Manuela

Capítulo 18

Rosa insistió en quedarse conmigo en casa después de lo ocurrido en la plaza. Aunque traté de disimular mi inquietud, su mirada constante dejaba claro que no se le escapaba nada. Alan también parecía más atento a cada detalle, y los niños, aunque no entendían todo lo que pasaba, no dejaban de mirarme con curiosidad. No podía negar que su apoyo me reconfortaba, pero sabía que esto era algo que tarde o temprano tendría que enfrentar yo misma.

Esa noche, mientras preparaba café en la cocina, oí el golpe inconfundible en la puerta de entrada. Rosa me miró desde el comedor, y antes de que ella pudiera levantarse, ya estaba yo caminando hacia la puerta. Abrí y me encontré con Román.

—¿Estás bien? —preguntó de inmediato, entrando sin esperar una invitación. Su expresión era una mezcla de preocupación y algo que no podía identificar del todo.

—Sí, estoy bien —respondí, aunque el nudo en mi estómago me desmentía. Cerré la puerta detrás de él, y Rosa nos lanzó una mirada desde el comedor antes de desaparecer escaleras arriba, dándonos privacidad.

Román se giró hacia mí, su mirada intensa. —Supe lo que pasó en la plaza. Doña Gloria me lo contó todo.

Mis ojos se abrieron con sorpresa. —¿Doña Gloria?

Asintió. —Parece que ha decidido ponerse de tu lado. Dijo que te vio enfrentarte a Luzbelia y que esa mujer "es la misma encarnación del mal". Sus palabras, no las mías —dijo con una sonrisa ligera, intentando aligerar el ambiente.

A pesar de mi sorpresa, no pude evitar sentir una chispa de gratitud hacia doña Gloria. Saber que incluso ella, con todos los años de chismes y supersticiones a cuestas, estaba de mi lado era una sensación extraña pero reconfortante.

Román tomó mis manos entre las suyas. —Manuela, Luzbelia siempre ha sido... complicada. Su obsesión con Fernando fue peligrosa, y ahora parece que está repitiendo el mismo patrón conmigo. Pero esta vez no va a ganar. No voy a dejar que te haga daño.

Quise responder, decirle que estaba lista para enfrentarla, pero su mirada me detuvo. Había algo en sus ojos, una determinación que no había visto antes. Y en ese momento, me di cuenta de que no estaba sola, que nunca lo había estado.

—Gracias, Román —dije en un susurro. Sus dedos apretaron los míos con suavidad, como si entendiera todo lo que no podía decir en voz alta.

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Al otro lado del pueblo, doña Gloria también estaba tomando sus propias decisiones. Sentada en su sala, con un vaso de agua en la mano, miraba la calle por la ventana. Había visto a Luzbelia caminar hacia su casa más temprano y, por primera vez en mucho tiempo, sintió que debía hacer algo.

—Esa mujer no sabe con quién se está metiendo —murmuró para sí misma, dejando el vaso en la mesa. Se levantó con decisión y buscó un bolso en su habitación. Entre sus cosas, encontró un viejo rosario y un pequeño frasco de agua bendita que había guardado desde hacía años, más como un recuerdo que como algo práctico. Pero esa noche, decidió que no se quedaría de brazos cruzados.

Doña Gloria había pasado mucho tiempo siendo testigo de lo que Luzbelia podía hacer, y aunque no lo admitiera en voz alta, sabía que esa mujer era peligrosa. Pero ahora sentía que, de alguna manera, había una oportunidad de redención para ella misma, una forma de reparar los años de chismes y juicios hacia Manuela. Y estaba dispuesta a aprovecharla.

Se ajustó el bolso al hombro y salió al porche, mirando hacia la dirección de la casa de Luzbelia. Su corazón latía con fuerza, pero no era miedo lo que sentía, sino una mezcla de rabia y resolución.

—Nadie se mete con mi Manuela —murmuró antes de encaminarse hacia la oscuridad.

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Mientras tanto, Luzbelia continuaba sumida en sus planes, sin sospechar que tanto Manuela como quienes la rodeaban estaban listos para enfrentarse a ella.




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