La joven, tirada sobre la arena, con el agua salada del mar rozando su cuerpo, y el sol ardiente esparciendo su calor sin piedad. Una suave brisa alivianaba la intensidad del sofocante calor en la isla.
Ella se despertó. Se dio cuenta de que se encontraba en una pequeña isla. Se incorporó un poco. Las heridas de su cuerpo le ardían, pero no tenía la menor idea de cómo había llegado ahí, no recordaba absolutamente nada antes de ese lugar. Se levantó pesadamente con la ropa desgarrada escurriendo agua. Más adelante se extendía una especie de pequeña, aunque vasta jungla. Cojeando y jadeando por la fatiga, se adentró en la jungla de plantas verdes y abundantes. La arena calentada por el sol le quemaba las plantas de los pies y las pequeñas piedras se le enterraban en las heridas. Su cabello negro estaba alborotado y enmarañado lleno de sal de mar. Cuando llegó a una alta piedra que bloqueaba la jungla, tuvo que escalarla con trabajos para llegar a la vegetación. Los enormes árboles llenos de hojas tapaban la luz del sol, manteniendo la tierra a una temperatura más fresca. Se agarró de un árbol para sostenerse por un momento y recuperar el aire. Después continuó adentrándose más en la jungla. Encontró una fruta en el suelo. Rápidamente la comió, moría de hambre. Siguió su camino sin rumbo pisando la tierra húmeda y las hojas verdes caídas. Pasó entre arbustos y lianas. Se topó con otra pared de piedra más adelante, un poco más baja que la primera. Esperando encontrar alguna señal de porqué estaba ahí, la escaló también. Al llegar a la cima, se sorprendió al encontrar a alguien. Un chico joven de cabello castaño oscuro, delgado y medianamente alto inmóvil frente a un montículo de tierra y flores con una vara de madera clavada encima con un collar enroscado. El collar era de perlas con una hermosa y llamativa concha en el centro.
Él joven se volvió lento al escuchar los pasos de la chica. Se veía devastado igual que ella. Tenía la ropa rota y manchada de sangre, los pies lastimados, y una espantosa cortada que iba desde su mejilla hasta su clavícula, claramente mal curada y muy reciente.
—Despertó —habló con una voz sorda y ronca.
—¿Dónde estoy? —preguntó ella.
—¿No recuerda nada? —el tono de voz del chico era de sorpresa, pero su expresión era indiferente.
Ella lo miró extrañada.
—La mayoría están muertos... Si no es que todos —continuó él —Debería ir a Bronzeshore y vivir un poco, Moon Bong-Cha. Yo me quedaré aquí, no hay nada más que pueda hacer en estos mares.
—¿Bronzeshore?
—Al oeste de aquí. Siga todo en línea recta y llegará. Hay un bote en la costa, es lo único que quedó —explicó él.
—Está bien... supongo. ¿Tu nombre? —ella habló con la mirada perdida.
—Cayden —respondió él después de soltar un largo suspiro —Creo que has perdido la memoria.
—¿A qué te refieres?
—Escuche, váyase de aquí y viva, debería empezar de nuevo.
—¿Por qué me hablas de ese modo? Con ese respeto...
—No debería... No debería decírtelo si has perdido la memoria.
Ella miró el montículo de tierra con la vara de madera y el collar.
—¿Qué es eso?
—Mi hermana ha muerto. Velaré su cuerpo... Como es debido. Su memoria prevalecerá ahora que su alma se ha unido a los espíritus. Ahora ve... Y encuentra lo que buscas... Aunque no estés buscando algo.
—No entiendo...
—El océano te llevará, la corriente va en dirección a Bronzeshore. Tardarás muy poco.
—¿Seguro que te quedarás aquí?
—Lo haré. No hay nada para mí allá afuera... no queda nada... el mar está manchado con sangre, al igual que las memorias de quienes aún viven.
—Deberías buscar una vida también.
Él negó con la cabeza.
—No. No hay otro lugar, ya no hay inició para mí. Tal vez nos volvamos a ver... Pero ahora vete, los mares aún te llaman.
La joven bajó la mirada, asintió e hizo una inclinación de despedida, dejando a aquel chico con su pena y su decisión. Bajó de las colinas de rocas hasta la arena. La recorrió en busca del bote hasta que finalmente lo vio en la distancia. Un bote pequeño de madera con un par de remos. Mientras se acercaba a este, sintió algo filoso que pisaba en la arena. Se dio cuenta de que era un cuchillo. Cuando lo levantó, vio que tenía un símbolo en el mango, una media luna con un dragón que se enroscaba en esta. Era muy peculiar. No tenía idea de que significaba, pero decidió guardarlo para defensa, no sabía a que se enfrentaría próximamente. Subió al bote y se adentró en el mar. Remó a través de las olas mientras el sol empezaba descender en el ocaso. No tardaría mucho en caer la noche. Los colores rosados y violetas del atardecer empezaban a aparecer en el cielo despejado. Ella se fue sintiendo más cansada con cada minuto que pasaba, y todavía no veía ni una isla, solo incontables formaciones de roca que emergían del océano como pequeños obeliscos.
En un momento se quedó descansando un rato, pensando en que habría pasado y como es que no recordaba nada. Cuando el sol estaba a punto de ocultarse, decidió seguir otro rato manteniendo la esperanza de llegar pronto a algún lugar. Para su alivio, no tardó mucho en distinguir un pedazo de tierra con algunas construcciones a lo lejos. Se apresuró a llegar remando más rápido y finalmente, llegó al puerto. Dejó el bote en la orilla y se bajó. Caminó un poco. Le llamó la atención que no había nadie a la vista, parecía estar completamente abandonado, excepto por unos niños que se escondían debajo de un puente. Se acercó a ellos, quienes se abrazaron y se escondieron en la sombra del puente.
—Tranquilos, no les haré nada ¿Por qué se esconden? —murmuró.
Los niños se miraron y finalmente fue la niña quien habló.
—Bandidos —dijo en voz baja.
—¿Bandidos? ¿Dónde? —preguntó la chica.
—En todos lados —dijo la niña.
La joven se levantó y buscó a los bandidos mientras los niños la seguían con la vista. Efectivamente, todo el lugar estaba infestado de ladrones brabucones. Ella desenfundó el cuchillo que había encontrado.
Editado: 30.12.2024