Manual para sobrevivir a un vecino imposible

TRES

—¿Y cuándo podré conocerlo?

Entrecerré los ojos, ya sintiendo venir el drama.

—Maddie, ¿qué parte de todo lo que te he contado no te ha quedado clara? Ni siquiera le

caigo bien a ese tipo, ¿cómo se supone que te lo presente?

Ella infló las mejillas y juntó las manos en un gesto exagerado de súplica.

—¡Pero quiero conocerlo! Al menos dime en qué apartamento vive… Fingiré un encuentro

casual.

—Acosadora… —canturreé, mirándola como si hubiera perdido la cabeza.

Maddie chasqueó los dedos, iluminándosele el rostro con una expresión traviesa.

—¡Ya lo tengo! Esta tarde tus jefes no están, ¿no? Te quedas sola con el crío… Pues invítame

a pasar y, con un poco de suerte, me lo cruzo.

Abrí la boca para responder, pero dudé.

—No sé, Mads… —murmuré, apretando los labios—. ¿Y si se enteran? Mi madre me va a

matar si me despiden.

Maddie dejó escapar un quejido y se agarró del brazo de mi chaqueta, sacudiéndome.

—Porfa. Te juro que te compraré todos los cómics que quieras. Incluso ese de Batman que

vimos el otro día, el de edición especial.

La miré, pensativa. ¿Pero a quién quería engañar? Ya me tenía.

Suspiré, rodando los ojos.

—Una hora. Te dejo quedarte solo una hora.

Maddie aplaudió, radiante.

—¡Hecho!

Después de la charla con Maddie, volví al apartamento. Ya casi era hora de empezar.

En la cocina, una mujer morena, alta y con el maquillaje impecable, me dirigió una sonrisa

rápida mientras se ponía la chaqueta apresuradamente.

—Hola, Sofía, ¿no?

—Sí, soy yo. Buenos días, señora Walker.

—Ya dejé a Jackson en el colegio. A las cinco tienes que recogerlo y ayudarlo con los

deberes. —Sacó una nota de su bolso y la dejó sobre la mesa—. Las tareas están ahí. Lo

siento, pero es que ahora mismo estoy llegando tardísimo, pero si necesitas algo, me

llamas. —Se giró hacia la puerta casi corriendo, con un montón de papeleo en las manos,

pero antes de salir, se detuvo y volvió a mirarme—. Ah, y por favor, llámame Agatha. Nada de

señora Walker. Me haces sentir demasiado vieja.

Agatha no debía ser mucho mayor que yo. Yo tenía veinte, y ella no parecía tener más de

veinticinco. La verdad, me sorprendió un poco. No me imaginaba que alguien tan joven

estuviera ya casada y con un hijo. Pensé que tendría unos cuarenta, como el mismo señor

Walker.

Miré la nota de Agatha. Mi mañana iba a ser un caos de tareas antes de recoger al niño.

Necesitaba algo de música para que no se hiciera tan pesado, pero cuando busqué mis

auriculares en la maleta, un gruñido silencioso salió de mi boca. No los había traído. Suspiré

y, sin muchas opciones, encendí YouTube en la televisión.

Llevaba un rato fregando los platos cuando el timbre interrumpió el silencio. ¿Un repartidor?

Al abrir, me encontré con Archie.

—Vaya, qué honor. ¿Vienes a disculparte? —pregunté, cruzándome de brazos.

Él soltó una risa seca.

—No exactamente. Vengo a pedirte que bajes el volumen.

—¿El volumen?

—Sí, el de la música que tienes retumbando todo el apartamento. —Me señaló con un gesto

impaciente—. Llevas media hora con eso a tope y me quiero echar una siesta.

—Oh… ups.

—Sí, "ups". Así que, ¿podrías bajarlo antes de que decida arrancar los altavoces?

—Vale, vale. No hace falta que amenaces.

Rodó los ojos y se giró sin decir nada más.

Cerré la puerta, pero antes de volver a la cocina, eché un vistazo a la televisión. La música

seguía sonando a todo volumen. Cogí el mando y le bajé un par de niveles.

Regresé al fregadero y seguí con los platos, pero ahora con menos entusiasmo. No llevaba

ni veinticuatro horas en ese lugar y ya había tenido dos roces con el vecino.

Cuando terminé, me até el delantal y revisé la lista de tareas que Agatha había dejado.

Limpiar el polvo, pasar la aspiradora, hacer la colada... no sé cómo iba a hacer tanta cosa en

tan poco tiempo.

Empecé con la sala de estar, moviendo algunos cojines para sacudirlos cuando la televisión

se apagó de golpe.

Fruncí el ceño.

Intenté encenderla de nuevo, pero la pantalla seguía en negro. Probé con el mando, luego

con los botones de la propia tele. Nada.

Agarré el móvil para buscar qué demonios estaba pasando, pero al ver la barra de señal,

entendí todo.

Sin conexión a internet.

¿Me estaba tomando el pelo?

Salí al pasillo con paso firme y llamé a la puerta de Archie. Él abrió con una expresión

impasible, como si ya estuviera esperándome.

—¿Me desconectaste el WiFi?

Archie ladeó la cabeza, fingiendo confusión.

—No sé de qué hablas.

—La televisión acaba de morir de repente. Y justo después de que vinieras a quejarte.

Se encogió de hombros.

—Tal vez es el universo diciéndote que bajes el volumen de una vez.

—No puedo creerlo.

—Tú misma lo hiciste inevitable —dijo con una sonrisita triunfal, y antes de que pudiera

responder, cerró la puerta en mi cara.

Me quedé ahí, parpadeando.

Vale, oficialmente tenía al vecino más insoportable del planeta.

Pero si creía que me iba a quedar callada, es que no me conocía en absoluto.

Piqué, piqué y volví a piquear con insistencia hasta que la puerta se abrió de nuevo. Esta vez,

Archie lo hizo con una lentitud exasperante, apoyándose en el marco con los brazos

cruzados y una mirada de fastidio.

—Qué insistente eres —comentó con una ceja arqueada—. ¿Siempre haces tanto drama por

tonterías?

—¡No es una tontería! —espeté, señalándolo con un dedo acusador—. Me desconectaste el

WiFi.

—Prueba a apagar y encender el router —respondió con indiferencia—. Quizá es una señal de

que deberías hacer algo más productivo que destrozarme los oídos con esa música.




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