Mar de Ladrones ✓ [1]

CAPÍTULO 20

'Parte I: Segundo aliento'

María Montague (madre de Pietro, el hermano de Louise, sino recordáis, podéis releer el capítulo 7 :))

21 de febrero de 1859.

Hace una semana del nacimiento de Pietro, el hijo que he tenido con ese señor. Bajo la mirada mirando al recién nacido a la cara.

No siento nada, ningún cariño ni nada parecido.

El bebé comineza a llorar en mis brazos, y no sé que hacer con él. Mi mueca se transforma en una de asco y se lo paso a Edward.

—Trae, anda, trae. —dice quitándome al bebé. —Se ve que sabes menos de niños que de coches. Vete a cocinar, que para eso si vales.

Empieza a acunarlo y ando hasta la cocina. La violencia física ya casi es inexistente, al menos mientras me recupero al cien por cien del embarazo, sin embargo, la violencia verbal ha ido en aumento. Inútil, solo vales para cocinar, zorra, y etcétera son los insultos denigrantes que debo aguantar día a día.

Me acerco hasta la ventana al lado de la casa, donde están los ganchos de la ropa, de donde cuelgo una cesta donde, mi confidente hasta hoy, Joset Hemsworth me entrega notas para animar mi día a día diaramente.

Sus textos son alentadores, y se acerca el día; Joset me prometió que, después del parto, me ayudaría a huir de casa de Edward, me daría una nueva identidad y podría irme, lejos de aquí, para ser feliz. 

Abro la ventana y saco la cabeza para comprobar si hay algo en la cesta. Pero, la veo vacía. 

Chasqueo la lengua y vuelvo a meter la cabeza en casa sacando los ingredientes para prepararle la comida al orangután con el que estrené mi maternidad, por desgracia.

Los llantos de Pietro han sido apaciguados por su padre, cosa la cual yo no podría hacer. Agradezco que ya no llore, porque me estaba dando dolor cabeza. 

5 de marzo de 1859.

—Aquí están las copias de las llaves, María. Se acerca el día de tu huida.

Sonrío agarrando las llaves que Joset ha metido en la cesta. La subo y agarro las llaves de la cesta de mimbre.

 Desde que Edward se va a trabajar casi hasta que vuelve, no todos los días, más si unos cuantos, Joset viene a haverme compañía, así sea durante un rato. 

Ayer, entrada la madrugada, le dí las llaves de Edward mientras él dormía, y esa misma noche, casi una hora después, me las devolvió, ya que sólo hacía falta copiar el moldeaje. 

Luego, recrearlas tomó hasta hoy, donde Joset me da la copia de las llaves con las que emprendré mi huida.

—Escóndelas bien, que Edward no las vea.

—Son mi única vía de escape.

Joset asiente, y el silencio se hace entee los dos, sin embargo, él habla a los segundos.

—Oye, María... —comienza a hablar, mirando hacia arriba. 

—Dime, Joset. —digo, incitándolo a hablar.

—Es que... mmm... —tartamudea oteando todo el lugar. —¿No has pensado que deberías denunciar a la polícia?

La pregunta reverbera en mis neuronas intentando dar la respuesta acertada.

—Joset... No quiero que suene mal ni mucho menos. Pero no quiero volver a ver este ser en mi vida. ¿Quién me asegura 

—Ninguna mujer debería pasar por lo mismo que pasaste tú, María. Y la única forma que puede evitarse, es que tú lo denuncies y lo metan a la cárcel. 

—Mira, Joset... —contesto pensando bien las palabras que diré. —De verdad me compadezco de la pobre que tenga que pasar lo mismo que yo he pasado... pero si estoy buscando la forma de huir no es para volver a ver a Edward cada día en un juzgado. Ya lo siento, pero si huyo es porque no quiero volver a saber nada de él, ni de él, ni de ese hijo que me fecundo... nunca más.

Joset abre la boca para contestar, más lo reconsidera y asiente con la cabeza sin decir nada más.

—Hoy a las 02:00, María.

Ha caído la noche sobre la casa de mis tormentos.

Me remuevo incómoda en la cama apartando la mano de Edward, que ronca cual cerdo enfermo. 

Miro el reloj sobre la mesilla que indica que son las 01:54. Es la hora.

Con sumo cuidado, me levanto de la cama logrando que Edward no se percate de mi ausencia al colocar una almohada a su lado. De debajo de la cama, saco una maleta, y la abro, yendo por mi ropa al armario. Sin embargo, no agarro todo lo que me gustaría, y dejo gran parte de mis prendas en él.

Eso si, rebusco entre los zapatos de Edward encontrando el dinero que siempre esconde: agarro sin pudor metiéndolo debajo de la ropa en la maleta. 

Cierro mi equipaje y sin arrastrarlo, bajo las escaleras agarrando las llaves de un jarrón donde las guardé, dejándolo al lado de la puerta. 

Miro por la ventana, revisando a ver si veo a Joset. Reconozco su coche aparcado en la esquina y afirmo mis pensamientos cuando veo a este apuesto hombre salir de él y hacerme el gesto de que vaya con él.

Asiento con la cabeza y me giro pero me detiene quién es mi martirio hasta ahora.

—¿Dónde te crees que vas, María? —Edward pregunta dejando escapar ese aliento fétido que es el causante diario de mis pesadillas.

—S-sólo... miraba por la ventana... —murmuro carraspeando la garganta para disimular el ruido de las llaves mientras las guardo en la parte baja de mi vestido.

—¿Segura? —pronuncia con sorna acercándose a mí, y agarrándome de las muñecas. —Te he dicho muchas veces que de esta casa no vas a salir tú sola más veces. 

—¡Edward! 

Sin esperármelo, una bofetada me voltea la cara.

—Cállate, o despertarás a nuestro hijo. —suelta mis muñecas y se pega contra mí. —Porque eso es lo que tenemos, María. Un hijo. Comienza a comportarte como lo que tienes que ser, una buena esposa que no sale sin su marido y una buena madre que obedece para no causar problemas...




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