Manual para olvidar a mi ex (y fracasar en el intento)

Capitulo 1. Regla #1 Cortar todo contacto y fracasar espectacularmente

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A ver, si estás leyendo esto, es porque probablemente ya te has creído la primera gran mentira que nos dicen: que el tiempo lo cura todo.

Lo siento, pero la realidad es que el tiempo solo te da la oportunidad de cometer errores más creativos.

Para que lo entiendas, el final de mi historia con Sofía no fue una discusión épica bajo la lluvia, ni un dramático mensaje de texto. No, nada de eso. Terminó en la mesa de mi comedor, un martes por la tarde, mientras mi mamá me ofrecía un vaso de fresco de cas.

Yo estaba feliz, hundido en un plato de mi sopa favorita: sopa de frijoles. Me sentía en paz. En ese momento, la vida era simple y estaba deliciosa.

De pronto, mi mamá se para al lado mío, me extiende un vaso de fresco y, con la misma calma que usa para preguntarme si quiero arroz, suelta la bomba:

—Hijo, ¿quieres un poco de fresco? Por cierto, me topé con Sofía en el hospital. Dice que está embarazada.

El vaso se me cayó de la mano, y los frijoles… bueno, salieron por la nariz.

En ese instante, en medio de la miseria y el desastre de frijoles, entendí que si iba a olvidar a Sofía, necesitaría un manual. Un plan infalible. Un set de reglas para borrarla de mi mente, de mi vida y de mi historia, para siempre.

Lo que yo no sabía era que el primer paso para olvidar a alguien es fracasar miserablemente en el intento.

Y así, el Manual para olvidar a mi ex (y fracasar en el intento) nació.

Mi cerebro, que en ese momento tenía la capacidad de un brócoli, lo tenía claro: cero contacto con Sofía.

Mi primer y más importante paso fue cortar todo lazo digital.

Y como todo buen plan en mi vida, empezó de forma patética.

Primero fue TikTok. Esa fue fácil. No teníamos videos juntos ni challenges tontos de baile. Me metí a su perfil, borré la cuenta que le dedicaba a los gatos y salí de ahí sin pensar dos veces. “Una menos”, pensé, con un aire de victoria que no me duró ni cinco segundos.

Luego fue Twitter. Me metí solo para ver su perfil y eliminarlo, pero, como si una fuerza superior se interpusiera entre mis dedos y el botón de "eliminar", me vi viendo un video. Un video que había subido de un peluche que le había regalado. Y no sé qué pasó. Un video llevó a otro, y luego a otro, y para cuando quise darme cuenta, me vi todos sus videos.

Y ahí estaba yo, riendo solo frente al teléfono, viendo los videos de la chica que se suponía debía olvidar. ¿El plan? Un completo fracaso.

Al final, me rendí. Me tomé una dosis de realidad y solo me fui a llorar comiéndome una barra de chocolate.

Diablos, no sabía que estar triste saliera tan caro. Casi 10 dólares por tres bolitas de chocolate Ferrero Rocher.

Bueno, la calidad era indiscutible. Pero esta semana haré ejercicio, y obligado a caminar a mi trabajo.

Definitivamente me volví fan de ese chocolate.

Luego pasé a Facebook, sin pensarlo mucho, y ¡bam! Sorpresa: ella me había bloqueado.

Yo se suponía que iba a ser el tipo duro, el que le daría una lección, una marqueta de hielo, el monje zen que había dominado sus más primitivos y patéticos instintos y sentimientos.

Pero no.

Ella me bloqueó a mí.

Mi recurso más poderoso para que supiera que ya no importaba, me lo había quitado.

Enfurecido, me fui directo a WhatsApp. Al menos ahí vería si había visto mi último estado, ese que dejé especialmente para que supiera lo mucho que la había olvidado.

La canción de Franco de Vita empezaba a sonar en mi cabeza:

> “Dile que yo estoy muy bien, que nunca he estado mejor…”

Perfecto. Era poesía para el despecho.

Pero… me había bloqueado ahí también.

No solo me dejó sin ella, me dejó sin poder stalke— digo, sin poder confirmar que ya no me importaba.

Ahí entendí la ironía: mi gran plan para eliminarla de mi vida terminó siendo ella quien me eliminó de la suya.

Y ese fracaso épico solo me dejó con una pregunta absurda:

> “¿Cómo estará en su embarazo?”

Sí. Así de bajo caí.

Queriendo saber de la mujer que me rompió el corazón.

Soy un hombre de principios… principios patéticos.

En ese momento confirmé algo: no soy un alfa, ni un monje zen, soy un SIMPático.




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