Estar postrado en una cama de hospital te quita muchas cosas: la movilidad, la privacidad de tu parte trasera con esas batas que no cierran, y sobre todo, el sentido común.
Mi enfermera, Marta, era una mujer que se tomaba su trabajo de forma muy personal. Siempre estaba ahí, ajustando mi suero con una sonrisa que me recordaba a un gato acechando a un ratón herido.
Pero era conversadora, y así pasaba los dias un poco más tranquilo sin pensar tanto en mi falta de un huevo
—Francis, te ves tan solo —me dijo un día mientras me traía una gelatina roja que no tenia sabor alguno—. Mi amiga Dayana pregunta mucho por ti.
Me quedé pensando en quién sería esa persona, no me sonaba de nada.
— Dice que te vio en el partido de futsal y que "le encantó tu entrega".
—¿Dayana? ¿Me vio perder un... bueno, "eso"? —pregunté, sintiendo un brillo de esperanza. Talvez podría ser la persona que me hiciera olvidar a Sofía.
—Ella no ve lo que te falta, Francis, ve lo que te sobra: valor —susurró Marta—. Dice que eres su tipo ideal.
Ella es rubia, colocha y tiene una sonrisa que cura cualquier trauma.
O ya tienes novia? Me preguntó la enfermera, le respondí que no, que habia una persona antes... Martha se quedó mirandome esperando que siguiera contando mas sobre esa persona, como si antender pacientes era algo totalmente secundario, y lo mas importante era saber más de mi vida amorosa. Por lo que le conté un poco sobre Sofía...
Me dijo que ella iba a ayudarme no solo a recuperarme de la pérdida de mi testículo sino también de mi corazón roto asi qué, Marta me dio el numero de Dayana.
Empecé a escribirle a Dayana y, efectivamente, era el paraíso digital. Me mandaba mensajes de buenos días, me decía que quería visitarme en cuanto saliera del hospital, y que me tenía una sorpresa. Pero cada vez que yo le pedía una foto o que llegara a verme, Dayana ponía una excusa. Le comenté eso a Martha y me dijo:
—Ay, Francis! es que es muy tímida —decía Marta, sentada en el borde de mi cama—. Ella viene, pero se queda en el pasillo. Dice que no soporta verte sufrir.
Un día, los mensajes de Dayana se detuvieron. Mi ansiedad subió a 200 pulsaciones. Marta entró a la habitación con cara de funeral.
—Francis... tengo noticias terribles. La tía de Dayana me llamó. Dayana tuvo un accidente de camino a verte. Cayó en un coma profundo.
Sentí que el mundo se detenía. ¿Otra vez? ¿Mi destino era mandar a mujeres hermosas al hospital solo con mi existencia?
—Dice la tía que, en medio de su inconsciencia, solo susurra tu nombre —añadió Marta, secándose una lágrima inexistente con el borde de su uniforme.
Pasé tres días enviando mensajes de voz al celular de Dayana, llorándole a un aparato apagado. Hasta que una noche, me di cuenta de algo. Marta se había dejado su bolso en mi mesa de noche mientras me cambiaba las sábanas. Su teléfono vibró.
Me asomé por curiosidad y vi la pantalla. Había un mensaje de voz recién enviado. Era mi propia voz.
"Dayana, por favor, despierta, te necesito...", decía mi voz saliendo del teléfono de Marta.
Me quedé helado. Revisé el historial. No había ninguna Dayana. No había ninguna tía. Marta tenía dos teléfonos. Ella era Dayana. Ella era la tía. Ella era la que me escribía desde el pasillo mientras me miraba por la rendija de la puerta.
Cuando Marta regresó, me quedé mirándola fijamente. Ella se dio cuenta de que yo sabía. No se asustó; simplemente se encogió de hombros y se sentó a mi lado.
—Solo quería que pasaras tiempo conmigo, Francis —dijo con una naturalidad que me dio pavor—. Si te decía que yo era la que quería hablarte, me habrías rechazado por no ser rubia. Así que inventé a Dayana. Y el coma... bueno, el coma fue para ver si de verdad te importaba.
—¡Me hiciste llorarle a una pared por una mujer que no existe! —grité, tratando de incorporarme.
—Pero estuviste entretenido, ¿verdad? —respondió ella, ajustando mi almohada con fuerza—. Olvidaste a Sofía por completo estos días. Deberías agradecérmelo.
Dos días después, cuando Dayana "despertó milagrosamente" del coma y me escribió diciendo que ya estaba bien, le respondí con la única pizca de dignidad que me quedaba: "Dile a tu tía que cambie de guionista".