Máquina

Máquina

Luego de décadas experimentando en secreto, billones de dólares
invertidos y varios prototipos fallidos, el ejército americano logró alcanzar
uno de sus mayores objetivos: crear un súper soldado. 
Ante las miradas incrédulas de docenas de militares, Shawn Tuck, el
científico a cargo de aquella operación, se colocó junto a su obra maestra,
tragó saliva, y empezó a hablar:


—Damas y caballeros, hoy es un día histórico para nuestra nación —el
lugar permanecía en silencio, mientras que todos los presentes escuchaban
con atención—. Hemos creado el soldado definitivo, uno que no necesita
alimento, no siente miedo, y aún mejor, no puede morir.


Tiró de la sábana blanca que cubría su creación, y los presentes,
admirados, prorrumpieron en un prolongado aplauso. Se trataba de una
enorme máquina con aspecto humanoide, medía dos metros quince de
altura, y sus extremidades estaban hechas de acero inoxidable. El pecho
había sido recubierto con Kevlar negro, y ambas manos tenían orificios a
modo de cañones. Era algo inconcebible, al menos hasta hacía unas pocas
horas.


Después de unos cuantos segundos, los aplausos cesaron del todo y el
lugar volvió a estar en silencio. Shawn escrutó a los presentes con la mirada,
asintió, y retomó la palabra.


—Como pueden ver, tomamos medidas para adaptarlo a cualquier
situación de combate: desiertos, trincheras, bosques, montañas y demás.
Tiene un sistema interno para calentarse en climas fríos, y otro para
ventilarse en los calurosos.


El científico señaló los pies de la máquina, los cuales lucían como botas
negras de combate.


—Los pies fueron fabricados de tal manera que se aferran a todo tipo
de superficie, bien sea áspera, resbalosa, seca, húmeda, o arenosa; e incluso
puede adaptarse para caminar por espacios reducidos.


Inmediatamente, señaló su torso.

—Como muchos habrán notado, lo cubrimos con material Kevlar para
reducir el impacto de las balas sobre él, y además, la superficie negra es fácil
de pintar para propósito de camuflaje.


Acto seguido, tocó el brazo derecho de su creación.


—Sus extremidades superiores fueron reforzadas para que resistan
impactos fuertes y puedan levantar el doble de su peso —esbozó una sonrisa
de orgullo—. No solo nos aseguramos de que pudiera utilizar armas de fuego,
también las incorporamos en su armazón.


Se escucharon varios murmullos de asombro a lo largo de la sala.


—Las palmas de sus manos poseen orificios lo bastante grandes como
para disparar balas de calibre 48, aunque pueden utilizar calibres menores. A
su vez, colocamos un cuchillo de combate a su medida en caso de que
necesite combatir de cerca.


Por último, Shawn le dedicó una sonrisa orgullosa a los presentes y
los instó a preguntar lo que quisieran acerca de su creación. Se escucharon
algunos murmullos, y entonces una voz masculina hizo la primera
interrogante.


—¿Qué ocurre si logran hackear el sistema de nuestros súper
soldados? Eso sería contraproducente para los objetivos de nuestro país.


—Esa es una excelente pregunta, pero no tienen nada de lo que
preocuparse, cada comando está encriptado varias veces, así que un hacker
podría pasarse años luchando para poder obtener el control de una sola
parte de nuestra máquina.


—¿Cómo se activa? —quiso saber una soldado que había sido opacada
por la multitud.


—Hay dos maneras, puede ser manualmente desde un puesto de
control, o de forma automática si detecta un ataque —explicó Tuck.


—¿Puedo verlo de cerca? —inquirió un soldado bastante joven y
delgado, con algunas marcas de acné en el rostro.

—Adelante —el científico le permitió el paso con un ademán, y el chico
se colocó de frente al robot.


—Es imponente —admitió, dándole toquecitos en el torso.


—No deberías hacer eso, chico, podría...


—Por favor, ¿crees que podría romperlo? Apuesto que aguanta esto —levantó su brazo con intenciones obvias de darle un puñetazo, a la vez que Shawn corría para detenerlo.


Todo transcurrió con excesiva rapidez. Los ojos del robot se abrieron, y
cuando aquel puño estaba a milímetros de él, sacó su cuchillo de combate y
cortó la garganta del chico. Los demás soldados, confundidos y aterrados,
desenfundaron sus armas y abrieron fuego contra él.


—¡No! ¡Maldita sea, no! —chilló el científico, al ver que su creación
levantaba ambos brazos y activaba sus armas incorporadas.


En cuestión de segundos, varias ráfagas de balas salieron de la
máquina, acabando así con montones de militares. Algunos de ellos, al darse
cuenta de lo que había iniciado, prefirieron huir de su alcance y ponerse a
cubierto.



#29931 en Otros
#9688 en Relatos cortos
#12737 en Thriller
#5212 en Suspenso

En el texto hay: guerras, armas, robots

Editado: 16.03.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.