El día comenzó con una extraña tranquilidad en San Patricio. Aunque las calles estaban llenas de actividad y los vecinos seguían con sus quehaceres, había algo en el aire que no podía ignorarse. La sombra de Luzbelia se extendía por el pueblo, invisible pero tangible, y yo sabía que no quedaba mucho tiempo antes de que algo ocurriera.
Román llegó temprano a casa. Su expresión era seria, más que la noche anterior, y sus pasos resonaban con urgencia mientras entraba. Rosa y Alan estaban en la cocina, pero se asomaron con curiosidad al escuchar la puerta.
—Manuela, necesitamos hablar —dijo, y su tono me hizo dar un paso atrás.
—¿Qué pasó? —pregunté, intentando ocultar el miedo que se había instalado en mi pecho.
Él se giró hacia Rosa y Alan, como si buscara su aprobación, y luego volvió a mí. —Fui a buscar respuestas. Fui a enfrentarla.
Mis ojos se abrieron de par en par. —¿A Luzbelia?
Asintió. —Tenía que saber más. Tenía que entender qué es lo que está buscando. Pero lo que encontré fue peor de lo que imaginaba.
Rosa se acercó, claramente preocupada. —¿Qué encontraste, Román?
Él suspiró, bajando la mirada por un instante antes de responder. —No está aquí solo por mí ni por Fernando. Está aquí porque cree que el destino le pertenece, que puede moldearlo como quiera. No sé si son supersticiones o si realmente tiene algo más oscuro entre manos, pero está convencida de que Manuela es su obstáculo final.
El silencio cayó sobre la sala. Alan se acercó y tomó a Rosa del brazo, su expresión igual de seria.
—¿Cómo vamos a enfrentarnos a eso? —preguntó Rosa, pero su voz temblaba.
—Juntos —respondió Román con firmeza—. No vamos a dejar que ella se salga con la suya.
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Esa misma tarde, decidí buscar a doña Gloria. Había sido un apoyo inesperado en todo esto, y sabía que su experiencia con las supersticiones del pueblo podía ser útil. La encontré en su porche, mirando hacia la calle con su fiel rosario en la mano.
—Doña Gloria, necesito su ayuda —le dije mientras subía los escalones.
Ella me miró con sus ojos pequeños pero llenos de determinación. —Sabía que vendrías, Manuela. Ven, siéntate.
Me acomodé junto a ella, y por un momento, dejé que el silencio nos envolviera. Pero luego, con el valor que había reunido, le expliqué lo que Román me había contado. Su expresión no cambió, pero sus dedos apretaron el rosario con más fuerza.
—Esa mujer siempre tuvo un aire de peligro —murmuró—. Pero si está tan obsesionada contigo, es porque tiene miedo. Miedo de que tú tengas algo que ella no puede controlar.
—¿Y qué sería eso? —pregunté, genuinamente desconcertada.
Doña Gloria me miró con una leve sonrisa. —La capacidad de seguir adelante. Ella vive atrapada en el pasado, Manuela. En su obsesión con Fernando, en su necesidad de tener el control. Pero tú... tú has aprendido a sobrevivir, a levantarte. Y eso es algo que nunca podrá entender.
Sus palabras me dieron una nueva perspectiva, pero también me hicieron comprender algo importante: Luzbelia no solo era peligrosa porque era capaz de manipular a los demás, sino porque no podía soltar su propio dolor. Y ahora, su obsesión había evolucionado a algo mucho más oscuro.
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Esa noche, mientras regresaba a casa, me encontré con Román en la calle. Su expresión era más relajada que antes, pero sus ojos aún llevaban la sombra de lo que había enfrentado.
—¿Cómo estás? —me preguntó, deteniéndose frente a mí.
—Decidida —respondí, y su sonrisa fue suficiente para darme fuerzas.
Caminamos juntos hacia mi casa, pero antes de llegar, una figura apareció en la esquina de la calle. Era Luzbelia. Estaba de pie bajo la luz de un farol, sus ojos fijos en nosotros.
Román apretó mi mano, pero yo no me detuve. Avancé hacia ella, y por primera vez, sentí que tenía el control.
—¿Qué es lo que quieres, Luzbelia? —pregunté, mi voz resonando en la calle.
Ella sonrió, pero no había nada cálido en su expresión. —Solo observar, querida. Observar cómo el destino finalmente toma su lugar.
—El destino no es tuyo para moldear —respondí, mi mirada fija en la suya.
Por un momento, el silencio fue absoluto. Pero luego, sin decir una palabra más, Luzbelia se giró y desapareció en la oscuridad.