'Poner a arder el mundo'
Anders.
Seguía con la mano tendida, mientras Laetizia Sinners me observaba de arriba abajo, sin saber que hacer. La había liado; es más, con la muerte de Saller —recién salida del horno—, sabía que ahora corría peligro y estoy cien por cien seguro de que sabe que le conviene más.
Mira a su amiga —o novia, ya no sé—, la cual está del color de un papel. Se miran, haciendo gestos con los ojos y sé que entienden entre ellas.
Segundos después, la actriz toma mi mano.
—Vamos con ustedes, capitán.
—¿Acaso se fía de mí sin conocerme? —reí.
Ladea la cabeza.
—Es mejor que quedarme aquí con los comunistas extremistas y que me maten, ¿no?
Sonrío ante su perspicacia.
—Un gusto, Anders Hemsworth. —agito mi mano, aún bajo la suya.
—Lo conozco, capitán. —me sonríe. —Un gusto, Laetizia Sinners.
—También la conozco. —Río y le tiendo la mano a su amiga. —Un gusto, señorita. Soy el capitán Anders Hemsworth.
Parece dudar unos segundos antes de tomar mi mano enfundada en el guante negro.
—Vangalore Terris, señor.
Sonrío de nuevo. Señalo hacia atrás.
—Ellos son Darko Sarkozy, Anne Scrabe, y Faraday James. De mi tripulación, ya los iréis conociendo. —los miro. —¿Nos vamos?
Salimos de la oficina, no sin antes dejarle pintado en la frente 'Tramposo' con la última 'o' siendo formada por el agujero de su frente.
Guardo la pistola en mis pantalones, saliendo por la puerta de la oficina.
Sin embargo, oigo un tiro que cae en el adoquín más cercano a mi. Me pongo alerta, moviéndome al instante en zig zag. Mis tripulantes detrás mía desenfundan sus armas y la actriz y su amiga salen corriendo tras el obelisco.
Las imito al ver una multitud enfurecida acercándose, con antorchas, lanzas, e incluso pistolas. Madre mía, menudos orangutanes.
—¡Capitán! ¡Ha decidido volver! —grita uno de ellos, acercándose. Mierda, menuda rapidez.
—Bueno, creo que ya no nos hace falta el maquillaje. —bromeo tratando de alivinar la tensión, quitándome la peluca y las lentillas de color.
Me asomo y disparo cerca de ellos, no acertando a ninguno de la multitud.
—A la de tres, salimos corriendo. —murmuro. Darko se asoma y dispara. Observo a Laetizia asustada. —Cálmate. Una, dos... ¡y tres!
Salimos corriendo todos a la vez, algunos de ellos lanzan las flechas que se acercan a nosotros. Forman una balacera y cruzamos la carretera.
—¡Laetizia! ¡Maldita mentirosa! —grita otro de ellos detrás nuestra.
Los coches pitan al vernos cruzar tan desaforadamente, pero se cruzan entre ellos formando un barullo.
—¡Venid aquí!
Llegamos al puente y se ha formado un atasco en la carretera que impide a algunos pasar.
Saco el dedo hacia atrás mirándolos con altivez, sin embargo me giro a correr de nuevo cuando un loco de esos salta por encima de un coche, seguido de otro y otros cuantos, cruzando hasta el puente detrás nuestra. Pero unos coches se chocan bloqueando definitivamente la carretera.
Me voy cubriendo con los árboles y arbustos de la zona, que reciben los balazos de los que nos persiguen. Al lado de la acera donde corremos, hay un río y me escondo entre los arbustos, corriendo al filo de este. Laetizia aparece corriendo también como su pequeña maleta o más bien mochila se lo permite, levantándose el vestido para correr con mayor facilidad. El río desemboca en una cascada, está el ascensor que baja a la cueva y las escaleras de metal, bastante viejas, de hecho.
Me asomo a la acera y logro ver el ascensor, donde Louise, Dalina y Sohnya esperan. Al lado hay unas escaleras, alguno debemos bajar por ahí.
—¡Vamos! —grita Faraday cuando llegamos, los perseguidores se han parado a descansar pero siguen disparando, los cuales, impactan en el ascensor. —¡Venga!
Dalina, Sohnya, Darko, Laetizia y Vangalore entran al ascensor. Sólo quedamos Anne, Louise, Faraday y yo.
Los muchachos se acercan y los veo recargar el arma.
—¡Vamos por las escaleras!
Bajo el primer tramo de un salto. La cueva está muy abajo y es eso, o tirarnos por el acantilado y caer al agua, y el plan es salir vivos.
Sin embargo, las escaleras son enormes, hay huecos entre ellas, hay mínimo treinta tramos y seiscientos cincuenta escalones que se bajan en un minuto y medio en el ascensor.
Seguimos bajando pero los muslos comienzan a arderme con el cansancio.
—¿Dónde vienen? —pregunto, Faraday asoma la cabeza por los huecos.
—Están cada vez más cerca, debemos seguir.
Seguimos bajando y los tiros resuenan en el metal, agujereándolo.
Miro hacia arriba y disparo, uno de ellos grita cuando cuelo una bala entre los agujeros y le impacta en un pie.
—¡Joder!
Grita, aprovecho para seguir bajando cuando la balacera se intensifica.
La balacera se hace mayor cuando ya entramos a la oscuridad de la cueva; veo a Veneno al fondo y sigo bajando, tratando de ignorar el ardor.
Veo a Louise a mi lado respirar agitada.
—Vamos, Louise, ya queda menos. —murmuro y asiente.
Las balas cesan pero siguen sonando sin tardar mucho más en hacerse esperar.
Finalmente, y casi después de una eternidad, logramos llegar al suelo de la cueva. Veneno está al fondo y el ascensor llega casi al instante.
—¡Vamos, capitán! —gritan los que salen del ascensor, corriendo hasta el barco.
Seguimos corriendo sin importar el dolor de nuestras piernas, pero un tiro en el suelo rocoso de la cueva nos detiene.
—¡Quietos ahí, malditos traidores!
Me giro para ver a los tres muchachos en el último tramo de escaleras, disparándonos desde ahí.
Disparo contra ellos, que se cubren. Sin embargo, uno de los tres cae segundos después cuando un tiro zumba en el aire y la bala impacta de lleno en su cabeza, el tiro es de francotirador y miro al barco, ha sido desde ahí y está a mínimo, ciento cincuenta metros.