'Calamidad'
Jason.
—Quiero la cabeza de los secuestradores, aparte de que necesito saber con certeza quién fue el que liberó ese dichoso campamento de esclavitud. —ordeno a los soldados del ejército que van a preparar la búsqueda de Alex Monrovell.
—Sí, su majestad.
Salen por la puerta principal del castillo y me giro, encontrándome con la ama de llaves que me escudriña con la mirada.
—¿Qué planeas? —cuestiona desconfiada.
—Necesito que Alex vuelva de su cuarentena forzada y aclare el tema del campamento indígena, sino, me salpicará en la cara y no estoy para reproches progresistas ahora. Amelia y Charles ya no pueden decir quién fue, pero a su vez, no pueden hablar, ¡están muertos! —me quejo molesto.
—¿Pero de verdad tenías algo que ver? —insiste, y bufo al oír la esperada pregunta. —Porque si es así, me retiro, te criamos de la forma equivocada.
—Que no. —rezongo. —Yo no tenía nada que ver, ni siquiera lo sabía. Pero al apoyar LIX abiertamente...
—Eso te pasa por ser de derechas. —ríe irónica dirigiéndose hacia la cocina.
<<De verdad...>>
No sé en qué momento todo se ha vuelto tal caos; Monrovell secuestrado, la prensa listos para saltar contra mí como yeguas necesitadas de atención, Dakota sigue desaparecida, y aunque la prensa no sabe nada, sus intentos de traición no son nada más que baratas manipulaciones de su propio cerebro por traicionar a su hermano, pero me da igual. No puedo dejarla libre ahora. Tengo que encontrarla; no puede hablar más de la cuenta, demasiada suerte tuvimos cuando nadie la reconoció y eso no ha formado un escándalo mayor. Esta cría está dándome más problemas de los que jamás imaginé.
Lo que más me importa ahora es organizar el paisaje político; lo del campamento indígena no puede salpicarme, los progresistas han quemado las casas de Amelia Walters y Charles Pubeira. No se han acercado al palacio, pues está custodiado por más de cien guardias y sería un suicidio tratar de hacer algo, pero eso no me libra de atentados. Por eso, debo intentar convencerlos de que yo no tengo nada que ver.
Subo hasta mi despacho, dónde Hendrick Martins, un aliado cercano de LIX me espera con papeles en mano.
—Han sido vistos por última vez el día que se fueron al campamento de educación para indígenas en Balzanne. —explica el hombre y bufo con ironía.
—Buenos días, ¿eh?
—Cierto, perdóneme. —se ríe irónico. —Buenos días, Su Majestad.
—Déjate de recochineo, recuerda que tu puesto depende únicamente de mí.
—Eso. —sigue en su tono. —Recuérdanos a todos que esto es una dictadura.
—Ni que no quisieras formar parte.
—Una cosa no quita la otra. —murmura. —Monique Career está pidiendo más dinero por seguir filtrando la información que queremos. —continúa explicando. Me siento en mi sillón teniéndolo de frente.
—Que no me joda demasiado, —afirmo. —tanto tú como yo sabremos que no dudaré en deshacerme de ella si se pasa de la raya.
—Su reciente ascenso —continúa con su perorata. —le ha inflado el ego y ahora se cree que puede con todo; incluyéndonos a nosotros.
La sala queda en silencio y dejo salir un suspiro que denota estrés puro y duro.
Me paso las manos por el pelo controlando la exasperación que desea controlarme.
—¿Sabes algo de Dakota? —cuestiona al ver mi preocupación.
—Los servicios guiéneses siguen tratando de localizar la matrícula del taxi al que subió. —le comento la situación actual. —El problema viene en que, al haber tantos taxis, y no tener demasiado clara dicha matrícula, dificulta el encontrar su localización.
—¿Cuál era la matrícula?
—Tenemos claro que empezaba por M, tenía números como el 23, o el 207. —informo. —Se ha calculado que es un carro del Antiguo Reino, es decir, antes de la Guerra Civil y Política.
—Lleva 4 años trabajando.
—O más.
Noto la mirada amenazadora de Hendricks sobre mí.
—¿Qué?
—Probablemente tenga el taxi patentado.
—¿Eh?
Martins suspira en un intento de tomar paciencia.
—Si le roban ese taxi, sabrán que es suyo. Para algo están las patentes. ¿No habéis pensado en mirar por ahí? —ofrece con burda ironía. —Si está patentado, podréis ir descalificando los taxis sin las letras que creísteis ver hasta que lleguéis a uno que coincida con el hombre este. ¿Tenéis algún indicio de su cara?
<<¡Claro!>>
—Sí, sabemos que es barbudo de ojos oscuros. Blanquito, fuerte...
—Creo que eso es más que suficiente para hallarlo, su Majestad. —repite el mote que, saliendo de su boca, me estresa. Se levanta de la silla y hace una reverencia irónica que me hierve la sangre. —Nos vemos pronto, señor Diphron. Espero que encuentre a su esposa.
Sale de la oficina y sus palabras no dejan de bailar por mi mente y agarro el teléfono cuando llama uno de los soldados a cargo de la misión de encontrar a Dakota.
—¿Sí? Precisamente iba a llamarlo ahora, señor Wanter. —contesto.
—Su Majestad, venga ahora mismo al cuartel. Hemos encontrado la casa del sujeto que se llevó a la reina consorte.
***
Anders.
Analizo a los muchachos sentados frente a mí, todos están en círculo como en un campamento de niños chicos y trato de analizar las expresiones. Es la hora de decirles; es 25 de agosto y necesito partir ya hacia la Isla Esmeralda, donde habita ese tal Marino Tártaro del que Enerah me habló.
Un hechicero convertido en tortuga gigante por sus adversarios en 1777. Tiene un enorme poder del cual necesito para deshacerme de esta maldición que ahora me acecha.
<<Que dolor de cabeza>>
—Bueno, chicos... —suspiro recopilando la calma que necesito para confesarles esto. —Tengo algo que contaros...