Manuela

Capítulo 16

Esa noche, después de nuestra confrontación en la plaza, intenté retomar algo de normalidad en casa. Alan estaba leyendo el periódico mientras Rosa preparaba la cena. Los niños jugaban en la sala, sus risas eran un recordatorio de todo lo bueno que aún había en mi vida. Sin embargo, mi mente seguía atrapada en las palabras de Luzbelia y lo que había descubierto en el cuaderno de Fernando.

Después de cenar, llevé a los niños a la cama y me tomé unos minutos para sentarme en el borde de la ventana de mi habitación. Afuera, el pueblo parecía tranquilo, como si toda la tensión del día se hubiera disipado con la caída del sol. Pero sabía que esa calma era engañosa.

Decidí tomar el cuaderno de Fernando nuevamente. Me apoyé en la cama y repasé las páginas, buscando algo más que pudiera darme una pista sobre cómo enfrentar a Luzbelia. Mis dedos se detuvieron en una entrada que no había notado antes. Era breve, pero lo suficiente para que mi corazón se encogiera:

*"A veces me pregunto si hice bien en confiar. Luzbelia no es solo una amiga; lo sé ahora. Su manera de mirarme, de hablarme, no es la de alguien con intenciones puras. Intenté ser amable, pero al final, tuve que rechazarla. Me dijo algo extraño: 'El destino tiene formas curiosas de equilibrarse'. No sé qué quiso decir, pero desde entonces no me siento tranquilo."*

El cuaderno temblaba ligeramente en mis manos. Era claro que Luzbelia había intentado algo con Fernando antes de que él enfermara, pero ¿qué tan lejos había llegado? ¿Qué significaban esas palabras sobre el destino? Mi mente empezó a tejer posibilidades que no quería aceptar, pero las piezas parecían encajar demasiado bien.

De repente, oí un ruido afuera. Me acerqué con cuidado a la ventana, apartando la cortina lo justo para mirar. La calle estaba oscura, pero había una figura que se movía lentamente, casi deslizándose, hacia mi casa. Sentí que mi pecho se tensaba al reconocerla: Luzbelia.

Bajé las escaleras con cuidado, tratando de no despertar a nadie. Rosa y Alan dormían, y lo último que quería era que ella se preocupara más de lo necesario. Abrí la puerta principal, cruzando los brazos en un intento por mantenerme firme.

—¿Qué quieres ahora, Luzbelia? —pregunté, mi voz baja pero cargada de tensión.

Ella estaba parada bajo el poste de luz, la sombra jugando con los contornos de su rostro. No respondió de inmediato. En cambio, inclinó ligeramente la cabeza, su sonrisa se extendió como una grieta en el hielo.

—Quiero verte, Manuela. Quiero entender qué es lo que te hace tan especial. ¿Cómo es que sigues aquí, respirando, después de todo lo que el destino ya ha intentado quitarte? —Su tono era calmado, pero había algo profundamente amenazante en sus palabras.

Di un paso hacia ella, sin apartar la mirada. —El destino no tiene nada que ver contigo, Luzbelia. No tienes poder sobre mí ni sobre mi vida.

Su sonrisa se desvaneció, y por un momento, sus ojos brillaron con algo que parecía rabia contenida. Dio un paso hacia adelante, sus manos colgaban a los lados, tensas.

—Fernando pensó lo mismo. Y mira dónde está ahora. —Su voz era un susurro afilado que me heló la sangre.

—¿Qué estás diciendo? —pregunté, mi voz temblando a pesar de mis esfuerzos por mantenerla firme.

—Nada que no sepas ya, Manuela. —Se giró lentamente, como si disfrutara de mi confusión, y comenzó a caminar hacia la oscuridad.

Me quedé allí, en la puerta, intentando comprender el significado de sus palabras. Pero algo en mi interior me decía que lo que acababa de escuchar era una confesión velada, una pieza más en el rompecabezas oscuro que era Luzbelia.

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Esa misma noche, mientras yo me sumía en mis pensamientos, Luzbelia estaba de nuevo frente a su espejo en la casa alquilada. Sus manos temblaban ligeramente mientras repasaba los frascos en su mesa.

—Fernando... siempre tan altivo, tan seguro de su moralidad —murmuró, mirando su propio reflejo como si hablara con él—. ¿Creías que podías rechazarme sin consecuencias? Tu desprecio te llevó a la tumba. Y yo... yo me aseguré de ello. —Su risa resonó en la habitación, fría y cruel.

Acarició un pequeño frasco en su mesa, sus dedos trazando el vidrio con delicadeza. —Pero Román no cometerá el mismo error. Esta vez, no habrá margen para que el destino juegue en mi contra. Esta vez, todo estará bajo mi control.

Apagó la vela con un soplido, y la oscuridad consumió la habitación. Solo su respiración quedaba, tranquila pero cargada de odio y obsesión.




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