves como alguien que mi familia va a aprobar inmediatamente.

—¿Eso es bueno o malo?

—Bueno para hoy. Mañana podemos volver a ser complicados.

El casamiento era en un salón de eventos en Olivos, con esa decoración de casamiento argento que incluía centros de mesa enormes, luces colgantes, y una pista de baile que prometía folklore obligatorio más tarde.

En cuanto entraron, Marina sintió como si estuviera llevando a Sebastián a un safari social.

—Ahí está mi tía Marta —le susurró—. La de vestido rosa. Va a querer saber todo sobre vos en los primeros cinco minutos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.