Llegamos al colegio de Jackson y, mientras caminábamos hacia la entrada, sentí la mirada
de Archie clavada en mí.
—¿Qué? —pregunté sin mirarlo.
—Nada. —Se encogió de hombros, pero no dejó de observarme—. Solo que no pareces el
tipo de persona a la que le gusten los niños.
Fruncí el ceño.
—¿Y qué tipo de persona parezco?
—Alguien que preferiría estar en cualquier otro lugar.
Rodé los ojos.
—Bueno, eso es cierto —admití con una sonrisa irónica—, pero eso no significa que no pueda
hacer bien mi trabajo.
—Si tú lo dices…
En la entrada, una mujer con el cabello recogido y gafas que se le resbalaron hasta la punta
de la nariz nos recibió con una sonrisa.
—Buenos días. ¿A quién vienes a recoger?
—A Jackson Walker —respondí.
La maestra asintió y miró hacia el patio.
—Jackson, ven, por favor.
Un niño rubio apareció corriendo. Tenía la camiseta con manchas de pintura y los cordones
desatados. Se paró frente a mí y me recorrió con la mirada de arriba abajo, como
evaluándome.
—¿Tú eres la nueva niñera? ¿Por qué vienes con Archie?
—Me trajo para recogerte.
Jackson pareció pensarlo un momento y luego asintió, satisfecho.
—Hm… Está bien. ¿Podemos ir al parque antes de ir a casa? —Luego giró la cabeza hacia
Archie y lo señaló con un dedo acusador—. Me prometiste jugar fútbol conmigo y no
cumpliste. Puedes hacerlo ahora.
—Lo siento, amigo. Estaba ocupado.
—¿Grabando la segunda parte de Wolverine?
Archie sonrió con diversión, pero antes de que pudiera responder, la maestra soltó un
chasquido de dedos.
—¡De eso me sonabas! —exclamó, de repente con los ojos brillando de emoción—. ¿Cómo no
lo reconocí antes? He visto todas tus películas. Oye, ¿es cierto que…?
—¿Nos vamos? —interrumpí antes de que esto se convirtiera en una entrevista de alfombra
roja—. Si queremos ir al parque, tenemos que irnos ya.
Me giré hacia Archie con intención de poner fin a la conversación.
—La señora Walker quiere que Jackson haga los deberes.
La profesora dio un paso adelante con expresión ansiosa.
—¡Un momento! ¿Podemos sacarnos una foto?
Rodé los ojos, pero Archie, con su sonrisa de estrella de cine, accedió sin problemas.
¿Por qué era amable con todo el mundo menos conmigo? Con mi padre lo fue, con el
portero también, y ahora con la profesora. Incluso parecía llevarse bien con el niño.
Después de la foto, Jackson tiró de mi brazo con impaciencia.
—¿Vamos al parque o qué?
—Sí, sí, vamos.
Nos subimos al coche y nos dirigimos al parque. Dejé a Jackson en los columpios y me
senté en un banco. A los pocos minutos, ya se había adueñado de los balancines,
bloqueando el paso a cualquier niño que intentara subirse. Lo miré sin mover un dedo.
¿Corregirlo? Ni loca. Yo estaba aquí para cuidarlo, no para enseñarle a compartir. Para eso
tenía a su madre.
—¿Y tú cuándo piensas irte? —pregunté sin apartar la vista del niño.
Archie, de pie a un lado con las manos en los bolsillos, soltó una risa breve.
—Curiosa manera de agradecerme el aventón.
—Sí, sí, gracias y todo eso, pero en serio, ¿qué sigues haciendo aquí?
—Jackson quiere que juguemos a la pelota.
—Parece que ya está bastante ocupado con otros niños —murmuré, justo cuando lo vi
empujar a un crío que intentaba acercarse.
Ese niño era un futuro matón de instituto.
—Ahí hay un puesto de perritos, ¿quieres uno?
Lo miré con los ojos entrecerrados. ¿No pillaba que quería que se largara? Pero… era un
perrito caliente. Y nadie en su sano juicio rechaza un perrito caliente.
—Con kétchup, mostaza y jalapeños.
Archie asintió y se alejó. Volvió al poco rato con dos perritos y un cubo de patatas fritas. Se
sentó a mi lado sin preguntar y me pasó uno.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
Le di un mordisco y, con la boca llena, respondí:
—¿Desde cuándo pides permiso?
—Ni siquiera me conoces.
—No hace falta. Con lo poco que he hablado contigo, ya me quedó claro cómo eres.
—¿Ah, sí? —arqueó una ceja—. Ilumíname.
—De los que hacen lo que les da la gana sin avisar. Como cuando me desconectaste el WiFi.
Archie rió entre dientes y le dio un mordisco a su perrito.
—Tenía mis razones.
—¡Oh, claro, la música! —exclamé, llevándome las manos a la cabeza como si acabara de
cometer un crimen terrible—. ¿En qué estaba pensando? Deberían esposarme ahora mismo.
¡No merezco vivir en sociedad después de semejante ofensa a tus delicados oídos!
Archie me miró, masticando su perrito con calma.
—Un poco exagerado, ¿no crees?
—Para nada. Seguro que ahora necesitas terapia por mi culpa.
—Definitivamente —asintió con fingida seriedad—. Te mandaré la factura.
Rodé los ojos y seguí comiendo.
—Tienes algo en la boca —soltó de repente.
Levanté la mirada.
—¿Qué?
—Aquí —señaló su propio labio.
Me pasé la lengua por la comisura.
—¿Ya?
—No.
Probé de nuevo.
—¿Ahora?
—Tampoco.
Fruncí el ceño, a punto de replicar, pero antes de que pudiera decir nada, Archie estiró la
mano y pasó su pulgar por mi labio superior.
Así, sin pensarlo demasiado.
El contacto fue rápido, sin ceremonia. Como si fuera lo más normal del mundo.
—Kétchup —dijo simplemente, limpiándose el dedo contra la servilleta.
Me quedé quieta, sintiendo el calor subir por mi cuello hasta mis mejillas.
Sí, ese contacto me puso nerviosa.
No tienes ese tipo de gestos con personas con las que no tienes confianza, pero Archie lo
hizo de forma natural. Sin mirarme raro, sin darle más importancia.
Siguió comiendo como si nada y, para rematar, me miró con total normalidad antes de
preguntar:
—¿Qué?