Los días pasaron y Román se había vuelto en mi sombra, el barrio se había sumido en un silencio que me extrañaba por que manejaban su imaginación muy alto.
Quizás era el verme con Román quién no dejaba de verlos con una sonrisa de burla. Y cuando se habían atrevido a insultarme habían recibido respuestas de parte de él que los dejaba con la boca abierta y asustados.
Hacia mucho tiempo que no sacaba una silla fuera de la casa debajo de los frondosos árboles que estaban en las orillas de la casa, me senté con mi libro favorito, <<Las mil y una noche>>, me centré en el libro mientras una deliciosa brisa se hacia sentir feliz.
Escuchaba a los niños gritar por la calle, reír. Mucho tiempo en que yo me había metido a la casa a causa de los rumores.
— ¿Estás bien? — Rosa me miraba con preocupación.
— Claro — ella acomodó la silla junto a mi — ¿Por qué preguntas?
—No salias a estar fuera por los vecinos — Rosa contempló alrededor, cortinas se movían, ventanas se veían sospechosamente entornadas, sonreí al darme cuenta que me espiaban.
—Me doy cuenta que a medida que dejó de hacerles caso, cesan sus insultos — mi hermana suspiró y cerro los ojos por un momento, se veía cansada — ¿Estás bien?
Ella asintió.
—Un poco cansada pero contenta al darme cuenta que estas volviendo a vivir.
— No ha sido fácil, día tras día esperaba la noche para entregarme al sueño. En ellos me encontraba con Fernando.
— ¿Tanto así? — asentí.
— Esa era mi aliciente día tras día, verlo en sueños, en mi imaginación, recordaba mi vida junto a él, lo feliz que fui con él.
— Lo siento Manuela — sentí la mano de Rosa apretar la mía — He sido tan descuidada al no estar pendiente de tu sentir.
— Has sido la mejor hermana del mundo, me has dejado en tu casa por tanto tiempo, no aportó dinero a tu hogar, tú y Alán no reniegan.
— Aportas Manuela, cuidas a los niños, haces los deberes del hogar, vengó a casa del trabajo y está limpio, los niños han hecho sus deberes con tu ayuda, comida hecha, eso lo haces tu mi querida Manuela.
— Lo hago con mucho cariño Rosa, sabes que amo a los niños.
— Eso me lleva a mi pregunta, ¿tú y Román? — ella me miró con un poco de pena.
—No — suspiré y cerré el libro — Él me cuida por Fernando, no hay nada romántico en eso.
— En eso te equívocas, he notado la manera en que te mira, sus ojos brillan y su sonrisa no se aparta de sus labios.
— Creo que muchas novelas ves hermanita, Román no siente nada de lo que describes.
— ¿Te gustaría? — me quede en silencio por un momento y luego desvíe la mirada.
— Temo a mi mala suerte, sabes lo que ha pasado con mis dos esposos y yo... — Rosa me apretó fuerte la mano.
— No pienses eso, tu no eres la culpable de lo que paso.
— ¿Y si él muere?
— Manuela, has apartado muchos miedos a los vecinos, también hazlo acerca del amor.
— ¿Amor? — pase mi mano por mi cabello — No sé, si siento algo por Román, puede ser gratitud por la manera en que me ha ayudado.
— Manuela, piensa también en ti, quizá esta vez llegó el momento de ser feliz.
Sonreí a mi hermana por sus palabras, claro que me sentía atraída por Román, pero el miedo podía más, temía que en eso los vecinos tuvieran razón y lo condenara a una muerte segura.
Román
Abri la ventana y mi mirada se topo con Manuela quién estaba sentada frente a su casa, conversando con Rosa, era reconfortante verla sonreir, era una mujer preciosa, que por mucho tiempo estuvo sumida en una tristeza causada por la ignorancia de los vecinos.
Habia logrado llenarlos de miedo y se refrenaban la lengua cuando la veían, cada comentario destructivo que hacían yo les daba la razón, triplicandoles lo que decían, me importaba poco que la bola de ignorantes de este pueblo creyeran que era bruja ese miedo los hacia callar ante Manuela.
Sentía remordimientos por sentirme atraído hacia mi cuñada, aunque mi hermano estuviera muerto, ella era su esposa.
Apoyé mi hombro en la ventana y la contemplé, era hermosa, haría lo que estuviera en mis manos para que fuera feliz.
— Buenas tardes Román — se acercó a la ventana, Johana una vecina quién desde que me conoció no dejaba de insinuarme que si por las noches sentía frío ella podría calentarme, creo que en otras circunstancias me hubiera tomado el tiempo de conocerla, era una mujer bonita, alguien muy hacendosa en su casa, pero ya mis sentimientos estaban teniendo dueña.
— Buenas tarde Johana, ¿como está?
— Muy bien Román, me preguntaba si deseaba está noche salir a dar una vuelta por el pueblo, ha venido la feria y será interesante.
— Gracias Johana, pero está noche la tengo comprometida — ella bajó la mirada y sentí pena por ella.
— Lo entiendo, otro día será — me sonrió y se marchó.
Suspire y seguí contemplando a Manuela, la mujer que ocupaba mis pensamientos día y noche y por quién me había enfrentado a un pueblo entero lleno de superticiones.
Podría pasar toda una vida contemplandola, ella sonreía, el viento jugaba con su cabello largo.
Manuela
Levanté la mirada sorprendida al escuchar un silbido, miré hacia todas partes, me encogí de hombros por que quizás eran los niños jugando.
— Manuela — escuché el susurró, pero no sabia de donde venía —Estoy aquí.
Frunci el ceño, al darme cuenta que la voz venía de los arbustos más frondosos que tenía Rosa, con cuidado me puse de pie y caminé hacia ellos.
Me lleve la sorpresa al encontrarme con la Señora más chismosa del barrio, ella miraba hacia todas partes, levantó su mentón y me miró como si ella fuera una reina.
— ¿Le sucede algo doña Gloria? — ella apretó los labios mientras revisaba si nadie la estaba viendo.
— Verás, ya que tu te dedicas a lo oscuro y tienes poderes, quería pedirte un trabajito — abrí más los ojos por la sorpresa.