En medio del prado crecía una pequeña margarita. Florecía alegremente bajo el sol y era muy feliz. Cuando llovía, bebía el agua y se llenaba de fuerza para un nuevo día soleado.
En su vida anterior, la margarita había sido un pequeño gorrión. Así es, vivimos muchas veces y, tras la muerte, renacemos una y otra vez en diferentes formas. Cuando era un gorrión, su madre le traía comida al nido, pero un día, un ser humano destruyó su hogar, y el pajarito cayó y murió.
Tras su muerte, renació como una margarita en medio del prado. Como no había personas cerca, la flor crecía y se desarrollaba felizmente. Respiraba el aire, disfrutaba de los rayos del sol y absorbía el agua de la tierra después de la lluvia. A menudo pensaba en cuánto tiempo viviría y en qué se convertiría después de esta vida como margarita.
Cuando llegaba el invierno, la margarita soltaba sus pétalos y se refugiaba en sus raíces bajo la tierra. Así pasaba la estación fría, cubierta por una gruesa capa de nieve. En primavera, con el regreso del calor, brotaba de nuevo desde sus raíces, desplegaba sus pétalos y volvía a disfrutar de los rayos del sol que caían sobre ella desde lo alto del cielo.
Un día, un ratoncito se acercó corriendo, se detuvo y admiró la hermosa margarita durante mucho tiempo, hasta que comenzó a llover. Entonces, el ratón se apresuró a esconderse en su túnel bajo tierra.
Así pasaron los años: la margarita florecía en las estaciones cálidas y se escondía en la tierra cuando hacía frío. Finalmente, llegó su momento. Su ciclo de vida terminó, pero había sido una existencia increíblemente feliz y tranquila. Mientras se secaba y se desvanecía, pensaba en qué se convertiría después y qué le esperaba en el eterno ciclo de la naturaleza.