Manual para sobrevivir a un vecino imposible

CINCO

Cerré la puerta y me giré hacia Jackson, que intentaba escabullirse directo a la mesa, como

si no acabara de cometer un delito infantil en el parque.

—Ni lo sueñes.

Se detuvo en seco, con la expresión de quien sabe que la ha liado, pero aún guarda la

esperanza de salirse con la suya.

—¿Qué?

—¿Me explicas qué te dio por pegarle con una pala a ese niño?

Encogió los hombros.

—Me estaba molestando.

—Ah, claro, entonces es completamente lógico darle un palazo. —Crucé los brazos—.

Jackson, en serio, ¿qué te pasa?

Resopló y se cruzó de brazos.

—Me estaba molestando

—¿Y qué? Seguramente solo quería jugar contigo.

Bajó la mirada, moviendo la punta del zapato contra el suelo.

—No le di tan fuerte…

—¿Ah, no? ¿Entonces por qué se puso a llorar?

Rodó los ojos, claramente sin remordimientos.

—Mira, Jackson, no puedes ir por ahí pegándole a la gente con lo primero que tengas a

mano. Y menos a un niño que es mucho más pequeño que tú.

—Pero…

—Ni pero ni nada. La próxima vez, hablas. ¿Te parece bien? ¿O quieres que empiece a

resolver mis problemas dándote con una sartén?

Su boca se abrió en una perfecta "o", horrorizado.

—¡Eso sería abuso infantil!

—Y lo que hiciste tú, ¿qué fue?

Se quedó callado, mordiéndose el labio.

—Vale —murmuró al final—. No lo volveré a hacer.

—Eso espero.

Le revolví el pelo antes de señalar la mesa.

—Venga, a los deberes.

Se dejó caer en la silla con un suspiro dramático, pero al menos no protestó.

Justo cuando íbamos a empezar, mi teléfono vibró sobre la mesa.

¡¡VOY PARA ALLÁ!! Sofi, dime cómo actuar normal, porque yo NO PUEDO. ¡Voy a ver a

Archie Garland en persona! ¿Cómo se supone que respire en su presencia?

Abrí los ojos de golpe. ¡Mierda! Me había olvidado de Maddie.

Miré a Jackson, que ya estaba encorvado sobre su cuaderno de ciencias sociales,

mordiendo la parte trasera de su lápiz como si intentara descifrar un enigma de otro planeta.

—Jackson… —apoyé los codos en la mesa y adopté mi tono más casual—. ¿Crees que tus

padres se enfadarán si una amiga mía viene hoy a casa?

El niño ni levantó la vista.

—No sé.

No me inspiraba demasiada confianza esa respuesta.

—Bueno… por si acaso, mejor no digas nada, ¿vale? —me llevé un dedo a los labios en señal

de silencio.

Jackson alzó la cabeza y me miró con una ceja arqueada.

—¿Y qué gano yo con eso?

Entreabrí los labios, atónita.

—¿Me estás… chantajeando?

Se encogió de hombros, con toda la naturalidad del mundo.

—Estoy negociando.

¿Negociando? ¿Desde cuándo los niños de siete años hablaban como empresarios en una junta?

—A ver, pequeño tiburón de los negocios, ¿qué quieres?

—No sé… —ladeó la cabeza, pensativo—. Algo bueno.

Lo pensé por un segundo y luego sonreí.

—Y no le diré a tu madre que le pegaste a un niño en el parque.

Jackson frunció los labios, meditando la oferta como si estuviera evaluando un contrato.

—Mmm… no me vale.

—¿Qué? —lo miré con incredulidad—. ¡Es información clasificada que podría hundirte!

—Sí, pero tú tampoco quieres que lo sepan, porque entonces te meterías en problemas por

no haberme vigilado bien.

¿Perdón?

—¿Qué eres, un abogado?

—No, pero veo la tele.

Bufé, frotándome la sien.

—Está bien, listo. Te llevaré al parque de atracciones este sábado.

Sus ojos brillaron con malicia infantil antes de sonreír de oreja a oreja.

—¡Vale!

Negociador nato. Este niño iba a llegar lejos… y probablemente manipularía a medio mundo

en el proceso.

Quizá sería presidente.

Justo cuando Jackson y yo terminábamos nuestro "acuerdo", sonó el timbre.

Maddie.

Me levanté para abrir la puerta y, en cuanto lo hice, Maddie entró como un torbellino, con los

ojos brillando de emoción.

—¡Sofi, esto es una locura! ¡Estoy en el mismo edificio que Archie Garland! ¿Cómo puedes

estar TAN TRANQUILA?

Cerré la puerta con un suspiro.

—Tal vez porque llevo más de veinticuatro horas conviviendo con él y ya me pasó el shock

—dije sarcásticamente.

Maddie puso las manos sobre su pecho y fingió desmayarse en el sofá.

—¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? ¡Has compartido el mismo aire con él por MÁS

DE UN DÍA y sigues viva!

—Impresionante, lo sé —rodé los ojos y señalé a Jackson, que nos observaba con cara de

"¿qué está pasando aquí?"—. Perdona, pero mi prioridad ahora mismo es que este niño no

acabe en la cárcel antes de los diez años.

Jackson frunció el ceño.

—No voy a ir a la cárcel.

—Le pegaste con una pala a un niño más pequeño —le recordé.

—Fue un golpe pequeño…

Maddie ignoró completamente la conversación y de repente se puso en pie con

determinación.

—¡Sofi, ya lo tengo!

—¿Tienes qué?

—La excusa perfecta para hablar con él.

Mi cara se volvió un poema.

—No.

—Sí.

—No.

—Vamos a pedirle azúcar.

La miré sin pestañear.

—¿Perdón?

—Sí, azúcar. Es el clásico.

—Maddie, esto no es una telenovela. Nadie hace eso en la vida real.

—Claro que sí. Es un movimiento estratégico infalible. Nadie dice que no a compartir azúcar.

—Es ridículo.

—Y funciona.

Antes de que pudiera seguir negándome, Maddie me arrastró hasta la puerta.

—Vamos, Sofi. Un timbrazo, una petición simple, y si todo sale bien, un romance épico.

—Por favor, dime que no has dicho eso en serio.

Maddie me ignoró y, con una sonrisa radiante, llamó al timbre.

La puerta se abrió.

Mierda.

Archie estaba ahí, vestido con un esmoquin negro perfectamente ajustado. Se veía… bueno,

se veía indecentemente bien. Pero lo peor no era eso.




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