Por si alguien se ha saltado Supernova: Parte 2. Kaywest es un protector para Anders y la tripulación, es decir, lo que los va a proteger de ser malditos de nuevo.
'Agujero negro'
Anders.
La inquietud de Kaywest me da dolor de cabeza. Revolotea a mis alrededores como si estuviera loca, dando vueltas alrededor de mi rostro y yendo de aquí para allá como si tuviera hormigas en el culo.
—Kaywest, —le habla Marino tratando de detener su hiperactividad. —vas a marear a Anders.
—¡Estoy feliz! —chilla la protectora moviéndose por el amplio salón. —¡Tengo por fin unos nuevos dueños!
—¿Por fin? —cuestiono haciendo énfasis en que parece que ya ha tenido más antes.
—Sí, —aclara ella quedándose quieta por unos segundos frente al fuego de la chimenea. —llevo desde 1867 descansando, desde el día en que Amelía Thompson falleció.
Arrugo la expresión cuando el nombre se me hace famoso.
—¿Amelía Thompson? —farfullo extrañado. —¿La hija de...?
—Sí, la primogénita de Marylin Thomspon. —completa ella por mí. —Descendiente bastarda de la monarquía Diphron por parte de Mercy Diphron.
—¿Eras su protectora? —cuestiono completamente sorprendido.
Se gira mirándome con sus enormes ojos negros.
—Lo era de su madre: por consiguiente, lo fui de ella al Marylin fallecer. —explica. —Pero mi relación no era tan profunda con la marinera como lo fue con su hija: pues con ella estuve solo un año, ya que me creó en 1788, un año antes de morir.
—¿Y cómo fue? —le pregunto intrigado y con curiosidad, volviéndome deseoso de saber.
—La acompañé a ciertas misiones, —me cuenta. —fui testigo de los embrollos familiares en los que andaba metida por culpa de ser la madre de la hija no deseada de Mercy. Cuando me creó, Amelía tenía dos años y cuando se animó a poner la querella contra el rey por no hacerse cargo de su hija, apareció muerta.
—¿Crees que la mataron? —musito con la curiosidad corriendo excitada por mis venas.
—Lo creo no: la mataron. —afirma. —De ahí, acompañé a Amelía cuando la mandaron a vivir con sus tíos en Port Douglas. Luego ella murió de una enfermedad, y yo pasé a descansar.
—¿Y cómo es que os reencarnáis?
—No es una reencarnación, capitán. —me corrige. —Descansamos en el Edén de los Protectores, una especie de limbo fantástico donde todo es relajación, amor y paz. Cuando la persona a la que protegemos muere, somos enviados allí directamente hasta que se necesita de uno de nosotros de nuevo en la Tierra.
Frunzo el ceño. Sus palabras me tienen con sorpresa, expresándose por sí sola.
—¿Está... fuera del planeta?
—Se encuentra en la Espesura de Dvarka, ese supuesto sistema de planetas donde vivimos junto al Sol, Mercurio, Marte... O eso nos han hecho creer, vaya. Muchos creen que simplemente nos duermen y con poderosas máquinas nos meten a ese limbo en nuestra mente.
—¿Quién?
—Pues no lo sé. —comenta. —¿El Gobierno, igual? ¿Las Casas de Brujas, tal vez? Nadie lo sabe.
Los pasos que se oyen bajando las escaleras cortan nuestra conversación. Me giro, hallando a Marino bajar las escaleras que no sé cuando había subido.
—Bueno, basta de conspiraciones. ¡Capitán, creo que ya tenemos el día para partir a Isla Narvae!
Abro mucho los ojos sorprendido.
—¿En serio? —las palabras me aceleran el ritmo cardíaco. —¿Cuándo?
—Estamos a 1 de septiembre, jueves. Creo que el lunes 5 es un gran día para partir.
—Marino, —digo desolado con las mil y un opciones negativas que vienen a mi mente y que sopeso. —¿y si no es la isla, y nos hemos equivocado? ¿Y si nos traga un kraken? ¿O un remolino de mar?
—Anders, —me corta el abruptamente. —Deja de pensar en cosas que pueden pasar. Estás hundido de mierda hasta el cuello, tu única opción es esta y es la mejor si nos referimos a la otra opción como olvidarte de toda tu vida, de tu mujer, de tu futuro hijo y de tus amigos.
La sola mención de esa posibilidad me da dolor de cabeza trayendo malas predicciones y vaticinios que me ponen el corazón a mil, haciéndome doler el pecho.
—No quiero oír más tus lloriqueos. —me riñe haciendo que Kaywest me mire preocupada. —Es lo que hay y punto, Anders.
La necesidad de tomar algo de aire frío me toma de repente, arropándome con un calor sofocante. Me siento hastiado, me duele el cuerpo entero y quiero descansar veinte días seguidos.
Me levanto del sofá dirigiéndome hacia la puerta. Nada más salgo, oigo el aire rompiéndose por el movimiento de Kaywest que desaparece detrás de mí.
Mi semblante se vuelve nublado cuando las lágrimas me corrompen los ojos al ver el barco del que me han quitado el mandato. <<Todo me sale mal>> No fui capaz de proteger a mi hermana, de sacarla de allí con vida, mucho menos de mantener mi mandato en el barco porque ni para eso sirvo. Las palabras que me arroja mi subconsciente son veneno que me quema la garganta.
Me acerco al acantilado donde una piedra como asiento reina en lo alto. Allí, me posiciono limpiándome una lágrima solitaria que baja por mi mejilla.
Observo el alto del acantilado, pensando seriamente en la altura que me da vértigo.
Las lágrimas se descontrolan bajando por mi cara en un silencio doloroso en el que intento desahogarme.
—¿Estás bien? —oigo que una voz femenina dice detrás mía. Me giro encontrándome el rostro de Louise.
Doy un sorbo con la nariz.
—Sí, estoy bien.
—Vamos, capitán. —me dice acercándose. —No sabré manejar un timón o calcular las coordenadas hacia las que nos direcciona el aire, pero sí sé que alguien llorando significa que no está bien.
Se sienta a mi lado pasándome una mano por detrás del cuello.