Manuela

Capítulo 7

— Manuela — abró los ojos y veo a Fernando sentado junto a mi.

— ¿Fernando? — él asiente y sonríe.

— Así es, sólo deseaba felicitarte por que al fin estas volviendo a vivir.

— Espera — trato de sujetar su mano, pero él se ha puesto de pie

— Román es un buen hombre.

Abro la boca para responder, pero...

— ¡Manuela! — abró un ojo y veo que ya amaneció, suspiró al recordar el sueño que he tenido con Fernando, todo sigue igual. Rosa con sus gritos estremeciendo la casa, la radio del vecino a todo volumen, salgo de la cama casi a rastras, cuando entro al baño y me veo en el espejo doy un salto al ver mi apariencia... si que parecía una bruja horrible. Sonreí y silbando me metí a la ducha.

— Manuela, ¿En que momento pensabas levantarte? ¿estás enferma? — ruedo los ojos y me siento para servirme café mientras Rosa no deja de hablar.

— Buenos días Rosa — ella se detiene de su parloteo y se acerca con la jarra de leche para servirme.

—Es increíble que te duermas noche, después no puedes dormir y al despertar tienes un rostro cansado.

Alán me cierra un ojo y continúa leyendo el periódico, ambos sabíamos que Rosa me trataba como una hija, pero no como la mayor, me trataba como la más pequeña de sus hijos. Si de ella dependiera me pondría un babero y llevaría la cuchara a mi boca con la comida.

Cuando se calmó y se sentó para desayunar, tuvimos una charla amena, cuando todos se fueron a sus diferentes actividades, la soledad me embargó.

La casa se veía tan grande, pero tan solitaria, una lágrima escapó del ojo más llorón que tenía... el izquierdo.

Tomé la escoba y puse música para sentir mejor el ambiente. Toda la mañana la pase ocupada en los quehaceres, cuando el almuerzo estuvo listo me deje caer en un sillón y me dediqué a ver la novela de las doce, me costó un momento poner atención a que la puerta la estaban tocando, descalza me levanté y me dirigí a abrir, casi morí del susto cuando algo entró como un rayo que no me dejo ver que estaba pasando.

— Cierra — me giró y veo a doña Gloria con una sudadera con capucha, unas gafas negras y un pañuelo amarrado en la cabeza.

— ¿Qué hace aquí?  ¿Hay fiesta de disfraces?

Ella me da la espalda y se dirige a un asiento, se sienta y cruza una pierna.

— Estaba pensando que dado que no quieres matar a nadie nuevamente, quizás me puedes ayudar con otro trabajo menos agresivo — sujeta su cadena donde lleva una cruz, entrecierro los ojos al darme cuenta que seguía tratandome como una bruja, la furia me embargo... pero pensé que está señora merecía una lección.

— ¿Qué trabajo? — me siento frente a ella con la espalda erguida, el pecho salido y los ojos entornados, mi voz a salido como un susurró. Claro está que me ha sonado como un pollo afónico, pero a la Señora Gloria le ha causado satisfacción.

— Deseo que a Pedro no se le pare más el canario con otra mujer, que solo conmigo le funcione.

— Creo que seria mejor que se lo seque y así se le caiga, con eso jamás vivirá afligida que anda con otra mujer.

Ella ha abierto más  los ojos de la sorpresa.

— ¡Estás loca! ¿y yo como haría?

Entrecierro los ojos y miró hacia todos lados como si hubiera alguien ahí y no deseaba que escuchará.

— Tiene a Juan el repartidor de leche — ella levanta la nariz y se pone de pie.

— Eres una atrevida ¡Cómo se te ocurre aconsejarme el adulterio!

Me recuesto en mi silla y la veo caminar hacia la puerta.

— Anoche Juan la visitó, y se marchó a las cuatro de la mañana — ella se ha detenido mientras yo quiero reír,  vi una silueta entrar con el gorrito del repartidor,  pero no me constaba que tuvieran algo. Quizas le andaba entregando la leche, pero queria hacerla enfurecer.

La señora se gira y se tapa la boca.

— Nadie sabe eso, debí suponer que como bruja debes ver a través de las paredes — lleva una mano a sus pechos y la otra a su parte íntima — ¿Tienes rayos X en la mirada?

Muerdo mi labio y trato de no soltar una carcajada.

—De hecho si, pero no se preocupe que haré de cuenta como que no le estoy viendo nada.

Ella suelta el aire, pero no aparta sus manos.

— Esas ronchas que tengo ahí es la maquinita de afeitar que me da alergia, nada que ver con alguna enfermedad — sin darme cuenta hago una mueca de asco.

—Bien antes de hacerle algún trabajo debe curar esas ronchas, deberá traerme exámenes donde indique que toda usted está sana — lo hacía por ella, al parecer le gustaba saltar como gacela en la cama con hombres diferentes — Tiene que estar muy sana para que el trabajo sea bien hecho.

— Es la primera vez que me dicen algo así, pero dado de tu gran poder no objetare ¿cuánto me cobrarás?

— Luego hablaremos del precio.

Ella se levanta y las manos van tapando su trasero, sonrío al darme cuenta que esta señora pensaba que yo era alguien así como superman... Suspiré por que me di cuenta que quizás con lo del supuesto trabajo le aconsejaría que debía cuidarse por todas las enfermedades venerias que habían, al final trataría de salvar su vida.

*****

— ¿Qué haces? —Rosa me observa.

—Bañandolo, lo encontré en la calle deambulando por ahí —seguí restregando el cuerpo del perrito que sólo era huesos y piel.

—¿Pero y ese olor? —rodé los ojos.

—Jabón de azufre — ella enarca una ceja —Mira escuché al señor de la tienda recomendarlo muchas veces para la sarna, le está comenzando. Hoy mismo lo llevó al veterinario.

—Bien —Rosa revolvió mi cabello y me dejo sola lavando al perrito, cuando terminé de bañarlo y secarlo vigorosamente me sentía cansada, lo acomodé en la cama improvisada después de darle alimento y el perrito se quedó dormido al instante.

—Me he quedado sin cerillos —gritó Rosa —Por favor ve a la tienda por un paquete, dile que me lo apunte para la quincena.

Mordí mi labio por que estaba un poco mojada, pero bueno que más podía hacer.




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