Empezaré por narrar cómo decidí huir de aquí. Hacía ya mucho tiempo que había aceptado mi destino de morir encerrado, sin embargo, un día que estaba en el patio, mientras leía mi libro de filosofía, vino a mi mente una serie de pensamientos. Pero una destacó entre todas, una idea llegó violentamente: probar mi inocencia. Pero para esto, debía estar libre.
Pasaron varios días, la idea iba y venía, pensé que estaba enloqueciendo. Las pocas personas que con las que hablaba, me decían que no estaba en mi. Es raro que , cuando estamos pensando, cuando estamos en nuestros más íntimos pensamientos, es necesario desconectarnos del mundo tangible. No es posible estar en los dos planos al mismo tiempo. Sin embargo, intenté suprimir estos pensamientos, me decía: “Estás perdiendo la cordura con tanto tiempo aquí, es solo eso, no hagas estupideces”. Pero poco a poco, la idea se fue llenando de fuerza y sin darme cuenta, ya empezaba analizar la estructura de todo. Desde la arquitectura, hasta los procesos de seguridad.
Después de algunos meses, la simple idea había cambiado mi rutina. Nada era igual, la comida había cambiado de sabor, aunque era la misma desde hace mucho tiempo. Mi celda ya no era la misma, aunque eran las mismas cuatro paredes. El patio ya no era el mismo, aunque era el mismo corral. Yo ya no era el mismo, aunque era el mismo cuerpo. Fue aquí, cuando decidí tomar en serio la planeación de mi huida.