—¡Sofía, despierta o llegarás tarde el primer día!
Gruñí y me di la vuelta, enterrando la cara en la almohada.
—¡Sofía!
—No quiero —murmuré, con la voz arrastrada por el sueño.
—Tu padre dio la cara y pidió muchos favores para conseguirte este trabajo. No lo
desperdicies. ¡Arriba!
Solté un gemido y apreté los ojos con fuerza.
—Pero yo no quiero este trabajo...
Hubo un breve silencio antes de que mi madre ignorara mis quejas.
—Voy a la cocina a prepararte un café. Cuando vuelva, más te vale estar de pie.
Escuché sus pasos alejarse. Suspiré, resignada, y me levanté, sin energía. Me pasé una
mano por la cara, despejando las legañas, y entrecerré los ojos ante la luz que se colaba por
la ventana.
¿Sabéis esa sensación al despertar, cuando sabes que va a ser un día de mierda? Bueno…
hoy era uno de esos.
—¿Y a qué se dedican esos Walker? —pregunté mientras me dirigía a la cocina.
—Ay, de verdad, niña, nunca me escuchas. Ya te lo dije, son agentes de bolsa. Pero ¿qué más
da lo que hagan? Tú solo tienes que limpiarles la casa.
—Y cuidar al mocoso —resoplé, sin poder evitarlo.
—No será tan difícil. El verano pasado te encargaste de tus primos.
Cierto... aunque mamá parecía haber olvidado que acabamos en urgencias porque Trent se
cayó de un árbol en el parque, todo por estar yo demasiado ocupada con mi exnovio y no ver
lo que el niño estaba haciendo.
Preferí no mencionarlo y tomé la taza de café que me ofreció.
—¿Papá me llevará en coche?
—Sí, debe de estar a punto de… —El timbre de la casa la interrumpió. —Mira, ya está aquí.
Se levantó para abrir la puerta, y mi padre entró con una sonrisa.
—Buenos días, calabacita. ¿Nerviosa por tu primer día?
—No —respondí rápidamente, con voz cansada.
—Seguro que te va a encantar. Conozco a los Walker, bueno, solo al señor Walker, pero es
muy buena persona. Estarás a gusto, ya verás.
Me encogí de hombros.
—Si tú lo dices... —murmuré, sin ánimo.
—Bueno, ve a vestirte, que ya casi es hora de salir —dijo mi madre, antes de girarse hacia mi
padre—. Cariño, ¿ya metiste las maletas en el coche?
—¿Maletas? —pregunté, sorprendida—. ¿Os vais de viaje?
Mis padres se miraron entre sí, desconcertados.
—Es que esta niña no escucha nada… —suspiró mamá, llevándose una mano a la frente—.
Tus maletas, querida. El trabajo es de interna. Trabajas de lunes a viernes y te quedarás allí
durante la semana.
—¿Qué? —Mis ojos se abrieron de par en par—. No voy a trabajar como interna.
Mamá se cruzó de brazos, mientras papá esbozaba una sonrisa incómoda.
—A mí tampoco me gusta, calabacita —dijo papá—, pero piensa en la oportunidad. Te
pagarán bien y podrás estudiar lo que quieras. Con mi sueldo no puedo permitirte Columbia,
y sé lo mucho que te gustaría ir.
—Pero…
—Nada de "peros" —interrumpió mamá—. No vas a quedarte aquí tirada en casa hasta el año
que viene. Tienes que ponerte a trabajar.
—Vale, vale —respondí mientras me levantaba—. Ya pillo, os queréis deshacer de mí… —dije,
dirigiéndome a la habitación para vestirme.
Me puse lo primero que vi en mi armario: unos pantalones negros y una camisa blanca, con
unas zapatillas del mismo color. Ni siquiera me peiné, solo me hice un moño desarreglado y
ya estaba lista para salir. Tenía ojeras de panda, pero ni me molesté en taparlas.
—Tu padre ya está en el coche —dijo mamá cuando volví a bajar, acercándose para darme un
abrazo—. El viernes volverá a buscarte, ¿vale? No te metas en líos.
Salí de casa y me acomodé en el asiento del copiloto. Papá arrancó el coche mientras
mamá nos despedía con la mano desde la puerta.
Apenas habíamos avanzado unos metros cuando papá carraspeó y me miró de reojo.
—Tengo que avisarte, calabacita. El edificio en el que viven los Walker es muy prestigioso, el
más caro de Manhattan. Allí viven muchas personas importantes, así que lo mejor es que te
mantengas alejada del resto de los vecinos, ¿vale, mi amor?
Fruncí el ceño y giré la cabeza para mirarlo.
—¿Importantes en qué sentido? —pregunté con cautela.
—Gente con dinero. Mucho dinero. Y ya sabes cómo son los ricos… no quiero que en unos
meses aparezcas con un novio cantante que se drogue.
Solté un suspiro, acomodándome mejor en el asiento mientras miraba por la ventana.
—¿En serio, papá?
—¿Qué quieres que te diga? Prefiero ser precavido, calabacita. Ya no estarás en casa, y
quiero que te mantengas alejada de complicaciones.
—Está bien. Tampoco es que me interese socializar con nadie de allí.
El resto del trayecto lo pasamos en silencio, con la música de fondo en la radio. En menos
de veinte minutos, llegamos al lugar. Aparcamos frente a un edificio antiguo, pero elegante.
En la entrada, dos porteros uniformados nos observaban. Uno de ellos se acercó cuando
nos vio caminar hacia la puerta con mi maleta.
—Buenos días, ¿a quién van a ver? —preguntó el portero con voz educada.
—Hola. Soy Dan Griffin y ella es mi hija, Sofia. Venimos a ver a los Walker, mi hija se quedará
con ellos un tiempo.
El portero asintió con un gesto servicial.
—De acuerdo, dénme un segundo para confirmarlo. —Se alejó y entró al vestíbulo,
regresando unos minutos después para tomar mi maleta—. Adelante, yo le llevo la maleta. El
señor Walker les está esperando.
El interior del edificio era enorme, con un aire lujoso que casi recordaba a un hotel de cinco
estrellas. Mi padre me miró, estupefacto, como si quisiera decirme: ¿No es increíble, hija?
Nos dirigimos hacia los ascensores, donde un hombre alto, de metro noventa —por lo
menos—, con cabello castaño y gafas de sol, también estaba esperando.