La mañana siguiente fue una mezcla extraña de calma y tensión. Me desperté temprano, pero no porque quisiera, sino porque los pensamientos que habían estado rondando mi cabeza toda la noche no me permitían descansar. Las palabras de Luzbelia resonaban como un eco persistente, recordándome que había algo más grande y peligroso detrás de ella.
Mientras desayunaba en la mesa con Rosa y Alan, decidí hablar.
—Encontré algo en el cuaderno de Fernando —dije, mi voz más grave de lo que pretendía. Rosa se detuvo con el café en la mano, y Alan levantó la mirada del periódico.
—¿Algo que no habías visto antes? —preguntó Rosa, preocupada.
Asentí. —Es sobre Luzbelia. Parece que... parece que intentó acercarse a Fernando antes de que enfermara. Él la rechazó. Y creo que algo en ella cambió después de eso.
Rosa frunció el ceño, claramente inquieta. —¿Crees que ella tuvo algo que ver con lo que le pasó a Fernando?
—No estoy segura —respondí—. Pero lo que sé es que no va a detenerse. Ahora está obsesionada con Román, y no descansará hasta apartarlo de mí.
Alan dejó el periódico a un lado y apoyó las manos sobre la mesa, mirándome con firmeza. —Manuela, Luzbelia es peligrosa, pero no puedes enfrentarte a esto sola. Si hay algo que podamos hacer, dime. Este pueblo puede ser cruel, pero la gente no confía del todo en Luzbelia.
Eso me dio una chispa de esperanza. Por primera vez, sentí que quizá tenía una oportunidad de actuar antes de que fuera demasiado tarde.
---
En la casa de Luzbelia, la intensidad seguía aumentando. Su habitación parecía un santuario oscuro, lleno de objetos que brillaban con una luz tenue, como si tuvieran vida propia. Frente al espejo, se encontraba nuevamente en su posición habitual, pero esta vez había algo diferente. Su mirada era más feroz, y sus movimientos, más precisos.
—Fernando me subestimó, y su debilidad lo consumió —murmuró, pasando sus dedos por el borde del espejo—. Su desprecio selló su destino. Y ahora tú, Manuela, cometes el mismo error. Pero esta vez, yo tengo el control.
Tomó un frasco de la mesa y lo sostuvo contra la luz, observando el polvo grisáceo en su interior con una sonrisa torcida.
—Román será mío. Siempre debió ser mío. Y no permitiré que alguien como tú se interponga otra vez. —Su risa resonó en la habitación, fría y cruel, llenando cada rincón con su odio.
Colocó el frasco en la mesa y dio un paso hacia el espejo, inclinándose hacia su reflejo. —Manuela, no sabes lo que viene. Pero cuando lo sepas, será demasiado tarde.
---
Al mediodía, decidí salir al pueblo. Necesitaba despejarme, pero también quería entender cómo se movía Luzbelia entre los demás. Caminé hacia la plaza, donde el mercado estaba lleno de vida. Los colores de las frutas y verduras eran un contraste bienvenido contra la sombra que parecía haberse instalado en el aire.
Entonces, la vi. Luzbelia estaba parada junto a un grupo de mujeres, hablando en voz baja, pero lo suficiente para que las palabras alcanzaran a algunos curiosos. Sus ojos me encontraron, y su sonrisa se curvó con la misma malicia de siempre.
Esta vez, no le di la espalda. Decidí enfrentarla. Caminé hacia ella, sintiendo cómo las miradas de los demás comenzaban a seguirme. Luzbelia me observó con interés, como si mi acercamiento fuera exactamente lo que había estado esperando.
—Parece que nos encontramos de nuevo, Manuela —dijo, su tono dulce pero afilado.
—No vine a buscarte, pero me parece que estás haciendo todo lo posible por buscarme tú —respondí, mi voz clara. La plaza cayó en un silencio incómodo mientras las vecinas miraban con atención.
Luzbelia dio un paso hacia mí, su mirada calculadora. —No necesitas luchar contra lo inevitable. El destino ya tomó su decisión. Tú y yo... somos fuerzas opuestas, Manuela. Y créeme, sé cómo deshacerme de los obstáculos en mi camino.
Mis manos temblaron ligeramente, pero mantuve mi postura. —Tus palabras no me asustan, Luzbelia. Ni tus juegos. Y lo que sea que estés planeando, no va a funcionar.
Ella sonrió ampliamente, pero sus ojos brillaron con algo más oscuro, más peligroso. —Eso es lo que dijeron los demás antes de ti. Fernando también creía en su fuerza, pero mira dónde terminó. Solo recuerda, Manuela: yo siempre gano.