Después de este fraude más grande que la campaña política de mi país, sentí que tal vez no podría dar un paso más. Posiblemente, el Maestro Zeno sí tenía razón: algo en mí estaba mal, algo más profundo que un apego a las nalgas; algo demoníaco que devoraba mis finanzas y mi juicio.
Así que busqué en Internet. Y por fin lo encontré: un anuncio publicitario con letras que parpadeaban en colores imposibles.
CHAMÁN SACA DIABLOS: Si tu vida no avanza es por demonios. ¡Ven, nosotros los sacamos!
Aquí estaba. Esto era lo que necesitaba. Esto sí sacará todo de mí, pensé, decidido a purgar mi alma y, de paso, por fin vivir una vida sin Sofía… ni el recuerdo de sus nalgas.
Llamé y me contestó un hombre sorprendentemente educado. Su tono era tan calmado que parecía grabado en una clínica privada. Me explicó que las sesiones eran en el bosque, en un punto donde los demonios salían huyendo para instalarse en la naturaleza, lejos de la civilización. Me pareció un concepto tan ridículamente plausible como cualquier otra cosa en mi vida.
Era raro y algo peligroso, sí, pero más peligroso sería que Sofía siguiera viviendo rent-free en mi cabeza.
Conduje ochenta kilómetros desde mi ciudad. Había tenido que hacer trabajos extras para conseguir los cien dólares que pedían. Después de las deudas de King Kong, la Tómbola y los $1390 del Maestro Zeno, no me quedaba ni para una Maruchan. Mi economía estaba en terapia intensiva y mi dignidad en cuidados paliativos.
Al llegar, encontré un Land Rover último modelo parqueado bajo los árboles. Aparqué a un lado y esperé. Al minuto, alguien tocó mi ventana con los nudillos.
Era el dueño del Land Rover: un hombre de traje de lino beige inmaculado, un maletín de cuero y un reloj de pulsera de un precio ofensivo.
—Mi tiempo es oro —dijo, sin saludar, con el tono cortante de un CEO espiritual—. La consulta previa no fue suficiente. Te costará un veinte por ciento más. Los Demonios Financieros no entienden de ofertas.
Pagué los ciento veinte dólares con la tarjeta, ya resignado a la bancarrota y a mi destino de mártir contable.
El hombre, que se presentó como el Dr. Darío, me guio hasta un claro en medio del bosque. Sacó un trípode, un proyector portátil y comenzó a explicarme el proceso mientras proyectaba una diapositiva en el tronco de un árbol.
La presentación tenía título y todo:
"DIABLO: Déficit Interior Acelerado básico por Lamentos y Obsesiones."
—Tu demonio es un D.I.A.B.L.O. —explicó el Dr. Darío con solemnidad corporativa—. Para sacarlo, haremos una Transferencia de Culpa Asistida.
Me pidió quitarme los zapatos y colocar los pies descalzos sobre una alfombrilla metálica. Luego conectó unos cables desde la alfombrilla a una batería de carro que, según él, canalizaría mi energía espiritual.
—La alfombrilla es la Placa Colectora de Energía Kármica —explicó con seriedad religiosa—. La batería concentra tu Energía Tóxica de Deuda, mientras que el campo electromagnético del bosque estabiliza la transferencia. Cuando gritas la fuente de tu obsesión, la batería la succiona y la transfiere al subsuelo, liberando tu yo superior.
Yo lo miraba con el mismo respeto con que uno mira a alguien que puede electrocutarte legalmente.
—¡Grita el nombre de la fuente de tu dolor! —ordenó con voz de trueno.
—¡Sofía! —grité, sintiendo un leve cosquilleo, más parecido a estática que a iluminación espiritual.
—¡Incorrecto! —chilló Darío, consultando un manómetro conectado a la batería—. ¡La obsesión es una energía, no una persona! ¡Grita tu DEUDA!
Inspiré profundo y grité con toda mi frustración:
—¡La alfarería! ¡Los 1390 de Zeno! ¡King Kong!
Darío pulsó un botón y, de inmediato, sentí un descargón eléctrico brutal que me hizo saltar del suelo con un grito animal. El olor a ozono y a zapatos quemados llenó el aire.
—¡TRANSFERENCIA INCOMPLETA! —gritó Darío, frustrado, mirando su equipo como un científico loco—. ¡Tu demonio es obstinado! ¡El flujo se ha detenido!
El Dr. Darío estaba desesperado por salvar la sesión.
—¡Necesitamos una Liberación Acústica de Alto Impacto para romper la barrera! ¡El grito es la última etapa!
Yo ya estaba mareado, con los pies zumbando y la dignidad en números rojos. Pero al ver su pánico, entendí que tenía que hacerlo. Era ahora o seguir poseído por mis malas decisiones.
Nos adentramos mas al bosque.
Miré hacia lo profundo del bosque, respiré hondo y condensé toda mi frustración, mis traumas y mis tarjetas vencidas en un grito primitivo:
—¡SOFÍAAAAA! ¡VUELVE POR TUS NALGAS, PERO DEJA MIS FINANZAS EN PAZ! ¡FRAUDE ZENO! ¡TE ODIOOOOOOO!
El grito resonó con tal fuerza que hizo vibrar las hojas y ahuyentó a un grupo de pájaros. Pero el eco fue interrumpido por un sonido diferente: ramas rotas, un gemido… y algo que no debía haber visto.
De un tupido charral cercano emergió un hombre con los pantalones completamente bajados hasta los tobillos, sosteniendo un rollo de papel higiénico a medio usar. El pobre, sorprendido por mi rugido, perdió el equilibrio y cayó de cabeza en la maleza, quedando con el trasero blanco, expuesto e indefenso hacia el cielo.
El Dr. Darío me agarró del brazo, los ojos desorbitados.
—¡Transferencia fallida! —gritó, aterrado—. ¡El demonio se burló de la transferencia y se pegó a ese pobre hombre! ¡Huyamos, antes de que nos acusen de asalto y ultraje!
Salimos corriendo entre los árboles, tropezando con raíces y hojas, mientras el eco del pobre desconocido resonaba en la distancia. Mi exorcismo había fallado, y ahora mi miedo era el crimen.
Conduje de regreso a casa en silencio, con los pies adormecidos y el alma más chamuscada que mis calcetines. Pensé en lo irónico que era gastar dinero para librarme de demonios… cuando el verdadero demonio era mi falta de sentido común.
El Dr. Darío desapareció del mapa. Su número dejó de existir, su página fue eliminada, y lo único que me quedó como recuerdo fue una factura electrónica con el concepto: