Manuela

Epílogo

El sol brillaba fuerte sobre San Patricio, como si el pueblo mismo quisiera olvidar las noches de niebla y sombras que había presenciado. Desde aquella noche en el cementerio, algo había cambiado. No solo en mí, sino en cada rincón del pueblo. Doña Gloria, con su característico entusiasmo y un talento innato para los rumores, había tomado la historia en sus manos y la ha transformado en una leyenda que resonaba en cada esquina.

Según ella, Manuela había enfrentado directamente al “maligno” con una valentía extraordinaria, y con la ayuda de su valioso rosario, había logrado expulsarlo del pueblo.

No me tomó por sorpresa que añadiera algunos toques dramáticos, como el brillo sobrenatural en mis ojos o el grito desgarrador de Luzbelia cuando fue derrotada. La historia se extendió como un incendio en el pueblo, y para mi sorpresa, la reacción fue positiva.

Por primera vez, las miradas que antes se clavaban en mí con desconfianza y juicio eran ahora de admiración. Las vecinas se acercaban para saludarme, ofreciéndome pan recién hecho o flores silvestres con sonrisas cálidas. Hasta los hombres que antes ni me dirigían la palabra ahora me llamaban “valiente” o “un ejemplo para el pueblo”.

Ema, mi sobrina, no perdió la oportunidad de compartir la historia en la escuela, asegurando que “mi tía Manuela es como una heroína de los cuentos”. Su versión, claro, incluía detalles como que el cielo se llenó de luces y que Fernando apareció en persona para darme las gracias. Aunque la exageración me hizo reír, no pude evitar sentirme conmovida por cómo incluso los más pequeños veían algo especial en mí.

---

Doña Gloria, mientras tanto, disfrutaba de su papel como la coprotagonista de la historia. Había añadido a su versión que su rosario y su agua bendita habían sido fundamentales para "sellar el destino del maligno". Pero más allá de los rumores, algo profundo había cambiado en ella. Su relación con don Pedro, su esposo, había renacido, y ahora eran una pareja inseparable.

Una tarde, mientras tomábamos café en su porche, ella me confesó lo que había ocurrido entre ellos.

—Manuela, esa noche fue una señal para mí —dijo, mirando hacia el jardín donde don Pedro arreglaba unos arbustos con cuidado—. Cuando todo parecía perdido, él me tomó de la mano y me dijo algo que nunca pensé escuchar: “Gloria, perdóname por no ser el hombre que debiste tener”. Me hizo darme cuenta de cuánto tiempo habíamos perdido guardándonos rencores, y esa misma noche, yo también le pedí perdón. Mira ahora, hasta cuida las plantas como si fueran nuestros hijos.

Su risa era ligera, llena de alegría, y aunque durante años la había conocido como una mujer dura y crítica, ahora parecía haber encontrado una paz que la hacía brillar. Don Pedro, desde el jardín, nos saludó con una sonrisa amable, y doña Gloria lo devolvió con una mirada cargada de cariño.

---

En cuanto a mí, la vida seguía, pero había algo diferente en cada paso que daba. Una tarde, mientras paseaba por la plaza, Román caminaba a mi lado, sosteniendo mi mano con naturalidad. Todo era tan simple y tan bello. El aire fresco, las risas de los niños jugando, y las conversaciones llenas de vida entre los vecinos me recordaban que, después de todo, la oscuridad no había ganado.

Román me miró de reojo y me sonrió. —Dime algo, Manuela. ¿Te imaginaste alguna vez que las cosas terminarían así?

—No —respondí, sincera—. Pero tampoco pensé que encontraría paz después de todo. Y ahora, estoy segura de que todo lo que pasó no fue el final, sino un nuevo comienzo.

Mientras hablábamos, vi a doña Gloria en una esquina, compartiendo su versión épica de los hechos con un grupo de vecinas. Me miró de lejos, guiñándome un ojo antes de regresar a su narración, con don Pedro sosteniéndola del brazo. No pude evitar reír. Era imposible estar molesta con ella, porque su historia, aunque exagerada, había cambiado la percepción del pueblo hacia mí, y eso era suficiente.

---

San Patricio ya no era un lugar de sombras para mí. Ahora era un lugar lleno de luz, de recuerdos y de personas que me aceptaban por quien era, sin los prejuicios que alguna vez me persiguieron. Con Román, Rosa, Alan, Ema, Ángel y hasta doña Gloria, sabía que había encontrado algo más grande que todo lo que había perdido: un hogar lleno de posibilidades y amor.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.