'¡Felicidades, capitán!'
18 de agosto.
Anders.
Salgo de la cama mirando por la ventana; a pesar de ser un día en pleno verano, la mañana se ha mostrado lúgubre. Miro el reloj de la mesilla, son las seis de la mañana y hoy voy a recoger una nueva misión a Pueblo Lobo. Si no voy a esta hora, La Zona de los Negociadores de Pueblo Lobo se atesta de gente y es insoportable.
Observo mi cama solitaria, extrañando cada día más a Dalina Fontes, que ahora carga mi retoño —la sola mención me hace rememorar todo lo ocurrido anteriormente, con el 'retoño' y todo lo sucedido; llegando a la muerte de Puntresh—, mi semilla, mi hijo y a la que extraño diariamente.
Todo se me junta en la cabeza durante un segundo y mis sienes comienzan a quejarse dándome golpes en las paredes del cráneo que me hacen apretar los dientes de dolor.
Las lágrimas no tardan en acumularse en mis ojos y no puedo detener su salida. Ruedan por mis mejillas sin darme la oportunidad de mantenerlas.
Dejo pasar todo sin hacer el esfuerzo de evitar las lágrimas. Me desahogo conmigo mismo durante unos minutos, hasta que decido levantarme, darme una ducha y salir hacia el puerto.
Sobre las siete menos cuarto salgo de mi casa. Admiro la tenebrosidad que desprende hoy Pueblo Veneno; la madrugada le sienta muy bien dándole un toque terrorífico que podría asustar.
Ando hasta el puerto, encontrándome de frente con Veneno, reposando al lado del conjunto de tablas que conforman la entrada al lugar.
Doy una ojeada observando el barco de arriba abajo. Veneno es un barco enorme. Cuenta con cuatro pisos internos y eso aumenta su tamaño colosalmente. Con casi quince habitaciones, cocina, salón, recámara y almacén. Por fuera, cuerdas unen el mástil grande con el pequeño; una gran percha que destroza barcos en segundos y una proa y mascarón brillantes, las cuáles, asientan el terrorífico aspecto de tal colosal navío.
Subo por las escaleras de mano recientemente incorporadas, subiendo hasta la borda y allí abro el velero y elevo el ancla. Dirijo la mirada del barco hacia la isla, que se logra disipar unos metros más allá.
El barco comienza a moverse y dirijo el timón hacia Pueblo Lobo. La marea es suave, el agua es azul turquesa y parece encantada; podría quedarme mirándola durante horas sin cansarme.
Llego a Pueblo Lobo en menos de diez minutos.
Atraco en un puesto vacío del puerto entre otras embarcaciones de menor tamaño. Entro a la pequeña villa dirigiéndome hacia la conocida cómo Zona de Los Negociadores. Pueblo Lobo es de pequeña extensión: tiene, aproximadamente, doscientos habitantes, Cuenta con un bar, un hospital, varios parques e incluso algún cine o centro de ocio.
Paso por el centro del pueblo, rodeado de casas con antorchas que dan un pequeño monto de luz al lugar. Todo el suelo del pueblo es de arena, lo que lo hace más hogareño (aunque incómodo).
Cruzo la plaza llegando hasta la Zona de Los Negociadores, una playa arenosa con puestos y toldos de color negro, una alfombra oscura recubre el suelo que el techo acoge. Busco entre los carteles de madera sobre los toldos, tratando de encontrar el nombre de Unión Oceánica entre ellos.
Paso varios puestos mas el nombre que busco no se deja ver, hasta que me acerco a uno solitario aledaño a la orilla de agua oscura.
—Buenos días. —saludo al sujeto que tipea en un ordenador dado la vuelta a la entrada. La tienda es pequeña, con artilugios como manos relucientes en luz azul o bolas de cristal —falsas, quiero creer—.
El ser cubierto con una gabardina negra larga se gira, dejándome entrever lo que tipea en su ordenador.
'Manuscrito Mar de Ladrones' Es el documento abierto que me permite ver algo, <<¿Está escribiendo un libro?>>
—Buenos días, —musita— ¿qué se le ofrece?
Me quedo mirándolo inevitablemente; su rostro está lleno de cicatrices y un parche recubre su ojo derecho, sus labios están resecos y un enorme costurón cruza su cara desde la sien hasta el filo de su barbilla.
—¿Es... usted parte de la Unión Oceánica? —se pone de pie permitiéndome ver que aparte de ancho, es alto, cosa que me aterra en verdad.
—Claro. —dice irónico, pasa a mi lado señalándome el cartel de madera colgado sobre el umbral de la puerta. —¿No lo ve?
—Es cierto. —río nervioso. —Quería preguntarle si... tenía alguna misión que venderme. Necesito una para mi tripulación.
El hombre vuelve dentro y se sienta. Abre un cajón y saca un papel enrollado con un lazo rojo.
—Dígame su nombre y el de sus tripulantes, por favor. —pide antes de ofrecerme el papel.
—Buf, entonces no termino nunca.
—Pues deme el nombre de su embarcación y el número con el que está registrado en el país, por favor.
—La embarcación es 'Veneno'. —el hombre frunce el ceño. —Y el número de registro es 8743457841, letra W.
—Espere, —me detiene— ¿es usted Anders Hemsworth?
Miro hacia todos lados por inercia, antes de erguirme para contestar. Él entrecierra los ojos y trata de analizarme.
—Sí, soy yo.
Se queda boquiabierto unos segundos antes de abalanzarse sobre mí.
—¡Haberlo dicho antes, hombre! —grita abrazándome. —¡Claro que para usted tengo misiones, capitán!
Me suelta yéndose hasta el papel que acto seguido me entrega.
—Oh...
—Tome, capitán. Esta es gratis.
—Oh, gracias... supongo. —susurro confundido.
—Ay, perdone mi ignorancia, Anders. —dice. —No me he presentado. —me da la mano. —Soy Valerio Krakof, uno de los distribuidores de misiones de la Unión Oceánica. Podrá encontrarme aquí... prácticamente todos los días de diez de la noche a once y media.
—Vale.
—Mire, —abre el pergamino de la misión— en esta misión, simplemente tienen que recoger una pitaya de oro en la isla de Tres Rocas, en el sur del país, prácticamente cerca. Tome.