—¡Tenemos que hacer algo! —exclamó Bong-Cha.
—Jang-Seo dijo que nos fuéramos, no solos es mi primo, es mi Capitán y debo obedecer sus órdenes —respondió Yeong-Seok con pesar en su voz.
—Más bien no solo es tu Capitán, es tu primo. No podemos dejarlo.
—Él podrá regresar, siempre lo hace.
Bong-Cha tomó a Yeong-Seok de los hombros y lo hizo mirarla a los ojos.
—Seok, por favor, no podemos simplemente irnos y ya, tenemos que ir por él, es su deber como tripulación —le dijo.
—Bong-Cha, escúchame, quiero rescatarlo tanto como tú, pero no puedo simplemente ignorar sus órdenes. Él es fuerte, podrá volver... espero.
—Jang-Seo te dijo que me sacaras de ahí, yo jamás lo escuche indicar que nos fuéramos.
Yeong-Seok bajó un poco la cabeza y cerró los ojos un momento.
—Sé que es difícil decidir entre lo que dicta el código pirata y lo que tú crees que es correcto, pero yo también he estado ahí, ¡lo sé! Échame la culpa a mí, después de todo soy Capitana también —continuó ella.
—Tienes razón, eres Capitana —Yeong-Seok le puso el sombrero de Jang-Seo en la cabeza —Estamos a sus órdenes, Emperatriz de los Mares —se inclinó ante ella.
La joven asintió con determinación y subió a donde se encontraba el timón. Desde ahí hablo a todos los miembros de la tripulación.
—¡Yo soy Hisako, Capitana interina de la Perla Roja, Emperatriz de los Mares! —exclamó levantando su katana —¡Y ordeno que arriesgaremos nuestras vidas de ser necesario para salvar a nuestro Capitán! ¡¿Están conmigo?!
—¡Si! —gritaron todos a coro.
—¡¿Están conmigo?! —repitió ella aún más fuerte.
—¡Si, Capitana! —respondieron todos.
—Entonces fijen curso a Coppertown —ordenó Bong-Cha envainando su espada.
En sus oscuros ojos tan negros como las mismas sombras, había determinación, tenacidad, valentía y sobre todo amor. El amor que sentía por Jang-Seo era tan grande que no soportaba la idea de dejarlo atrás, estaba decidida a ir por él, sin importar lo que le costara.
Para el anochecer, llegaron a Coppertown por el lado de la playa, donde nadie se daría cuenta, pues los enormes árboles y palmeras se encargarían de ocultar la nave. Decidieron pasar la noche ahí, gran parte de la Marinase encontraba en la ciudad en esos momentos y no tendrían oportunidad de salvar a Jang-Seo, por el contrario, seguramente los atraparían a todos. Esperaban que a la mañana siguiente al menos algunos se hubieran ido de ahí y así pudieran llevar a cabo el rescate.
. . .
Jang-Seo pasó la noche con el frío calándole los huesos, tiritando, sin un solo rayo de luna para iluminar su oscura celda. Todo había sido tan rápido y ahora estaba encerrado en una celda solo para esperar su muerte. Hace rato que había dejado de raspar la cuerda de sus manos contra la piedra, no había hecho ningún efecto positivo, además, estaba agotado de la pelea contra el Rey Adhemar.
Al siguiente día, ya avanzada la mañana, la puerta de la celda se abrió de golpe. Jang-Seo vio como al menos seis hombres entraban y se dirigían a él. Lo tomaron de los brazos y le desataron las manos. Jang-Seo aprovechó para intentar escapar, pero los oficiales lo sujetaron con fuerza y lo arrastraron al centro de la celda. Ahí, le encadenaron las muñecas con unos grilletes que colgaban del techo, levantando sus manos y forzándolo a quedarse sobre sus rodillas. Jang-Seo retorció sus manos entre las apretadas cadenas mientras un hombre vestido completamente de negro sacaba un látigo. Los oficiales encendieron un poco de fuego, lo cual sorprendió a Jang-Seo. ¿Qué planeaban hacer con eso? Y obtuvo su respuesta casi al instante. El hombre de negro acercó la punta del látigo al fuego, que además era de metal. Jang-Seo comprendió lo que sucedía, el látigo estaría ardiendo. Su respiración se agitó al igual que su corazón, gotas de sudor escurrían por todo su cuerpo, no podía ni imaginar el dolor que le provocaría.
El hombre de negro se acercó al chico con el látigo en mano, encendido de un color anaranjado brillante. Se colocó detrás de Jang-Seo y unos segundos después le dio un latigazo en la espalda. Jang-Seo, que había tratado de resistir, soltó un fuerte grito de dolor. Su piel ardía como si el fuego vivo la hubiera rasgado. Todo su cuerpo tembló y sintió que no podría resistir más de eso. El hombre de negro volvió a golpearlo. Jang-Seo gritó de nuevo, más fuerte esta vez. Los golpes continuaron, uno tras otro, quemando la piel del chico, quien creía que esa tortura jamás terminaría. Para su alivio, aunque fuera muy poco, terminaron luego de lo que pareció una eternidad. Los oficiales se fueron con expresiones de satisfacción. Jang-Seo bajó su cabeza adolorido, el ardor le recorría el cuerpo y se sentía tan débil, débil como nunca antes.
En las afueras de la pequeña ciudad, Yeong-Seok, Bong-Cha y la tripulación de la Perla Roja planeaban como rescatar a Jang-Seo, ocultos para no ser reconocidos. En eso, un oficial de la Marina se paró en el centro de la plaza principal, debajo de una estatua de un almirante de la Gran Marina. Este llamó a todos los habitantes de Coppertown para dar un aviso. La gente se congregó alrededor de él, escuchando atentamente.
—¡Ciudadanos de Coppertown, este es un aviso del Alcalde! —empezó el oficial —Como ya sabrán, el Capitán pirata conocido como el Colmillo Escarlata ha sido capturado por la Gran Marina. El Alcalde decretó que será ejecutado en una semana en esta misma plaza al mediodía. Se les pide a todos estar presentes para presenciar la advertencia del destino que les espera a los criminales como él. Gracias por su cooperación.
Las personas comenzaron a murmurar. Bong-Cha se llevó las manos a la boca, asustada e impactada por la sentencia. Yeong-Seok también se notaba conmocionado, pero se mantuvo fuerte, no podía flaquear en ese momento.
—Está bien, Bong-Cha, lo evitaremos. Tengo un plan —le dijo a ella.
—¿Y cuál es? —preguntó la Capitana con voz quebrada.
Editado: 30.12.2024