Manuela

Capítulo 14

Ángel estaba de pie en la puerta, mirándome con ojos grandes y curiosos. Mi corazón se aceleró. Sabía que en San Patricio, los rumores y las supersticiones podían convertirse en armas. Y la idea de que doña Gloria estuviera discutiendo con Luzbelia por mi supuesta "magia" no hacía más que intensificar mis nervios.

—Ángel, quédate aquí en la casa con tu hermana —le dije, intentando sonar tranquila. Su carita se frunció en protesta, pero antes de que pudiera replicar, mi mirada le hizo saber que no estaba para discusiones.

Tomé un chal y salí hacia la calle. El sol del mediodía quemaba, pero las miradas de los vecinos lo hacían aún más incómodo. No podía contar las cabezas que se asomaban desde las ventanas, observando cada movimiento con una mezcla de morbo y temor. Conforme me acercaba, escuchaba los rezos susurrados de unas mujeres al otro lado de la calle.

Ahí estaban: doña Gloria, de pie con las manos en las caderas, desafiando a Luzbelia, quien parecía inmutable, como si estuviera disfrutando del espectáculo. Sus ojos negros se desviaron hacia mí en cuanto aparecí. Su sonrisa delgada no mostraba amabilidad, sino algo frío y calculador.

—Ah, la famosa Manuela —dijo Luzbelia, con un tono que resonó sobre el murmullo de los espectadores.

Doña Gloria me miró y soltó una exclamación, como si mi llegada fuera la señal de refuerzos esperados. —¡Manuela, aquí está esta mujer diciendo que ella es la única con poder en este pueblo! ¡Le he dicho que tú eres intocable, la bruja verdadera de San Patricio!

—Doña Gloria... —Intenté calmarla, pero su enojo era palpable, y su voz atrajo aún más atención.

—No necesito pruebas de que los míos son mayores que los tuyos —respondió Luzbelia, ignorándome por completo y centrándose en doña Gloria, como un gato acechando a un ratón. Pero había algo más en su expresión al mirarme: un desafío, una provocación directa.

—No estoy interesada en ninguno de tus juegos, Luzbelia. Sea lo que sea que busques, no me involucres a mí ni a mi familia —dije al fin, intentando sonar firme. Pero su risa me desarmó por completo.

—Oh, Manuela. Mi problema no es contigo, es con cómo el destino parece... inclinarse a tu favor cuando debería ser mío —sus ojos brillaron con un destello peligroso—. Aunque si lo piensas bien, tal vez deberías cuidarte. Hay cosas que no puedes controlar, y tarde o temprano, esas cosas exigen un precio.

Sentí que mis piernas se volvían de gelatina, pero me mantuve erguida. No quería darle la satisfacción de verme temerosa. Doña Gloria parecía a punto de replicar, pero le puse una mano en el brazo para detenerla.

—He oído suficiente —dije en voz alta para que los vecinos también escucharan. No quería que Luzbelia utilizara la situación para sembrar más caos—. Yo no juego con supersticiones ni con amenazas veladas. Vivo mi vida tranquila, y eso no va a cambiar.

Luzbelia dio un paso hacia mí, y el aire pareció espesarse. Mi respiración se volvió pesada por un instante, pero antes de que pudiera reaccionar, ella sonrió con frialdad.

—Veremos cuánto tiempo puedes mantener esa calma, Manuela —dijo antes de girarse y marcharse con una gracia que me resultó inquietante.

El grupo de vecinos susurró frenéticamente cuando su figura desapareció por una esquina. Doña Gloria me agarró del brazo con fuerza. —¡Manuela, esa mujer es peligrosa! ¡Te tiene en la mira!

—Lo sé, doña Gloria —respondí, intentando ocultar el temblor en mi voz—. Pero no voy a dejar que me haga daño.

La verdad era que no estaba segura de poder cumplir esa promesa, ni a ella ni a mí misma. Porque mientras regresábamos a casa, algo me decía que esta vez no estaba enfrentando solo palabras vacías. Algo en Luzbelia era diferente... algo que no se podía explicar con lógica.

Al cruzar el umbral de mi puerta, vi a mis sobrinos esperándome con los ojos llenos de preguntas. Les di una sonrisa tranquilizadora, pero en mi interior, sentí el peso del miedo creciendo. Román debía saber lo que había pasado. Y pronto.




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