Manuela

Capítulo 8

Mi mirada se pierde en mi habitación. Abrazando mis piernas, cierro los ojos, mientras la música inunda la habitación.

— Manuela — Rosa, está ahi sin moverse — No temas.

Las lágrimas recorren mi rostro.

— Voy a morir Rosa — siento sus brazos rodearme mientras su pecho también se convulsiona por el llanto.

— No lo harás hermanita — niego mientras lloro.

— Lo siento Rosa.

— Ya pronto querida esposa — Fernando está ahi, junto al bebé.

— ¡Manuela! — abro los ojos de un golpe al escuchar los gritos de Rosa, estoy acostada en mi cama, ese sueño de nuevo, me incorporó en la cama y pasó la mano por mi cabello revuelto, con pesades me dirijo al closet a buscar mi ropa.

Cierro los ojos y pego la ropa a mi pecho, mi cuerpo tiembla.

— ¡Manuela! — ruedo los ojos y me meto al baño antes que Rosa tiré la puerta.

Cuando llego a la cocina Alán está leyendo el periódico, mis sobrinos están desayunando y Rosa sirviendo en los platos.

— Al fin — rueda los ojos — Siéntate.

— Rosa ..— levanta la mano para que me callé.

Alán se asoma por el periódico y me cierra un ojo.

Asi que me siento y empiezo a desayunar, mi hermana estaba de malhumor asi que era mejor que todos callaramos.

Cuando todos se han marchado y me he quedado sola, la soledad me ha embargado nuevamente, cada vez que soñaba con Fernando y el bebé que perdí, pasaba dias con el alma acongojada.

Me he sentado en la sala y mi mirada se ha quedado perdida en la nada, la puerta es golpeada y me levantó, al abrir pasa alguien como un rayo junto a mi, doña Gloria está agitada, se deja caer en el sillón.

— ¿Ya te enteraste de la noticia? — niego y me siento frente de ella.

— ¿Qué paso ahora?

— Encontraron una bolsa llena de plumas de pollo, cerca de la puerta de la mujer que se ha metido con mi Pedro — entrecierro los ojos mientras ella se acerca a mi — Gracias, veo que estas trabajando.

— No sé de que habla, no he hecho nada — paso una mano por mi cabello.

— Niña, lo has hecho. Ella estaba aterrorizada.

—Puede que sea algún vecino sucio que dejó la basura tirada.

—Se que fuiste tú querida. A lo que iba — saca un sobre de entre sus senos y lo abre — Mis exámenes.

Veo los exámenes y lo que sospechaba... ella tenia una enfermedad de transmisión sexual.

— Hasta adivina eres — sonríe y yo frunzo el ceño.

— ¿No le preocupa que está enferma?

— Se que fue el infeliz de mi esposo, pero mi furia se aminoro en cuanto supe que esa mujerzuela amaneció bajó hechizo, ya me dio tratamiento el médico, pero tu puedes sanarme — esto no podia estar pasando, no en este dia que me sentia mal.

— No soy curandera, ni hechicera, ni bruja, ni maga.

— Tonterias, eres modesta, pero muy poderosa, haré lo que me indiques querida.

Necesitaba estar sola, queria llorar. Tenia que deshacerme de doña Gloria.

—El tratamiento lo tienen que beber usted y su marido, debe negarse los placeres de la carne con su esposo y ... — suspiró — El lechero.

Ella abre más los ojos.

— Pero...

— Hará lo que yo le diga, según sus palabras.

Suelta un largo quejido.

— Está bien — dobla el papel y me mira — ¿No me darás alguna medicina? No sé, deberias mostrarme el altar que tienes.

— No — me levantó — Tengo algo importante que hacer.

— Claro, claro, supongo vas a continuar con el hechizo hacia esa mujerzuela.

La sacó casi a empujones de la sala y al cerrar la puerta me pego a ella, era increible la ignorancia de las personas.

Román

Frunzo el ceño al ver a la señora más chismosa del barrio salir de la casa de Manuela. Apresuro el pasó y tocó la puerta, la cual es abierta a lo inmediato.

— Le dije que estoy ocupada... — calla al verme — Román

— ¿Puedo pasar?

— Claro — se hace a un lado.

— ¿Estás bien? — ella asiente, su mirada es triste, me acercó a ella, la extrañaba. Tenia dias de no verla — Manuela — susurro mientras besó su frente.

Ella sujetó mis manos, la miré a los ojos y me perdi en su mirada verde.

Besé su boca lentamente, ella no correspondió, sabia que estaba en shock, me acerqué mas a ella y segui besando su boca, cuando me dio acceso a su cavidad, soltó un jadeo, mientras nuestras lenguas danzaban... Manuela habia puesto mi mundo al revés y adoraba eso.

Su cuerpo se pegó al mio, mientras nos besabamos, al separarse de mi cuerpo, desvío la mirada.

— Lo siento Manuela — ella no respondió solo se dejó caer en el sillón — No queria ofenderte.

— No lo has hecho Román, sólo que yo no tengo suerte en esto y conoces el final de mis relaciones — caminó hacia ella y me pongo de rodillas para que nuestros ojos queden a la misma altura.

— Eventos desafortunados, estoy seguro que no tienes ninguna maldición Manuela.

— Dos esposos muertos.— miró mis manos — Y la perdida de mi hijo.

— Manuela — acarició su mejilla — Estoy enamorado de ti — ella me mira a los ojos.

—No puede haber nada entre nosotros.— sujetó su rostro entre mis manos.

— ¿Solo es por el miedo de la maldición? — asiente — Manuela, por favor, una oportunidad, es lo único que pido.

Ella desvia la mirada, la notaba más triste.

— No Román — me mira a los ojos — No puedo — se pone de pie.

— Manuela — pero ella no deja que la toque.

—Vete por favor Román — me acercó a ella y la giró para que me vea.

— Te amo — murmure pero ella se soltó — Manuela...

— Quiero estar sola Román— se ve cansada, las ojeras son profundas — Por favor.

Baja la mirada y junta sus manos.

— Déjame amarte Manuela — ella negó y decidí dejarla descansar — Piensa lo que te he dicho, por favor.

La veo junto a la puerta, sus hombros caidos, la tristeza en su rostro, mi corazón duele al verla asi.

Ella cierra la puerta, deseaba una oportunidad para amarla, para hacerla feliz... ella era la mujer perfecta para mi.




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