Mar de Ladrones ✓ [1]

CAPÍTULO 10

 'Dieciséis días para la época de mar: El rescate'

Anders. 

—No, Louise. No seas tan negativa. No tiene porqué ser así. —responde Dalina. 

—¿Qué hacemos entonces? 

—No sé… podemos falsificarlo, ¿no? —ofrece el grumete.

—Se darían cuenta y nos quedaríamos igual. Además, cuando imprimes algo sale detrás con el sello de la marca de la impresora. Sería muy obvio. —dice Craber.

—Es verdad.

Nos callamos mientras cada uno piensa una idea para poder salvarnos, a nosotros, a mi familia, y el contrato. 

Los segundos pasan y algunas ideas pasan por mi cabeza, más ninguna es útil.

Finalmente, Craber habla.

—¡Lo tengo!

Se levanta rápidamente y se dirige hacia una encimera de la qué saca un papel de tamaño medio y un lápiz.

—¿Vas a expresarte mediante el arte, Picasso? —ríe Sohnya.

—No, lista. —comienzan a hacer trazos qué acaban siendo dos cuadrados, entrecierro los ojos y me doy cuenta de qué es la representación de dos pisos. —La entrada pública de la torre del reloj está en el tercer piso, ¿no? 

—Si, la de abajo está cerrada al público. —contesto.

—Bien. Tengo un arsenal de armas en el sótano, guardado desde qué la guerra con Bahía Blanca comenzó. Hay sobre todo armas blancas; pero hay dos revólveres. Tiene qué llevarlos una persona qué parezca buena, ya qué sí nos pillan, podemos decir qué es del barco pero aún así es ilegal, las armería naval no puede salir del mar. 

—¿Para qué quieres qué llevemos revólveres, Craber? —pregunta Faraday alzando la ceja. 

—Mirad. —señala el agujero qué hay en medio de cada dibujo cuadrilátero. —Los pisos de la torre del reloj tienen la escalera por el lado y en el medio un agujero. Eso quiere decir qué desde arriba se puede vigilar todo con cuidado, ¿no?

Nos miramos entre todos. 

—¿Qué estás queriendo decir, Monterrey? —pregunta Sohnya.

—Louise, Faraday. Cada uno tendréis un revólver. Será arriesgado, si. —rodea una zona en el dibujo, qué sí nos posicionamos en cómo están dibujadas las escaleras, permitiría ver lo qué sucede en el piso de abajo sin ser visto. —Fingiremos darles el contrato. Y cuando se vayan…

—¿Los vamos a matar? —pregunta Louise, un tanto preocupada. 

—Louise, es necesario…

—Si hay qué matar a uno o a dos se hace, Louise. Tampoco es una cosa del otro mundo. —me interrumpe Faraday. 

—Yo no quiero matar a nadie. 

—Por favor, Louise…

—No es la primera vez qué lo haces. No es para tanto.

Louise apreta los labios y Craber sigue.

—Bueno, cuando se estén yendo, debéis disparar al qué lleve el contrato, nada más. Evidentemente, debéis daros cuenta de algo; tenéis qué tener cuidado con qué no haya nadie alrededor. 

—¿No sería más fácil darles mientras tienen a Dakota y Tennia? —pregunta el grumete.

—Claro qué no. Ahí no aseguramos su vida.

Nos quedamos en silencio y noto miradas tensas pasar de un lado al otro.

—Deberíamos haber llamado a Darko. Es un experto en guerra. —todos miramos sorprendidos a Sohnya ante su comentario, pero la ignoramos.

—¿Qué os parece? —pregunta Craber. —Hems, Dalina, Sohnya y yo estaremos negociando con ellos, vosotros dos seréis el comodín final.

Louise no dice nada, Sohnya me mira y yo de reojo, Faraday está tenso y Dalina mira hacia todos lados. 

—Bien, hagámoslo así. 

Acepto finalmente y Craber enrolla el papel metiéndolo a su bolsillo.

—Bien, bien. —se levanta y nos invita a hacer lo mismo. —¿Os llevo a mi sótano/arsenal, mi equipo?

Nos levantamos y seguimos a Craber el cual, sigue desde el salón y pasa por la cocina, llegando hasta una pared qué sostiene unas pequeñas escaleras, donde se mete por una puerta qué da a su sótano. 

Bajamos las escaleras y en el sótano hay pocas cosas; entre ellas polvo, muebles y trastos inútiles. Pero, al fondo,  hay una estantería con un cuadro en medio.

Son cosas que, cuando me giro, veo qué los demás no se han fijado. Craber anda directo hasta allí y levanta el cuadro, pulsando un botón qué hay debajo.

Este botón hace qué la estantería se gire dejando ver un espectáculo de armas blancas; machetes, espadas, navajas, pistolas de bengalas, destornilladores, hoces, guadañas, y en lo alto del todo, los reyes de la pista: los dos revólveres qué están en forma de corazón invertido, cada uno mirando hacia un lado pero juntos.

Admiro el brillo de cada arma dándome cuenta de qué están cuidadas. Algunas tienen mangos especiales; otras cuchillas especiales creadas para sacar sangre, etcétera. 

—Wow… —se sorprende Louise. —¿Cómo tienes todo esto, Craber?

—Anders y yo sacamos algún ahorro y lo compramos. Todo sea por la protección, ¿no? —me mira y chocamos nuestros puños. — Eso sí, los revólveres me los dió Steven. 

—¿Quién es Steven? —pregunta Sohnya, admirando una hoz brillante y dorada.

—El dueño de Ammu-Nation, la tienda de armas, ¿no? —contesta Louise.

—Ese mismo. Me dijo qué los usara en un caso de necesidad. Cómo ahora. 

Me acerco hasta las armas y descuelgo lo qué yo creo qué nos hará falta, por protección.

Agarro los revólveres aparte de alguna espada, llevándolos hasta Louise y Faraday. 

—Esto es para vosotros dos. Por favor, tened cuidado. 

Ambos asienten agarrando las armas.

—Nosotros cuatro cojemos espadas, ¿y nada más? —dice mi hermana menor frunciendo el ceño y yo agarro unas cuantas cosas para repartirlas.

—Mira. Dalina, tú llevarás la pistola de bengalas, por sí las cosas se ponen más violentas de lo normal, ya sabes.

—Bien, mi capitán. —recibe la pistola poniendo ese tono coqueto y me guiña un ojo cuando se la doy. Sonrio y agarro la linterna. 

—Hermanita, tú llevarás la linterna aparte de tu espada. ¿Es de tu agrado?




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