Manual para sobrevivir a mi ex como Roommate

Capítulo 1

Dicen que el universo tiene un sentido del humor retorcido. Lo comprobé el día en que, tras una ruptura sentimental nivel "bloqueado de todos lados y borrado de mi vida digital", terminé compartiendo departamento con el mismísimo idiota que me rompió el corazón, Julian, mi ex.

Todo comenzó cuando mi mejor amiga, Rebe, me convenció de dejar de vivir con mi madre. “Tienes 27 años, Vale, ya es hora de independencia, facturas y trauma emocional adulto”, dijo con un entusiasmo que sólo alguien que no ha pagado una renta puede tener, y como siempre, caí.

Encontré un anuncio: "Departamento amplio, luminoso, con habitación privada y baño propio. Zona céntrica. Precio accesible. Roommate tranquilo, respetuoso, limpio."

Demasiado perfecto para ser verdad, y claro, lo era.

Cuando firmé el contrato para mudarme al nuevo departamento, pensé que al fin todo empezaría a mejorar. Nuevo empleo, nueva ciudad, nueva vida. Lo que no imaginé, ni en mis peores pesadillas, es que el “roommate” con el que compartiría techo sería nada más y nada menos que mi ex.

El idiota con el que salí dos años, que me rompió el corazón en mil pedazos y que, por obra de algún mal karma que no sabía que arrastraba, ahora viviría en la habitación de al lado.

—¿Qué haces tú aquí? —fue lo primero que le solté al abrir la puerta, con la maleta aún en la mano y cara de “esto es una broma, ¿verdad?”.

Él parpadeó un par de veces, con esa expresión cínica que tanto odiaba (y que tanto me había gustado al principio).

—Hola, Valentina. Qué lindo verte… ¿otra vez?

Quise gritar. Quise correr. Quise golpearlo con la misma almohada que ahora compartimos como campo de guerra nocturno.

—¿Tú eres el roommate que menciona el contrato? —pregunté, con voz aguda, al borde de la histeria.

—Y tú eres la “Vale” que firmó sin leer la letra pequeña —respondió con sorna, cruzándose de brazos.

La explicación fue sencilla, pero dolorosa, la agencia de arriendo no compartía nombres completos por “política de privacidad” hasta firmar. Y como los dos teníamos urgencia por mudarnos y el departamento era increíble, ambos aceptamos sin preguntar demasiado.

Y aquí estábamos.

Dos exs, un baño compartido, una cocina con espacio limitado y una tensión que podía encender el microondas sin necesidad de enchufarlo.

—No tengo tiempo para buscar otro lugar —dije, más para mí que para él.

—Y yo ya pagué los próximos tres meses por adelantado —agregó con una sonrisa de suficiencia.

Suspiré. Tragué el orgullo. Me repetí mentalmente que podría sobrevivir a esto. Que ya no sentía nada. Que Julián era historia.

—Muy bien. Pondré reglas —dije alzando el mentón—. Nada de entrar a mi habitación. Nada de robar mi comida. Y nada de recordar… lo que pasó.

—¿Lo de la vez en el ascensor o lo del sofá de tu mamá? —preguntó con una ceja levantada.

Le arrojé mi suéter. Fallé. Pero igual cerré la puerta de mi habitación con un portazo que retumbó por todo el pasillo.

Esto no iba a ser fácil.




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