La primera señal de que algo había cambiado llegó el lunes después del casamiento, cuando Marina se despertó y no tuvo ganas de analizar inmediatamente cada interacción que había tenido con Sebastián el día anterior.
Era raro. Durante meses, su rutina matutina había incluido una revisión mental automática: ¿había dicho algo malo? ¿él había actuado diferente? ¿había alguna señal de que las cosas se estaban complicando?
Pero esa mañana, se despertó pensando simplemente que había sido divertido. Que Sebastián había sido encantador con su familia. Que habían bailado horriblemente y se habían reído mucho.
No había nada que analizar.
Sebastián: buenos días. anoche soñé que todavía estaba bailando cumbia y me desperté con los pies doloridos.
Marina: jajaja yo soñé que tu tío alberto me seguía preguntando sobre mis planes de carrera hasta que me escondía debajo de la mesa.
Marina: *mi tío alberto
Sebastián: oficialmente es mi tío también ahora. tu familia me adoptó. tu prima rocío me dijo que espera verme en el próximo casamiento familiar.
Marina: ¿ya hay otro casamiento planeado?
Sebastián: según ella, clara va a ser la próxima. y después nosotros.
Marina se detuvo con el café a mitad de camino a su boca.
Marina: ¿QUÉ te dijo sobre nosotros?
Sebastián: que obviamente somos los siguientes porque "se nota que se aman". sus palabras, no mías.
Marina: ay dios. lo siento. mi familia es muy... intensa con esos temas.
Sebastián: tranquila. le dije que estábamos muy ocupados practicando nuestros pasos de baile como para pensar en casamientos.
Marina: ¿y se quedó conforme con esa respuesta?
Sebastián: se rió y dijo que todos los novios dicen eso antes de comprometerse.
Marina: sebastián.
Sebastián: marina.
Marina: ¿te incomodó que dijera eso?
Sebastián: me incomodó menos de lo que pensé que me iba a incomodar.
Marina se quedó mirando el mensaje durante un rato. Seis meses atrás, esa conversación la habría mandado a un espiral de análisis sobre qué significaba que a él no le incomodara tanto hablar de matrimonio. Ahora, solo la hacía sonreír.
Marina: ¿sabés qué es raro?
Sebastián: qué.
Marina: que no me está dando pánico que no te haya dado pánico.
Sebastián: progress.
Marina: progress.
En clase esa tarde, por primera vez en semanas, volvieron a escribirse comentarios en los márgenes de sus cuadernos. Pero los comentarios habían evolucionado.
Antes, escribían observaciones sarcásticas sobre lo aburrida que era la profesora. Ahora escribían cosas como:
"Tu prima tenía razón sobre la música de ayer. Definitivamente necesitamos clases de baile."
"Mi tío Alberto me preguntó tu número para invitarte a jugar al tenis. Le dije que consultaría contigo primero."
"¿Te parece que tu abuela realmente pensaba que éramos una buena pareja o solo estaba siendo educada?"
Era como si el casamiento les hubiera dado un nuevo vocabulario para hablar de su relación. Ya no era algo frágil que había que manejar con cuidado. Era algo que podía sobrevivir a interrogatorios familiares, bailes desastrosos, y conversaciones sobre matrimonio sin romperse.
Después de clase, fueron a su cafetería de siempre. Sebastián pidió su cortado habitual, Marina pidió su té habitual, se sentaron en su mesa habitual. Pero la conversación era diferente.
—¿Te divertiste ayer? —preguntó Sebastián.
—Mucho más de lo que esperaba. ¿Vos?
—Sí. Tu familia me cae bien.
—¿Incluso mi tío que te interrogó sobre tus planes de carrera durante media hora?
—Especialmente tu tío. Me recordó a mi papá, pero más directo.
—¿Eso es bueno?
—Es honesto. Me gusta la honestidad, incluso cuando es incómoda.
Marina removió su té pensativamente.
—¿Sabés qué me di cuenta ayer?
—¿Qué?
—Que podemos ser una pareja normal.
—¿No éramos una pareja normal antes?
—Antes éramos una pareja experimental. Dos personas viendo si podían estar juntas sin lastimarse. Ayer fuimos simplemente... una pareja.
Sebastián asintió.
—Como si no tuviéramos que demostrar nada.
—Exacto. Como si ya supiéramos que funcionamos, incluso cuando no sabemos exactamente cómo funcionamos.
—¿Y eso se siente bien?
—Se siente... liberador.
Sebastián estiró su mano sobre la mesa. Marina la tomó sin pensarlo.
—¿Puedo decirte algo? —dijo él.
—Siempre podés decirme algo.
—Cuando estábamos bailando ayer, y vos te reías porque yo había pisado tu vestido, tuve un momento de... no sé cómo llamarlo.
—¿Pánico?
—Lo contrario de pánico. Como claridad. Como: "Ah, esto es lo que se siente estar con la persona correcta".
Marina sintió algo cálido expandiéndose desde su estómago.
—¿La persona correcta para qué?
—Para todo. Para reírme en casamientos familiares. Para hablar de cosas importantes y cosas tontas. Para no estar de acuerdo en algunas cosas pero estar completamente de acuerdo en las cosas que importan.
—¿Y cuáles son las cosas que importan?
Sebastián la miró directamente.
—Que queremos estar juntos. Que nos hacemos felices más de lo que nos complicamos la vida. Que cuando algo se pone difícil, nuestro instinto es solucionarlo juntos en vez de huir por separado.
Marina asintió. Era exactamente lo que había estado sintiendo pero no sabía cómo poner en palabras.
—¿Sabés qué es lo más loco de todo esto? —dijo.
—¿Qué?
—Que empecé escribiendo reglas para no enamorarme de vos, y terminé enamorándome de vos de todas formas.